España

Lenta mejora sin Pedro (y sin nadie)

  • El 75% de los votantes socialistas aún están dispuestos a votar al PSOE, sin que el resto se haya ido con otra formación, están en reserva

El candidato a las primarias del PSOE Pedro Sánchez, el pasado sábado durante un mitin en Zaragoza.

El candidato a las primarias del PSOE Pedro Sánchez, el pasado sábado durante un mitin en Zaragoza. / Javier Cebollada / efe

La esperanza del PSOE son sus siglas: PSOE. El viejo Partido Socialista, uno de los dos supervivientes de la Transición, el vertebrador de las clases medias, es el tercer partido de España, según los dos últimos sondeos consecutivos del CIS. De materializarse un resultado como éste en unas elecciones en urnas, el arcoiris parlamentario español cambiaría de modo radical. Sin embargo, el PSOE sigue siendo tan buena marca que permite pensar que, al producirse unas elecciones, sería el segundo. Veamos por qué.

El partido de los socialistas es el único que se recupera desde octubre de 2016, poco, pero algo; en medio de una crisis interna fenomenal, con el secretario general dimitido o defenestrado y sin una dirección estable, el 75,6% de aquellos que votaron al PSOE en las últimas elecciones lo volverían a hacer. Esta confianza de voto no es propia de un partido que debe decir adiós a su segunda plaza. El resto, ese 24,4%, desilusionado no se va a un partido de la competencia -unos pocos, pocos, no más del 2% podría votar por Unidos Podemos-, pero el descontento socialista está de momento en la abstención o en la indecisión. O en el no votará. Se trata de un reservorio que se activará si la nueva dirección los estimula.

Si a este último se le suma un incremento de la intención de voto de 1,6 puntos, hasta llegar al 18,6%, podemos considerar al PSOE como un partido en la unidad de cuidados intensivos que va experimentando una mejoría sin que aún hayamos echado mano a los últimos cartuchos terapéuticos. Y el último será la elección de un nuevo líder y de su nueva Ejecutiva.

Una vez pase el mes de junio, el PSOE estará en condiciones de comenzar a crecer y olvidar los sucesos de Ferraz del 1 de octubre si elige un líder fuerte y, sobre todo, si éste es capaz de cerrar las heridas. Las primarias socialistas no van a aportar grandes porcentajes de apoyo al ganador -competirán tres o cuatro candidatos-, con lo que el nuevo líder quizás se tenga que conformar con un apoyo que vaya del 40% al 50%. El trabajo de cosido lo tendrá en el congreso, cuando se elija la Ejecutiva: si ha unido, el respaldo final sí se acercaría al 80%. esto es, especialmente, importante en comparación con su competidor: Podemos. El congreso de Vistalegre no es para unir, sino para clarificar cuáles son los porcentajes de la división.

A diferencia de Podemos, el PSOE elige primero a su secretario general, y es éste quien compone su dirección para que sea mejor valorada en el congreso, que es donde se vota.

Pedro Sánchez no ha aportado nada al PSOE, perdió las dos últimas elecciones generales, con los peores resultados, y su partido se recupera un poco sin su presencia. Una nueva elección de Sánchez colocaría al partido, de nuevo, en una posición donde el adelantamiento de Podemos es real. Al partido de Pablo Iglesias, o de Íñigo Errejón, la ruptura no va salirse gratuita, hay que esperar a que suceda para ver cómo reaccionan sus seguidores.

Sin embargo, el PSOE, para ser algo parecido a lo que fue, debería alcanzar el 20% del respaldo e ir subiendo hacia una cota del 30%, que es la que marcará a partir de ahora la posibilidad de formar Gobierno para el que la alcance. En las últimas elecciones, con Pedro Sánchez, el PSOE rozó los 5,5 millones de votos, mientras Podemos estuvo un poco por debajo, desaprovechando el millón de votos de la unión de IU que el histrionismo de Pablo Iglesias envío al sumidero. Ahora bien, para que esto ocurra, para que deje de competir por la hegemonía de la izquierda, el cambio del PSOE en los próximos años debe ser profundo, efectivo y duradero. No sólo es cuestión de un cartel.

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