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Entrevistas

"Mi trabajo es catar vinos. Beber lo dejo para casa"

-Los amigos le dirán que es un tipo con suerte por el trabajo que tiene, que consiste en probar un montón de vinos todos los días.

-(Risas). Sí, bueno, muchos amigos me dicen que les encantaría tener un trabajo como el mío. Llegar a la oficina y no soltar la copa en todo el día, ja, ja, ja. Pero, bromas aparte, mi trabajo es mucho más que eso. Es mucho más serio de lo que pueda parecer.

-Es una ocupación bastante desconocida, eso es cierto. ¿En qué consiste, por ejemplo, su trabajo en el Museo del Vino?

-Pues el Museo del Vino es una enoteca. Yo coordino las distintas salas, sobre todo me dedico a asesorar a los clientes. Pero también llevo las compras de productos, reviso los stocks, compruebo la bodega, etcétera. Además, hay un trabajo de campo previo de documentación, de recopilar información y estar al día de todo lo que pasa en el sector vinícola.

-¿Estar al día es muy importante en su profesión?

-Sí. Imagino que como en otras profesiones. Un médico ha de estar al corriente de las nuevas medicinas y técnicas que aparecen. Ocurre en la mayoría de trabajos. En mi caso, tengo que conocer las tendencias del mercado, las nuevas elaboraciones, cómo salen las añadas, el trabajo de las diferentes bodegas... Actualizarme cada día. Y todo esto catando lo máximo que se pueda, porque la experiencia de cada vino es diferente, hay que contarla en primera persona.

-¿Hay que tener un paladar especial para ser sumiller o cualquier persona podría serlo?

-Esto es como un músculo. Cuanto más lo entrenes, mejor serás y tendrás más registros distintos. En principio hay que practicar para ser bueno, no hay otro secreto. Pero sí es verdad que hay personas que tienen una sensibilidad especial, que se les da bien esto. Pero si no ejercitan el gusto, este don no se desarrolla y no sirve para nada tenerlo. También hay que ejercitar mucho la memoria: la tradicional y la sensitiva, es decir, la de los sentidos, para recordar y localizar diferentes olores y gustos.

-Entonces no les viene nada caído del cielo, hay que estudiar mucho...

-Sí, desde luego, yo recomiendo a los que quieran dedicarse a esto que se formen mucho, que estudien, que vean... Hay que tener buenos pilares para llegar a algo.

-Tengo entendido que usted ha estudiado y trabajado, incluso en el extranjero.

-Sí, me saqué la cualificación como sumiller en la Escuela de Hostelería de Barcelona. Luego estudié para técnico superior de Restauración en Marbella y, unos años después, me marché a Burdeos para empezar a trabajar como sumiller. También estuve dos años en Inglaterra y me saqué la diplomatura en Gestión de Alimentos y Bebidas en San Sebastián y Sevilla.

-Y a sus 32 años lleva seis en el Museo del Vino. ¿Supo desde pequeño que lo suyo era dedicarse a esto?, ¿le viene de familia?

-Sí, siempre me gustó el vino. Pero mi familia no tiene nada que ver con este mundo; mis padres son profesores. Pero desde joven solía regalar botellas de vinos a mis amigos. No sabía por qué, pero me gustaba todo lo que rodeaba a este mundo. Por eso hice un curso de análisis sensorial, y fue entonces cuando me decidí. Pensé que lo mejor era convertir este hobby en mi profesión.

-Me decía antes que en su trabajo tiene que tratar muy de cerca con la clientela. ¿Quiénes son más exigentes: los clientes españoles o los extranjeros?

-Básicamente todos buscan lo mismo: el vino que más les agrada. En este sentido son igual de exigentes.

-¿Y quiénes entienden más de vino: los clientes de aquí o los de fuera?

-Hay de todo. En España hay gente muy entendida ya. Hace unos años no era así, el vino era un gran desconocido y sólo entendíamos que uno nos gustaba y otro no. Ahora la cosa ha cambiado, y me llegan muchos clientes con unas necesidades muy específicas, lo cual facilita mucho mi labor, la verdad. También tengo la suerte de tratar con clientes extranjeros de muchos países; los hay americanos, ingleses, alemanes, suizos, canadienses, franceses... Más que diferenciarse según el lugar de procedencia, mis clientes se diferencian por su cultura y sus costumbres; es evidente que la forma de comer y de beber de un americano no tiene nada que ver con la de un francés. Pero, fundamentalmente, los hay tradicionales, con raíces muy ancladas en los caldos de toda la vida; a estos no les puedes cambiar el concepto con el que llegan. Por fortuna cada vez más me vienen clientes más abiertos a probar, a dejarse sorprender, a innovar. Esto me permite variar y, por supuesto, hace más divertido mi trabajo.

-Pese a los tiempos que corren, parece que el mundo del vino es tradicionalmente un mundo de hombres. ¿Es así?

-Sí, es verdad que siempre han estado más presentes los hombres. Pero, como en todas las profesiones, cada vez hay más mujeres. En mi trabajo, por ejemplo, hay pocas mujeres sumiller, pero las que hay, suelen ser muy buenas. En mi caso cuando estuve en el País Vasco, tuve una compañera excepcional, una de los mejores sumiller que he conocido, aprendí muchísimo de ella.

-Cuando uno piensa en un sumiller, no sé por qué, pero en mi caso me viene a la mente un hombre mayor y con la nariz roja de tanto beber (risas).

-(Risas). Le ha sorprendido que yo tenga sólo 32 años, ¿no? No voy a decir que a mí no me haya costado trabajo llegar donde estoy... Nadie me ha regalado nada, pero tampoco me han excluido por ser joven. Pero es verdad que desde fuera se piensa que es un mundo bastante selecto e inaccesible.

-Cuando llega a casa o va de boda o celebración, de lo que menos tendrá ganas es de beberse un vino, ¿no?

-Tampoco es eso. Mi trabajo consiste en catar vinos. Beber lo dejo para casa. Siempre tengo una botellita, me suelen regalar muchas, las bodegas y también amigos.

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