Punto y final a ETA

El señor fiscal tiene la palabra...

  • El asesinato de Luis Portero a manos de dos pistoleros en el portal de su casa provocó un estallido de terror y emoción en la ciudad

  • El juez Miguel Ángel Del Arco recuerda aquel día en su último libro

Se hacían pasar por estudiantes universitarios, reporteros de Diario 16, militantes del PP y hasta defensores de la lucha contra el cáncer. Los dos pistoleros de ETA que aquel 9 de octubre del año 2000 dispararon a la cabeza del fiscal Luis Portero en el portal de su casa sembraron el terror en toda la ciudad, sobre todo en las horas y días posteriores a aquel histórico atentado. Los terroristas, aún anónimos, huyeron a pie y se paseaban por la calle a la espera de una nueva acción mortal.

El juez Miguel Ángel del Arco -de guardia aquel lunes trágico-, que tuvo que acudir al lugar del crimen en la calle Rector Marín Ocete para encontrar a su compañero tendido y al filo de la muerte, describe en su último libro los rostros de congoja que encontró entre la muchedumbre que se concentraba al otro lado de la cinta policial, el desconcierto y temor de los propios profesionales que hicieron frente a aquella terrible escena y el duelo social e institucional que se vivió en las horas posteriores en Granada.

El juez lamenta el riesgo que se corrió por las discrepancias entre Policía y Guardia Civil

Según consta en el sumario judicial de éste y otros casos de aquel Comando Andalucía, Harriet Iragi y Jon Igor Solana, nacidos en Bilbao en 1974 y 1977, llegaron a Málaga en julio de 2000 con dos letales mochilas llenas de información y material para ejecutar las órdenes que acababan de recibir en Francia. Sus objetivos estaban marcados: el concejal José María Martín Carpena, el socialista José Asenjo, el coronel médico Antonio Muñoz Cariñanos y el fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Luis Portero García, entre otros.

Tras su primer golpe mortal contra el edil malagueño, ambos fueron de nuevo a Francia y regresaron en septiembre a Sevilla, donde alquilaron un piso franco -bajo otra identidad falsa- para organizar desde allí su fatídico viaje a Granada y matar a Portero. Aquí se hospedaron unos días como estudiantes en una habitación alquilada de un piso en el Zaidín que compartieron con otros dos jóvenes, uno de ellos canadiense. En el juicio, uno de los compañeros de vivienda recordó que la noche del asesinato, ya sentados frente el televisor, comentaron la noticia del crimen.

Aquella estancia duró solo una semana, un alquiler de jueves a jueves con un lunes negro de por medio. En cuanto los cercos policiales se relajaron, los terroristas volvieron a Sevilla, donde les esperaba su siguiente víctima, el médico Cariñanos, que fue tiroteado en su propia consulta a plena luz del día. Esta vez la Policía sí los localizó en el intento de huida y consiguió detenerlos tras una persecución de película -con tiros incluidos- por las calles del barrio de la Macarena. Ocurrió el 16 de octubre, justo una semana después del atentado en Granada, y fue el día que muchas personas volvieron a respirar con cierto alivio en esta ciudad, al imaginar que ya no había pistoleros de ETA camuflados entre la gente..

El temor se había instalado entre los cargos políticos y judiciales de una forma rotunda desde las 14.15 horas de aquel lunes 9 de octubre en que Luis Portero perdió la vida en la entrada de su casa. El juez Miguel Ángel del Arco confiesa en su libro - La jauría judicial - que él mismo tenía la "impresión de estar en capilla" durante aquellos días.

Este carismático instructor acudió urgente, pero aturdido, al portal donde fue tiroteado el fiscal con el que tantas horas de trabajo había compartido. Recogió con sus propias manos jirones de ropa y "puede que de materia orgánica". Un escenario que describe como un desconcertante cuadro de Francis Bacon.

Y apuntala en su libro aquella información que circula desde entonces sobre las "rivalidades entre los componentes de las distintas fuerzas armadas" en este caso. Se pensaba en ese momento que los terroristas podrían haber dejado un coche con explosivos en el entorno de la vivienda de Portero y uno de los cuerpos de seguridad trajo en su furgoneta al perro que era capaz de olfatearlos. El juez asegura que los responsables "competentes" en la escena mandaron al "perrito" ajeno de vuelta al cuartel. El coche bomba, que explosionó horas después -sobre las 17.00 horas- a escasos metros del portal no había sido encontrado por los agentes, pero el azar permitió que no hubiera víctimas humanas en aquel lugar próximo a un colegio. Era un Renault 19 robado unos días antes en la calle Arroyo de Sevilla.

El juez Del Arco, que cierra su relato con el título de esta crónica, envuelve el horror de aquellos días en una capa de esperanza y hasta de cierto orgullo. El primer aliento, la donación de órganos inmediata del fiscal, que significó "la bondad frente a la maldad, el amor frente al odio y la entrega frente al vacío". La oposición de un forense a la extracción en aquellas horas hizo dudar al juez, que al final autorizó la operación para hacer prevalecer el deseo del fallecido, ratificado por la viuda.

Y después, las sensaciones contrapuestas del funeral, por la "fraternidad, la emoción y la tristeza" compartidas entre miles de ciudadanos que hasta aquel día puede que ni hubieran oído el nombre de Luis Portero, porque los fiscales no suelen ser estrellas mediáticas.

Pero aquel asesinato de pistoleros agazapados, en su propio portal, a escasos metros de donde le esperaban su esposa y sus hijas para celebrar el día de San Luis, hizo mella en una sociedad que nunca había sentido el terrorismo más cruel tan cerca de su puerta.

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