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Guitarrista de clausura

qué más da. Guitarra: Juan Carlos Romero. Violín: Alexis Lefèvre. Bajo: Manolo Nieto. Percusión: Tino di Geraldo. Fecha: Jueves 29 de septiembre. Lugar: Espacio Santa Clara. Aforo: Lleno.

La guitarra de Juan Carlos Romero produce cierto pudor porque no se oculta en envoltorios sino que aparece limpia, desnuda, asumiendo el desafío de mostrar sus vergüenzas. Las que se entiende que surgen de una búsqueda sin la cual no concibe el arte. "Me educaron para entender esto como algo sagrado. Ahora que estoy en este espacio me pregunto cuánto no tiene mi música de conventual", explicó. Y en ese ambiente de serenidad, prudencia y misterio, propio del ejercicio de la clausura, se envolvió un recital en el que el onubense agarró la guitarra con delicadeza e introspección, como el que se enfrenta al abismo de la hoja en blanco y sabe que la frase perfecta aparece después de muchos borrones. Construyó a lápiz un relato reflexivo que se niega a colorear pero que alimenta con infinitas referencias a pie de página.

Como el de su maestro Manolo Sanlúcar, a quien deseó "que esté entero y feliz" -en alusión a los problemas de salud por los que tuvo que cancelar su presencia en la Bienal-, el toque de Romero es docto, pulcro y austero. Anteponiendo la búsqueda de conclusiones íntimas al aplauso del respetable, al que en ocasiones, en su misticismo, parece pedir perdón.

Ahí disfrutamos de las verdades simples. De un flamenco cuya pureza no está en la naturalidad o en la improvisación sino en el sacrificio y en la investigación que es, al final, un ejercicio más directo de sinceridad porque en él interviene la conciencia. Además de su técnica impoluta, sentimos la emoción misma de cuando alguien tímido comparte una primera confidencia. Evocadora, romántica, intimista, desencantada pero segura ya con lo que es: "Ya no tengo solución pero aunque la tuviera no la querría", confesó. Su guitarra arrancó por taranta un recorrido de caricias por soleares, tangos, bulerías, rumbas... Supo acompañarse de la genialidad de tres músicos como Manolo Nieto, Alexis Lefèvre y Tino di Geraldo que añadieron a su discurso la cercanía y la luminosidad que precisaba.

De especial belleza fueron los radiantes fandangos de Huelva en los que hasta creímos escuchar cantar al violín de Lefèvre. También los tanguillos mecidos con los que acabó el recital y la soleá a ritmo que dedicó a su hijo y para la que descendió a las cavernas de lo hondo. Desde luego sus composiciones, como él mismo bromeó, nunca se las van a quitar de las manos en Los 40 Principales pero, siguiendo con la terminología religiosa, ¡que Dios no lo quiera!

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