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Ramón González Férriz | Periodista y editor

"Hubo mucha arrogancia en pensar que China podía seguir la pauta occidental"

El periodista Ramón González Férriz.

El periodista Ramón González Férriz. / D.S.

Además de editor y periodista, Ramón González Férriz (Granollers, Barcelona, 1977) es socio de la consultoría de riesgo político Quantio. Actualmente, es columnista de El Confidencial, y antes fue el responsable de la edición española de la revista Letras Libres y director del semanario Ahora. Tras 1968. El nacimiento de un mundo nuevo o La revolución divertida, publica con Debate La trampa del optimismo: una crónica en la que la década de los 90 se vuelve fundamental a la hora de entender los retos actuales.

–Los 90, explica en ‘La trampa del optimismo’, se condujeron en gran medida por la “teoría de la modernización”: la creencia en que la buena marcha económica llevaría al comportamiento democrático. Qué tierno.

–Había precedentes, España, Portugal, Grecia... a partir de cierto nivel económico, los regímenes habían tenido que hacer la transición hacia la democracia, y se pensaba que eso podía pasar con países como China. Aunque ahora pueda parecer ingenuidad, había también mucho de arrogancia, de creencia en que la experiencia occidental se iba a reproducir en países tan distintos...

–¿Cómo ha sido posible ese matrimonio del que habla, entre liberalismo económico y premisas morales de la izquierda?

–Ejemplo, la página web de mi banco, que celebra el orgullo gay. Se habría pensado que la moral heredera de los años sesenta y el mayor individualismo de la revolución económica eran dos cosas antagónicas, y lo que tenemos es un híbrido que, al menos hasta la crisis financiera, mucha gente había asumido como normalidad. Un ejemplo paradigmático de esto fue la presidencia de Bill Clinton, con los porros que no aspiraba y la becaria, pero el primero en 50 años en controlar el déficit fiscal. Es una fórmula que también ha dejado muchos insatisfechos, claro: una parte de la izquierda piensa que deberíamos estar discutiendo de cuestiones materiales de distribución de la renta, más allá de los Conguitos; y una parte de la derecha cree que se pierden valores fundamentales de la tradición cristiana.

–¿Qué queda de la famosa tercera vía?

–Sigo pensando que algunas cosas de la tercera vía estaban bien: el Blair de antes de la guerra tuvo gestos interesantes. Se marcó un cierto camino para una izquierda liberal, moderna si queremos decir. Visto con el tiempo, para una parte de la izquierda no es más que una versión un poquito matizada de neoliberalismo. Yo empecé a escribir este libro muy fan de la tercera vía, y sigo siéndolo, pero entiendo mucho mejor a sus críticos: mucho de su marketing resulta ahora irritante, esa mezcla de mercado y Estado que se vendía como nueva era algo muy viejo realmente...

–El libro comienza con la caída del muro, recordando algo que a veces olvidamos: el ansia del bloque soviético era por algo más que por llenar los lineales del supermercado.

–La caída del comunismo era inevitable porque era una ruina en todos los sentidos, económico y de las libertades. Fue en el 89, pero podía haber sido un poco antes o un poco después. Lo que creo es que en ese contexto político se interpretó que lo que se quería era capitalismo. Pero había un impulso moral que tenía que ver con las libertades básicas, con una cierta seguridad, cierto estado del bienestar:más que al mensaje de Thatcher y Reagan, era un intento de volver a la Europa tradicional de la que una vez formaron parte.

–Desde hace unos años, en el territorio de la órbita soviética se da sin embargo una “nostalgia del Este”.

–Hay un chiste ruso que dice:“Sabemos convertir un acuario en una sopa de pescado, pero no al revés”. Se había estudiado siempre cómo ir del capitalismo al comunismo, pero no el proceso inverso. Fueron transiciones extremadamente difíciles en las que se dio por añadidura que la democracia llegaría por sí misma con la economía de mercado. No es así: mira Hungría o Polonia. Décadas de comunismo dificultaron enormemente la transición a la democracia.

–Los 90 fueron también los años de la consolidación de la UE, con Maastrich. ¿El Brexit comenzó a gestarse ahí o fue algo anterior?

–Yo creo que fue ahí. Maastrich es un paso muy grande de renuncia de soberanía de los países miembros, y recordemos que está también la promesa de la creación del euro. Había estados que estaban en la UE sólo por razones de mercado único, y fue en esta época cuando empezaron a escucharse voces, como las de Le Pen o la Liga Norte, que son las mismas que escuchamos ahora, ampliadas. En el caso británico, lo que ven con pavor es un plan de dominación alemán. La fortaleza del marco, que sería el modelo sobre el que se construiría el euro, como el tercer intento alemán de dominar Europa. Desde entonces, el partido conservador británico se parte en dos.  

–Algo que vemos que nos golpea directamente es la Ley de Liberalización del Suelo del PP. Parece que no hemos aprendido mucho.

–Además, todo el dinero que llega, lo ponemos a invertir en el ladrillo. Estuvo también el tema de la competencia de hipotecas y el papel de las cajas: los tres factores juntos, demostraron tener consecuencias nefastas. Si miras los datos de construcción de nuevas viviendas en los 90 te llevas las manos a la cabeza, pero vivíamos en algo que los economistas llaman “efecto riqueza”. Para colmo, la vivienda ha sido nuestra inversión: tenemos poca tradición de invertir en bolsa. El ladrillo, además, alimentó muchas cosas: algo tan lejano en principio como los festivales de música, por ejemplo, sobre todo, en la costa levantina.

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