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Elecciones generales del 10-N

Una campaña electoral en peligro de cronificación

  • Este viernes de madrugada se pone en marcha oficialmente una semana de pirotecnia electoral que realmente se viene sucediendo desde la insuficiente victoria de Sánchez del 28 de abril  

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en un acto preelectoral este miércoles pasado en Viladecans (Barcelona).

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en un acto preelectoral este miércoles pasado en Viladecans (Barcelona). / Alejandro García (EFE)

Arranca oficialmente hoy, pero la campaña de las elecciones generales del 10 de noviembre es como un chicle que ya no sabe a nada y que se ha ido estirando desde la noche del pasado 28 de abril, cuando Pedro Sánchez proclamaba en el balcón de Ferraz, entre gritos de "¡con Rivera, no!", que "el PSOE ha ganado las elecciones y las ha perdido el pasado" entre gritos de "¡presidente, presidente!".

Y lo es, efectivamente, pero sólo en funciones, puesto que su intento de ser investido en julio se fue al desván de los sueños rotos, entre pesadillas con ministros de su socio preferente y natural, Unidas Podemos, que le exigía una coalición para auparlo; y braceos con una derecha que le ha negado el pan y la sal para llegar a la tierra prometida de una mayoría suficiente y estable, que los 123 escaños socialistas en el Congreso estaban abocados a convivir con la amenaza permanente de desahucio de La Moncloa desde el minuto uno.

Son legión los analistas que consideran que Pedro Sánchez se ha subido sin disimulo hace tiempo al tren de las cuartas elecciones generales en cuatro años confiado en salir con más respaldo de las urnas este 10-N tras su desencuentro con Pablo Iglesias, con el que mantiene una relación que se ha ido desgastando con el paso de los meses, pasando del tibio recelo a la más descarnada desconfianza. El líder morado fue vetado para entrar en un Gabinete socialista y considera que la oferta que recibió en su defecto de una vicepresidencia del Gobierno y tres ministerios se hizo con la boca pequeña y sin ninguna buena voluntad de formar un Gobierno progresista.

Brecha entre PSOE y Podemos

"El PSOE quiere sacarnos  de cualquier ecuación de gobierno para pactar con el PP", repica Iglesias. Los socialistas acusan a Unidas Podemos de hacer pinza con los antagonistas. "Las otras fuerzas consumen su tiempo en atacar al PSOE. Se centran en impedir que el PSOE gobierne. En ello estarán las tres derechas, los independentistas que no quieren un Gobierno fuerte y estable, y una pretendida izquierda que une sus votos a derecha y ultraderecha para impedir una y otra vez un Gobierno progresista”.

Iglesias y Sánchez no se pueden ni ver, pero están condenados a entenderse para que la izquierda siga en el poder. El barómetro del CIS de octubre le da al PSOE el 32,2% de los votos y una horquilla de entre 135 y 150 escaños. Un escenario en el que Sánchez podría elegir entre formar Gobierno con Unidas Podemos (que mantiene el tipo, ya que pasaría de sus 42 escaños actuales a entre 37 y 46, sumando a sus marcas catalana y gallega) y Ciudadanos, la formación llamada al mayor descalabro electoral este 10-N,  pasaría de 57 diputados a entre 27 y 35.

La “incómoda coalición” sobre la que especularon González y Rajoy flota en el ambiente

Flota en el ambiente la conclusión a la que llegaron los ex presidentes del Gobierno Mariano Rajoy y Felipe González en un reciente coloquio. Son jarrones chinos, pero mantienen un hilo directo o indirecto de comunicación con la plana mayor de sus respectivos partidos, PP y PSOE. Por lo que sus opiniones deben ser muy tenidas en cuenta para valorar los cálculos y estrategias que se manejan en los despachos nobles de Génova y Ferraz. Y ambos especularon con "coaliciones incómodas". Un binomio PP-PSOE es inédito y parece imposible, pero la fragmentación del arco parlamentario, con hasta 13 formaciones representadas actualmente en el Congreso, podría alumbrar un pacto a la alemana (la conservadora Merkel gobierna en coalición con los socialistas), por mucho que Sánchez y Pablo Casado sitúen esa hipótesis en el terreno de la ciencia ficción.   

Casado se rehace mirando a Rajoy

Tras su descalabro en los comicios del 28 de abril, el líder del PP se está reinventando y el cachorro de Aznar hasta cuenta con la vieja guardia de su antecesor al frente del partido. Así, la ex presidenta del Congreso y ex ministra de Fomento Ana Pastor -una persona de la total confianza de Rajoy y del presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo- será la número dos en la candidatura al Congreso por Madrid, donde también figuran las ex ministras Isabel García Tejerina (Agricultura) y Elvira Rodríguez (Medio Ambiente).

El presidente del PP se ha plegado ante quienes le recriminaron que se rodeara de fieles en las listas de los comicios de abril y despreciara a las personas valiosas y con experiencia que había a su alrededor por el mero hecho de haber pertenecido a Gobiernos de Rajoy. Y la jugada le está saliendo bien a Casado. Tras el desplome del 28-A, en el que el PP perdió a 71 de sus 137 diputados, hasta quedar en unos magros 66, y Ciudadanos estuvo a punto de desplazarlo como segunda fuerza (57), Casado se ha rehecho (el CIS le da ahora entre 74 y 81, por debajo de la mayoría de las encuestas, que lo sitúan apenas por debajo o por encima de los 100 escaños). Por eso, hasta sueña con una alianza de la derecha que dé con los huesos de Sánchez en la oposición, aunque la opción más verosímil de que el PP toque pelo, poder, sería esa "incómoda coalición" sobre la que hacen cábalas Rajoy y González.  

Vox no se resigna a ser un mero convidado de piedra. Son precisamente las dos lagunas en este reciente barómetro del CIS -la encuesta se realizó antes de los disturbios en Cataluña tras las condenas del Supremo a los líderes del procés y la exhumación de Franco- las dos grandes palancas que están reactivando votos para la formación de Santiago Abascal, al que algunas encuestas hasta encumbran como tercera fuerza en el Congreso, aunque el instituto que dirige José Félix Tezanos le pone la marcha atrás y perdería representación, ya que pasaría de sus 24 diputados actuales a entre 14 y 21.

Cataluña va a ser uno de los grandes argumentos de la recta final de esta campaña electoral que oficialmente arranca este jueves, aunque lo cierto es que se ha ido  dilatando durante estos últimos seis meses y el peligro de cronificación es real. 

A priori, los grandes beneficiados del estallido de violencia en las calles catalanas serían el independentismo y la derecha, mientras que el PSOE (entre acusaciones de inacción y estar a verlas venir ante la insurrección independentista) se estancaría y lo tendría aún más difícil para lograr una mayoría de gobierno. De largo, Vox será el gran propulsado con su encendido discurso en defensa de la unidad de España, la aplicación del Estado de excepción en Cataluña y la detención del president, Quim Torra. En menor medida, la crisis catalana también impulsaría a Pablo Casado, partidario de la aplicación de la Ley de Seguridad Nacional en Cataluña y de enviar un requerimiento a Torra, como paso previo a la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

Incierta factura de la crisis catalana

Pintan bastos sin embargo para el PSOE, al que esta crisis le puede pasar factura, sobre todo a la hora de negociar con otras fuerzas políticas la formación de un nuevo Gobierno. Sánchez lo tendría más difícil para pactar con ERC y JxCat (sobre todo), pero sobre todo, con los anticapitalistas de la CUP, formación que se estrena en una elecciones generales y que, según las encuestas, irrumpiría en el Congreso con hasta dos diputados, quién sabe si decisivos si fuera menester... 

Pablo Iglesias siempre ha apostado por el diálogo en Cataluña porque, a su entender, lo que está ocurriendo allí "no es un problema de orden público, es un problema político", pero Unidas Podemos va a pasar de puntillas sobre el asunto en estos días de campaña, que la sinceridad cuesta cara en la vida y votos en las urnas.  

El conflicto catalán también influirá en la movilización de los ciudadanos y por lo tanto, en la participación, que puede incluso superar el 70% (en abril rozó el 76%, casi nueve puntos más  que en las generales de junio de 2016), pese al hastío generalizado entre la ciudadanía con tanta sucesión de convocatorias electorales. 

No sólo entrará en danza la atracción a los abstencionistas, sino también a los indecisos, que según el CIS no son pocos, un 20,3%. ¿Y entre qué partidos dudan? Un 9,3% dice que entre PP y Ciudadanos, el 7,55 entre PSOE y Ciudadanos, el 6,6% entre el PP y el PSOE y el 5,9 entre el PSOE y Unidas Podemos. 

Todo es muy incierto, lo que parece estar claro es que hay riesgo de dejá vu, de que ninguno de los dos bloques naturales sume mayoría y que el resultado podría ser aún más complicado de gestionar que el de abril para llegar a acuerdos de gobierno. El peligro de persistencia del bloqueo, de cronificación, existe. Como el riesgo de que todo se ponga patas arriba, de revolcón. Se lo advirtió hace tiempo Casado a Sánchez: "Las  elecciones las carga el diablo". En todo caso, los sufridos electores tienen el cielo ganado con tanto trajín ante las urnas.

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