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España

Austeridad y transparencia

  • Berlín es el símbolo de los principios de la política de su Gobierno

El crudo invierno sume las calles de Berlín en la oscuridad apenas se alcanzan las cinco de la tarde. Sin embargo, el alumbrado público en la capital de Alemania es poco intenso. Las farolas apenas dan luz. Los berlineses, como los habitantes de muchas otras grandes ciudades de este país, están acostumbrados. Es una medida de ahorro aceptada como algo necesario. La contaminación lumínica, tan común en muchas ciudades españolas, no existe en la locomotora europea. Esa imagen de austeridad se percibe desde el aterrizaje en el modesto aeropuerto de Tegel, a la espera de que algún día se inaugure el de Brandeburgo, muestra de que no todo lo alemán es sinónimo de eficacia, pues las obras acumulan años de retraso.

La austeridad alemana viene de lejos. El berlinés rey Federico Guillermo I, de costumbres espartanas, contribuyó a aliviar las arcas del Estado prusiano reduciendo un tercio las retribuciones de sus ministros y recortando el sueldo a los funcionarios. Su hijo, otro berlinés de la casa Hohenzollern, Federico el Grande, amigo de Voltaire, sembró la semilla de ciudad ilustrada que acogió a los Von Humboldt, Marx, Hegel, Schopenhauer o Einstein. Hoy, Berlín ha desplazado a otras ciudades alemanas como símbolo de la vanguardia y la modernidad. La reunificación alemana costó 500.000 millones de euros pero el resultado acabó fortaleciendo una ciudad dividida en la Guerra Fría por el muro de la vergüenza. La parte conservada para hacer frente al olvido y el Check Point Charlie por el que se cruzaba del Berlín Oeste al del Este son reclamos para el turista nostálgico que compiten con la modernidad de las nuevas construcciones, la nueva ciudad que emerge, con barrios de artistas que están de moda en toda Europa.

El mensaje que se quiere dar al mundo al mundo es claro y diáfano. El Reichstag o Parlamento alemán, con su cúpula diseñada por sir Norman Foster, es el símbolo de la transparencia del nuevo sistema político alemán. Desde la nueva construcción de cristal y acero, sobre el corazón del histórico edificio, el visitante puede contemplar cómo se desarrollan, hasta altas horas de la noche, las sesiones de los parlamentarios. La ciudad no tiene reparos en mostrar en sus calles las enormes tuberías pintadas de colores chillones con las que se drena el agua del subsuelo para poder construir cualquier edificio.

Pero nada es gratis y todo este nuevo milagro tiene un precio. Berlín, con unos cuatro millones de habitantes (400.000 de ellos extranjeros y de éstos, la mitad turcos), acumula hoy una deuda de 60.000 millones de euros que sus contribuyentes dan por buena vista la transformación experimentada, que deja atrás épocas trágicas como la mencionada Guerra Fría o el nazismo, de cuyo ascenso al poder se cumplen ahora 80 años como se encargan de recordar estos días los monolitos colocados ante la Puerta de Brandeburgo.

En el modesto aeropuerto de Tegel aterrizará hoy Mariano Rajoy para entrevistarse con la canciller Angela Merkel. Todo está previsto ya en Berlín para un encuentro que se produce en un momento especialmente delicado para el presidente español por el caso Bárcenas, que no inquieta especialmente a las autoridades alemanas. Y es que los representantes de sus instituciones sólo miran en la dirección de las reformas en España, con independencia de quién esté al frente del país. "Lo importante es que no se frenen", insisten quienes sienten que Alemania "tiene una responsabilidad especial en Europa" y defienden el binomio "solidaridad y solidez".

En las mentes de muchos de los actuales dirigentes alemanes han quedado grabadas para siempre las palabras que pronunció Mijail Gorbachov cuando cayó el muro de Berlín: "La vida no perdona a quien llega tarde".

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