Drama, Francia, 2014, 150 min. Dirección: Bertrand Bonello. Intérpretes: Gaspar Ulliel, Louis Garrel, Léa Seydoux, Jérémie Renier, Helmut Berger, Amira Casar.

Bertrand Bonello siempre parece algo más libre que el resto de los grandes nombres del cine francés actual. Y esto se traduce especialmente en un suplemento lúdico que sacude sus películas, férreas por otro lado, siempre, desde la lejana Le pornographe (2001) y la más áspera e inolvidable de ellas, Tiresias (2003), reincidiendo en la clausura, en los mundos paralelos (aquí una significativa espalda del 68), en esas ucronías -reconstrucciones caprichosas y fantasmales- donde el cine abreva desde los orígenes su pasión por recobrar lo real de otra manera.

En SaintLaurent Bonello encuentra todo lo que le hace feliz y eso embellece la pantalla. La vida de YSL le enfrenta a los cuerpos, a sus devenires y a toda la metafórica del demiurgo que juega y crea, aterrorizado, con las materias más frágiles: imagen, ilusión; el paralelismo con la tarea del cineasta no es difícil de establecer y hay secuencias -como la del desfile de presentación de colección u otra coyuntural en apariencia en la que se transforma a una clienta interpretada por Valeria Bruni Tedeschi- muy emocionantes en este sentido. Se trata, claro, del gesto, de la precisión… de una mano que transforma la realidad y se introduce, como gustara a Cocteau, en un espejo hecho de agua. Esta comodidad con el sujeto, con las angustias de su obra y las transgresiones de su vida, es palpable desde el principio y al final incluso la corrobora el propio cineasta en un cameo heterodoxo que traduce en palabras su propio trabajo con la materia fílmica: la inefabilidad esencial del desbordamiento espacial y temporal que proponen sus bellas e interminables panorámicas, ese gran bucle rítmico que es SaintLaurent, uno al que sorprenden los contrapuntos de tiempo como al joven modisto le asaltaban las sierpes en el deliriumtremens.