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Familia y población

Los ajustes demográficos

Juan Antonio Fernández Cordón

Demógrafo y economista

El ciclo de alto crecimiento demográfico de 1998-2007, una sacudida de diez años, ha terminado definitivamente.  Desde 2008, las tasas de crecimiento de la población de España descienden con rapidez y lo mismo ocurre en Andalucía donde del máximo de 1,77% en 2007, pasan a 1,23%, 0,82% y 0,63% en los años más recientes. La población en edad de trabajar (16-64 años) crece aún menos, llegando a disminuir en 2010 en España (-0,21%).

Andalucía experimentó un crecimiento más moderado en los años del boom y también conoce ahora una desaceleración menor, con crecimientos superiores al conjunto de España desde 2009,  sin que, hasta ahora, haya disminuido la población en edad de trabajar (+0,29% en 2010).

En 2010, la población de Andalucía aumentó en 53.000 personas, un 31,4% 26.000 extranjeras (un crecimiento del 3,7%, frente al 0,07% de aumento en el conjunto de España) y 27.000 de nacionalidad española (0,35%, algo menos que el 0,4% de España). La burbuja demográfica de 1998-2007 se tradujo en un incremento espectacular de la población extranjera, que ha seguido aumentando, a un ritmo algo más lento, después del inicio de la crisis, pasando de 100.000 en 1998 a 730.000 a 1 de enero de 2011 en Andalucía, cifras a las que hay que añadir algo más de 43.000 concesiones de la nacionalidad española. La evolución de la población extranjera muestra grandes diferencias según el sexo y según las Comunidades autónomas: en España, el número de hombres ha disminuido en 2010 (-0,64%) mientras ha seguido aumentando el de mujeres (0,84%). En Cataluña y Madrid, ha disminuido la población extranjera de hombres y mujeres, aunque de forma desigual según el sexo y en Andalucía se mantiene un mayor equilibrio entre los sexos, resultado de la composición por origen, con  mayor peso de marroquíes y de europeos.

Aunque ha finalizado el flujo masivo de inmigrantes, la dinámica de la población sigue dominada por la evolución de los movimientos migratorios y el crecimiento natural mantiene parámetros próximos a los que imperaban antes de la burbuja. Los nacimientos han seguido un descenso ligero, debido a los cambios en la estructura por edades y en la composición por origen de la población, más que al descenso de la fecundidad, que se ha mantenido en 2010. El número de defunciones ha seguido subiendo moderadamente, debido al mayor envejecimiento, pero la tendencia podría acelerarse en los próximos años, si se confirma el ligero retroceso de la esperanza de vida que muestran los datos provisionales del INE del primer semestre de 2011. En un futuro próximo, la crisis y su gestión podrían acentuar la disminución de los nacimientos y el incremento de las defunciones, reduciendo el crecimiento natural, ya muy exiguo.

La crisis puede traer también un proceso de despoblación, por inversión del saldo migratorio, al marcharse más inmigrantes de los que llegan nuevos, y empezar una emigración neta de españoles, fenómeno desconocido en España desde el inicio de los años setenta. Para determinar si este proceso se ha iniciado ya es necesario estimar por separado los flujos migratorios de españoles y de extranjeros.

En España, la población extranjera aumentó en 3.753 personas en 2010, un porcentaje insignificante (0,07%), pero ha disminuido la población en edad de trabajar, sobre todo de hombres, en algunas comunidades autónomas en más del 2%, lo que indica que la cifra global encubre movimientos más complejos que los de un simple aterrizaje suave. Es necesario, además, tener en cuenta que las concesiones de la nacionalidad española, cuyo número ha venido aumentando desde 2002, alcanzaron un máximo de 124.000 en 2010,  y que una parte de los hijos de extranjeros son, de acuerdo con la legislación actual, españoles de origen. Una estimación propia, basada en los últimos datos publicados por el INE (Instituto Nacional de Estadística), relativos a 2010, lleva, para España, a un saldo migratorio positivo en 2010 de 63.000 personas, como resultado de una emigración neta de españoles de aproximadamente 21.000 personas y de una inmigración neta de extranjeros de 84.000 personas. De acuerdo con esta estimación, coincidirían actualmente una emigración de españoles, modesta en términos relativos, pero inédita, y una inmigración neta, todavía importante, de extranjeros. En el caso de los extranjeros, el saldo resulta de salidas de antiguos inmigrantes y de nuevas entradas, cuya consecuencia es un cierto cambio en la composición de la población extranjera: aumenta, por ejemplo, el peso de los rumanos a la vez que disminuye el de los latinoamericanos (en este caso se añaden las nacionalizaciones, muy importantes). La despoblación, si no ha empezado todavía, puede considerarse como un hecho anunciado.

La situación de Andalucía no es distinta: salen españoles (5.500 salidas netas) llega inmigración neta (algo menos de 31.000), lo que arroja un saldo migratorio de +25.500. La inmigración neta de extranjeros en Andalucía representa el 37% de toda la de España y las salidas netas de españoles el 26%. Estos datos, todavía provisionales, dibujan una realidad demográfica para Andalucía muy distinta de la que ha prevalecido en, al menos, las dos últimas décadas.

Más allá del parón de la demanda de inmigrantes, la crisis está afectando a nuestra demografía en múltiples aspectos. En primer lugar provocando salidas de inmigrantes asentados aquí, los más jóvenes y, sin duda, los más formados, sin que ello signifique el final de la llegada de nuevos inmigrantes. En segundo lugar porque parece haberse iniciado una corriente emigratoria de españoles que en España nos retrotrae a épocas que parecían olvidadas. Finalmente porque afecta a la capacidad de crecimiento propio de la población, al disminuir el número de nacimientos y aumentar el número de defunciones, agravado esto último por la perspectiva de una caída de la esperanza de vida, que es difícil no relacionar con los ajustes que están afectando a la sanidad pública y al empeoramiento de las condiciones de vida.

La demografía, junto con el medio ambiente, representa una de las mejores ilustraciones de los desastrosos efectos de la obsesión del corto plazo por la que se rigen actualmente todas las actuaciones en el mundo de la economía y de la política, en detrimento del largo plazo, en el que aparecerán inevitablemente los costes desorbitados de estos comportamientos. El verdadero fracaso de nuestras democracias neoliberales podría residir en su incapacidad de gestionar el largo plazo y de actuar con visión estratégica.

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