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Ernesto Pérez Zúñiga, poeta y escritor
Ernesto Pérez Zúñiga nació en Madrid y vive en Madrid, pero creció en Granada y en esta ciudad dio sus primeros pasos como poeta. Su periplo vital lo llevó luego a Málaga, Ronda y La Línea de la Concepción, donde empezó a incubar el germen de El juego del mono (Alianza Editorial), su última novela, la singular peripecia de un profesor de instituto destinado a La Línea, que lucha desde antiguo con la desocupación, el contrabando y las drogas. Una muestra de que el escritor no puede vivir a espaldas de su tiempo.
-Dicen las malas lenguas que el poeta es un tipo que vive dentro de sí.
-La escritura tiene un largo proceso de elaboración interno. El poeta vive dentro de sí, en compañía de los otros, y luego viene un largo trabajo en solitario, ya con los folios en blanco. Esa interiorización es indispensable.
-También dicen que el poeta acostumbra a trascender sus impresiones, a exasperar sus emociones…
-El escritor no se expresa de manera individual, sino con las emociones y las impresiones de muchos otros: es voz de su sociedad de una manera consciente e inconsciente, también de los sueños y deseos de su entorno. Inventa, traslada, finge, supone, ensaya. Es transcendente porque saca a la luz lo que pertenece a todos.
-Guerra en Libia, cataclismos naturales, amenaza de catástrofe nuclear, ¿de qué sirve la literatura en un panorama así?
-La literatura previene contra la estupidez y la esclavitud. Una sociedad que no lee es una sociedad que ignora, que no sabe reflexionar ni divertirse intelectualmente.
-Ha hablado de "divertirse". En su último libro, desde el mismo título, el tema del juego es fundamental…
-Comenzando por la propia estructura, juguetona sin duda, donde el lector tiene que abrir y cerrar más de una caja china; y también por la propia naturaleza irónica de la novela, que encubre una parodia de la novela negra, deudora de la que hacía El Quijote de los libros de caballería.
-Al jugar, el niño aprende. Al jugar, el adulto olvida…
-En la novela hay un retrato de la vida como juego, que es una característica de nuestra sociedad contemporánea. Sin embargo, un juego excesivo acaba por animalizarnos. La responsabilidad y la búsqueda de sentido son atribuciones humanas. En esa búsqueda se encuentra Montenegro, el protagonista.
-Su protagonista y usted comparten una misma circunstancia: usted fue profesor en La Línea. ¿Cabría hablar de autorretrato?
-En absoluto. Esta novela recoge muchas ficciones. He disfrutado especialmente inventando los mundos de Montenegro. De la época en La Línea ha quedado un ambiente casi mítico, tanto en la gente como en los paisajes, y una reivindicación de la enseñanza en los institutos, que sigue necesitada de una revolución profunda.
-Cuéntenos algún "momento feliz" de su experiencia como docente.
-El mejor: cuando un alumno me dijo, al final de curso, que después de nuestro trabajo había vuelto a leer y a disfrutar de la lectura después de no hacerlo durante años.
-Algún momento ingrato…
-El peor: los momentos de desolación en los que coinciden profesorado y alumnado, esa soledad frente a la indiferencia de los poderes públicos, incapaces de dotar a la educación de los medios que necesita. La sociedad se hace en su adolescencia, se hace en las aulas; ahí es donde el Estado tiene que poner buena parte de sus recursos.
-¿Ha regresado a los lugares que inspiraron su novela?
-Hace un año. La Línea ha mejorado mucho desde 1997. Es una ciudad admirable que ha sabido vivir y crecer en uno de los lugares más difíciles (y también interesantes) de Europa. Me pregunto a menudo que habrá sido de los alumnos que conocí. Tengo el recuerdo de personas especialmente brillantes a pesar de que la vida no les había dado excesivas facilidades.
-Uno de los grandes temas de su novela es la frontera, suscitado por la frontera legal que separa La Línea y Gibraltar…
-Esa frontera física inspiró todas las demás: la que existe entre la vigilia y el sueño, las fronteras éticas, el límite entre lo animal y lo humano, la responsabilidad y el deseo, la propia frontera entre géneros literarios.
-Entonces, quedamos en que el escritor no puede vivir de espaldas a su sociedad, ¿no?
-El escritor forma parte de la sociedad aun en el caso de que quiera vivir de espaldas a ella. Estoy convencido de que construimos la realidad entre todos.
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