España

Casado asierra la mesa "del despiece" y Sánchez... a lo suyo

  • El líder del PP insiste en la sesión control en que la "cumbre de Estado" con la Generaliat liquidará la soberanía nacional y la igualdad de los españoles

  • El presidente del Gobierno no tiene ahora ojos más que para sus cuentas y ERC

El líder del PP, Pablo Casado, y la portavoz parlamentaria, Cayetana Álvarez de Toledo, durante la sesión de control al Gobierno este miércoles en el Congreso.

El líder del PP, Pablo Casado, y la portavoz parlamentaria, Cayetana Álvarez de Toledo, durante la sesión de control al Gobierno este miércoles en el Congreso. / Juan Carlos Hidalgo (EFE)

No importa el aumento exponencial de simpatizantes y votantes de la causa independentista en Cataluña durante los últimos diez años, no importa que una holgada mayoría de la población catalana apoye la convocatoria de un referéndum para solucionar el conflicto (según el Centro de estudios de Opinión (CEO, el CIS catalán, el 70% avala una consulta), no importa que el número de diputados del PP  en el Parlament vaya decayendo convocatoria tras convocatoria desde que el procés empezara a monopolizarlo todo al noreste del país (en 2012 ocupaban 19 escaños; ahora, cuatro), ni tampoco importa que el diálogo sea la sacrosanta base para resolver un conflicto político...

El PP sigue embarcado en su viaje a ninguna parte segando la hierba a los pies de Pedro Sánchez, aserrando sin cesar esa mesa de diálogo que se pone esta tarde en marcha en La Moncloa, sin lanzar propuesta política alguna, exhibiendo mucha fuerza y poca inteligencia sobre la marcha, aferrado a sus viejas recetas. 

La sesión de control al Gobierno de este miércoles ha sido el furibundo prólogo a la reunión entre Pedro Sánchez, Quim Torra y (la abultada) compañía (el cara a cara es de ocho contra ocho). Pablo Casado ha reprochado al Gobierno que se preste a una "humillación" al sentarse con un presidente inhabilitado al que han retirado su acta de diputado y ha calificado de "zoco" la eventual negociación.

Casado: "El ministro de Sanidad negocia con el virus independentista en vez de paliar los efectos del coronavirus"

La intervención de Casado ha tenido aire mitinero. Con gracietas como la de subrayar la presencia del ministro de Sanidad, Salvador Illa, en la mesa con los secesionistas, a la que dice que acude "a negociar con el virus independentista en lugar de poner medidas para paliar los efectos del coronavirus". El jefe de la oposición ha mezclado así churras con merinas y ha obviado que si Illa forma parte de la delegación del Gobierno es en calidad de número dos del PSC, por su talante conciliador y que fue uno de los negociadores socialistas con ERC que arrancaron la abstención de los 13 diputados republicanos para la investidura de Sánchez.   

Quien nada bueno espera nunca se decepciona, así que el líder de la oposición está francamente a prueba de desencantos con el presidente del Gobierno. Sólo ve en esta reunión en Moncloa un nuevo peldaño en la escalada de la "España asimétrica". El único plan de Sánchez es, según Casado, "resetear el Estadio democrático" y mercadear los Presupuestos con vascos y catalanes.

Despieces soberanos 

A juicio de Casado, la mesa bilateral con la Generalitat será "la sala del despiece de la soberanía nacional, la solidaridad interterritorial y la igualdad entre los españoles". Pero sabe que eso no es cierto. Cualquier tipo de acuerdo de alto voltaje y enjundia que pueda emanar de la que llama "cumbre de Estado" -que requiera cambios en la Constitución o leyes orgánicas- debería ser refrendado por una mayoría de tres quintos del Parlamento, una fuerza de la que carece el Gobierno de coalición del PSOE y Unidos Podemos.

Otra cosa son los posibles indultos y alivios penales a los nueve condenados por el procés. Sánchez ya ha dejado caer una eventual revisión a la baja de las penas de cárcel asociadas a conductas que el Código Penal tipifica a día de hoy como sedición y rebelión.

La intervención de Casado ganó enteros de cara a un lugar privilegiado en la hemeroteca dejando en el aire espeluznantes interrogantes a cuenta de la reunión vespertina de este miércoles en Moncloa. "Cuál será la próxima foto, la de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont en la finca de Quintos de Mora (donde el Gobierno hace de cuando en cuando terapias de fin de semana), o quizá la de Arnaldo Otegi (líder de Bildu, heredero de Batasuna) en Doñana?". "Siga posando y dsfrute", ha remachado ufano Casado entre fervorosos aplausos de su entregada bancada.

Que, por cierto, esta mañana ha reclamado estruendosamente en el hemiciclo la dimisión del ministro de Transportes, José Luis Ábalos, por el Delcygate.  

Sánchez ha pedido a Casado que no dé lecciones, enfatizando que durante los siete años de gobierno de Mariano Rajoy "se produjeron dos referéndums ilegales, una declaración unilateral de independencia y el apoyo al independentismo se multiplicó por cuatro".

Y ha agitado el espantajo de la cabeza recién cortada del ex líder del PP vasco Alfonso Alonso. Sánchez parafraseó al defenestrado candidato a lehendakari en su postulación del necesario reconocimiento de la diversidad de España. Algo que parece que no acaba de asumir el PP a juicio del presidente del Gobierno, que ha recriminado al líder de la oposición que "confunde igualdad con uniformidad". 

Con su aura de buena voluntad, Sánchez ha dicho que propugna el reencuentro entre catalanes independentistas y autonomistas y entre Cataluña y el resto de España.

Vaivenes de Sánchez

Sin diálogo no hay democracia, se ponga como se ponga Casado. Aunque cabe recordar que Sánchez tampoco es un alma pura y sus vaivenes sobre el conflicto catalán son públicos y notorios.

El que los secesionistas llaman despectivamente el hombre de los mil rostros (Laura Borrás, portavoz de JxCat) ha pasado de considerar que lo de Cataluña era un problema de convivencia entre catalanes a elevarlo a conflicto político.

También resulta llamativo su cambio de posición sobre si los líderes del procés habían incurrido en un delito de rebelión (del que finalmente fueron exonerados por el Tribunal Supremo en su sentencia del pasado octubre). Sánchez defendía en mayo de 2018 que si existió rebelión, "clarisimamente". Eran vísperas de la moción de censura que derribó a Rajoy y lo llevó a Moncloa en junio de ese año. Pues bien, meses después, en noviembre de 2018, cuando estaba necesitado del respaldo de los independentistas catalanes, la cosa cambió. La explicación de la vicepresidenta del Gobierno Carmen calvo fue antológica: "El presidente del Gobierno nunca ha dicho que hubiera un delito de rebelión en Cataluña". Se llama desdoblamiento de personalidad, como si el Sánchez de la oposición y el Sánchez presidente en funciones no fueran el mismo individuo.

O que en la campaña del 10-N prometió volver a tipificar como delito la convocatoria de referéndums ilegales, un propósito que voló entre el viento de cola de sus pactos con ERC.

Su discurso sobre Cataluña ha ido cambiado tanto como sus urgencias. No queda rastro del discurso contundente contra el independentismo que caracterizó sus actos durante las dos campañas electorales del pasado año. Ahora está en manos de ERC, que este mismo jueves le puede dejar colgado en la cuerda floja si da la espalda al objetivo de déficit del Gobierno, básico para sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado, básicos para la continuidad del Ejecutivo.    

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