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Feria de Abril

El tramo final de la priostía bajo las lonas

  • La tierra dorada del albero está asentada y los farollilos tienen la certeza que da el buen tiempo: no tendrán que ser cambiados durante la semana.

Hay que tirar del tópico para hablar de las vísperas. Los días previos a cualquier fiesta sevillana se viven con idéntica o mayor intensidad que la propia celebración. Realidad que de tanto ser repetida hasta hiere los oídos al escucharla. Pero no por recurrirse a ella en centenares de crónicas deja de ser cierta. Algunos hablan de costumbre (aunque sea de ayer por la tarde). Otros, de pérdida de la medida. Lo cierto es que, al igual que la Semana Santa tiene ya en sus vísperas hasta pasos y nazarenos, los días de farolillos tienen en el fin de semana que los precede hasta guisos, catering y bailes en las casetas.

Este sábado de preferia presume de estética propia. Estampas que se difuminarán en menos de 48 horas. Vallas que impiden el paso bajo la portada. Vehículos aparcados en las calles del recinto. Feriantes anticipados con ropa deportiva. Todo es un preparativo que se festeja como si fuera la fiesta, lo que dejará mermadas las fuerzas cuando empiece la verdadera fiesta. No hay caballos, pero ya huele a Feria. Aunque mejor dicho, más que a Feria huele al frito con el que se estrenan muchas cocinas. El primer aceite que se adhiere a las lonas de rayas como si de un bautizo por lo pagano se tratara. Hay casetas que estos días sirven de comedor para los trabajadores que se encargan de montar este efímero oasis de la alegría.

El sábado no es tan caluroso. No se superan los 30 grados y el viento que sopla hace apetecible estar sobre el albero asentado. Tierra dorada salpicada de lunares. Sombra de unos farolillos que este año no hará falta cambiar durante la semana. Dentro de pocos días será difícil ver dicho reflejo. La jornada transcurre entre los últimos preparativos y los primeros guisos. En Gitanillo de Triana aún hay casetas con cierre metálico a la espera de acabar de ser montadas. En el número 48 de esta calle ya se bebe y come. No ha hecho falta que llegue Zoido para darle al botón del alumbrado. Sus socios han alumbrado la víspera con copas de manzanilla y las primeras viandas.

En el real se compagina el trabajo y el ocio. Familias que colocan hileras de farolillos sobre sillas. La Feria tiene también mucha parte de priostía, de semana de Pasión que se vive entre visillos, cornucopias y flores de papel. Exorno pasajero con el que se reviste lo que sólo es hierro y lona. También aquí hay espacio para los hombres del carro, aquéllos que llevan y traen los víveres que han de consumirse -será otro índice para valorar la incidencia de la crisis- estos días. Bolsas de hielo, cajas de fino y manzanilla, refrescos, verduras, algo de pescado y un poco de carne. Bodegones callejeros que incitan a la gula, pecado capital del que priva la tiranía del bolsillo.

Los días de preferia también tienen su escena propia en los corrillos de mujeres (sin lugar para la paridad) a las puertas de las casetas. Mientras los maridos martillean, las esposas toman el escaso fresco de la calle en la que la Policía Local advierte mediante megáfono de la necesidad de aparcar bien. "Es una vía de doble sentido y se está obstaculizando el paso", advierte uno de los agentes sin que sus gritos obtengan el éxito deseado.

La tarde avanza y en el número 88 de Gitanillo de Triana se escucha una guitarra en directo. Acordes para entrar en calor. Aunque para calor, el de la calle del infierno, bastante despoblada de público en las horas centrales del día. Muchas de las atracciones esperan a que caiga la tarde para ponerse a funcionar. Otras lo harán la noche del lunes.

Quienes no se esperan al lunes son los socios de Estudio 45, en Juan Belmonte, donde varios hombres -con mandil estampado con lamparones nada discretos- preparan una paella a la entrada de la caseta. Alardes gastronómicos en la época de la chefmanía. La novelería no podía faltar en esta fiesta de la bella apariencia. Y en esta moda por traer lo último se han incorporado hasta las mesas altas en casetas de un módulo, como las que se ven durante un aperitivo servido por un catering en Juan Belmonte, 142.

También las casetas de los distritos adelantan la fiesta. En la de Nervión resulta complicado encontrar una mesa a las tres de la tarde. Pinchitos y montaditos que se degustan al son de la melodía de los ritmos más bailados en el último verano. Todo ello aromatizado con el olor de los pimientos que se fríen. La caseta que rompe el silencio en Costillares.

La víspera llena también el real de personajes propios de los preparativos. El afilaor haciendo su particular agosto con los cocineros. Los carpinteros solucionando los problemas de última hora. A ellos se unen los guiris y turistas españoles que aprovechan este puente de mayo para conocer cómo acaba de componerse la Feria. A algunos hasta lo invitan a entrar en las casetas. Pantalón corto, chándal, camisa, sandalia y tacón conviven este sábado bajo las lonas. La fiesta ya se vive. Pero no es la fiesta.

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