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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Feria de Abril

El último conjuro

  • Si en la Feria se impone y prescribe la alegría, parecida inclinación y convencimiento deben funcionar cuando, ya sin días de Feria, la alegría puede perderse por el sumidero de la realidad

PUES la Feria se acaba, dice la bruja con la solemnidad de las cosas que, aunque consabidas, importa referir para dar cuenta y razón de su evidencia. ¿Y ahora qué? Porque si de crisis, de cabeza, vinimos a la Feria, ¿cómo y en qué estado se sale de ella? En los prolegómenos, bien socorre la feria antes de la feria, la preferia en el argot de la ocasión, para predisponer el ánimo y la voluntad al torbellino de la fiesta, pero, cuando ésta concluye, ¿cabe alguna disposición más allá de la resaca?

La bruja, que hace balance de los días y de las pesquisas de la escoba, está muy abstraída, sin que el infierno de su calle parezca distraerla. Y en sus disquisiciones esotéricas se aplica a considerar la posibilidad de un conjuro que, convenientemente proclamado, haga que uno se sienta de feria cuando la Feria ya no rija los festivos episodios del Real. ¿Será o no posible? Por lo pronto, un elemento principal de la magia, un ingrediente indispensable del bebedizo -pero no del conocido- tiene que ver con la disciplina del ánimo. Porque si, en la Feria, se impone y prescribe la alegría, parecida inclinación y convencimiento deben funcionar cuando, ya sin días de Feria, la alegría puede perderse por el sumidero de la realidad. Y el conjuro saldría bordado, piensa la bruja, si el estado de excepción que supone la Feria hiciera de la excepción el estado de los días ordinarios.

Ya, ya, que eso suena al proclamado carpe diem, al vive intensamente cada día -que no es lo mismo, aunque lo parezca, que vivir al día-, pero no es mala cosa ingeniar un conjuro que lo procure. Bien resuelto, puede predisponer un puntito del ánimo pero sin distorsiones para la faena ordinaria, un grado de esplendidez pero sin quebranto del bolsillo, un cuidado de la presencia pero sin olvidar que el oficio hace el hábito, una disposición a congraciarse pero sin el interés del pasteleo, una capacidad, incluso, de tolerar el infierno, pero sin que haga falta, además, la antesala del purgatorio. De modo que la bruja, mientras el aprendiz que contrató prepara el zafarrancho de desmontaje del tren y no ha dado con los sortilegios de su maestra sino con los trucos para salir al paso, la bruja, digo, se afana intensamente en el último conjuro de la Feria para ofrecerlo a quienes abandonan el real sumidos en la lástima del final.

Y como quien no quiere la cosa, endiosada -más bien endiablada, porque tiene trato con el demonio-, vuela con la escoba hasta la rosa de los vientos de la portada y aprovecha la espectacularidad de los fuegos artificiales para pronunciar, pletórica de magia, el conjuro del carpe diem.

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