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El alcalde pierde los nervios

  • Las amenazas de Gallardón de abandonar la política levantan ampollas en el PP

En política, como en la vida, los buenos modales van camino de convertirse en reliquias. Alberto Ruiz-Gallardón, al que una parte sustancial de dirigentes de su partido afean en privado su insaciable apetito de protagonismo, nunca se ha esforzado lo suficiente por cultivar las formas con sus correligionarios y esa circunstancia se ha vuelto ahora en su contra cuando precisaba el aval de algunos miembros de la vieja guardia, como Esperanza Aguirre, con los que no ha sabido conectar.

No guardó el protocolo interno, recuerdan, cuando desentendiéndose de las formalidades se postuló con pompa para integrar las listas del PP a las generales, abriendo el debate de la sucesión de Rajoy repetida e innecesariamente, y ahora, enrabietado por su exclusión y perdiendo los nervios, repite fórmula amenazando con abandonar la política sin medir las consecuencias que su órdago puede deparar a su partido a dos meses de la cita con las urnas.

Para algunos dirigentes del PP, esta actitud retrata el afán de lucimiento de Gallardón, que ahora se encuentra al borde del precipicio que le conducirá, si así lo decide tras su "periodo de reflexión", a la fosa de políticos a los que sus desavenencias personales han devorado. En círculos del PP, las críticas a Gallardón por su afición por los medios de comunicación y su escasa implicación en el colectivo son un clásico. Sin embargo, nadie pone en duda la valía del alcalde de la capital, que en las filas de su partido cuenta con un exiguo séquito de fans -entre los que se cuenta al fundador del PP, Manuel Fraga, como ayer demostró-, que más allá de las diferencias de criterio con la actuación del primer edil madrileño ensalzan su valor conscientes de la pérdida de votos que puede arrastrar su sepultura política, dadas las simpatías que despierta en sectores moderados de la izquierda.

El entorno de la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, su máximo rival en la batalla subterránea que ambos han venido librando por el liderazgo del partido ante una eventual derrota el 9-M, apuesta por cerrar un debate que, según dejan entrever, corre el riesgo de desgastar la imagen del PP para centrarse en la campaña electoral. La idea fuerza de la presidenta de la Comunidad gira sobre el eje de que la mejor forma de ayudar al partido es "cada uno desde su puesto", sin que las apetencias personales interfieran en los éxitos colectivos.

Al estilo de una partida de ajedrez, tanto Aguirre como Gallardón han venido moviendo ficha impulsados más por recelo que por enemistad, temerosos de que el otro se anticipe. Pero esta pugna es fruto de una imparable escalada de divergencias que arrancó hace tres años, cuando Rajoy sentó en su despacho a Gallardón y Aguirre para aplacar sus constantes desavenencias. En el PP también hay sitio para los que reparten críticas a Rajoy, porque en dicha reunión no fue capaz de imponerse a Aguirre, como a la presidenta madrileña, a la que reprochan que tuvo tiempo suficiente de postularse dado que Gallardón hizo su anuncio hace ocho meses "con luz y taquígrafos". De este modo, cuentan, hubiera ahorrado poner en un brete a Rajoy cuando hace unos días Aguirre vinculó su destino al del alcalde al pedir ir en las listas, encrucijada que Rajoy resolvió excluyendo a Gallardón. Estas mismas voces reprochan igualmente a Rajoy que actuara tarde en zanjar un debate que ha dado pábulo a rumores innecesarios.

La mayoría insiste en que la exclusión de Gallardón entra dentro de la normalidad ya que Rajoy ha actuado con arreglo a sus estatutos que, aunque prevén excepciones, no aconsejan la incorporación de alcaldes en las listas, pero el PP hará una excepción a la norma de incompatiblidad entre diputado y alcalde con Teófila Martínez, la alcaldesa de Cádiz.

Otros llaman la atención sobre la jugada del alcalde: escalar posiciones en la carrera por la sucesión de Rajoy en caso de derrota. Esta tesis explicaría también una maniobra anterior: la obstinación del alcalde en colocar a uno de sus fieles en la dirección del PP regional, el órgano encargado de proponer al Comité Electoral popular las listas al Congreso por Madrid.

Pero con su postulación pública y permanente de llegar a la cima de Moncloa, que ha paseado con insistencia por algunos platós de televisión, Gallardón ha recorrido el camino inverso: de ser un fijo en las instantáneas en el balcón de la calle Génova, donde se celebran los éxitos electorales, ha pasado a ser un político definitivamente incómodo que se proponía ayudar a Rajoy a ganar y está haciendo lo contrario con su desproporcionada reacción al no de su líder a incluirle en las listas.

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