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Crítica

La Triana que sobrevive tras el desastre

trianero

Dirección general y coreografía: Antonio Canales. Dirección artística: Ángel Rojas. Guión e idea original: Antonio Canales y Ángel Rojas. Baile: Antonio Canales, Carmen Ledesma, El Polito y Pol Vaquero. Cante: David El Galli, El Maera, Herminia Borja, Luis Peña y Pastora de los Reyes. Guitarras: Antonio Moya y Paco Iglesias. Iluminación: David Pérez. Fecha: Domingo, 25 de septiembre. Lugar: Teatro Lope de Vega. Aforo: Lleno.

No descubrimos nada si decimos que Triana ha sido y sigue siendo el barrio más emblemático de Sevilla. Al estar al margen del corazón de la ciudad, convivieron en él marginados de distintas etnias (incluidos los negros llegados de Cuba). No es casual que las botillerías y los patios de Triana se convirtieran en las cunas del arte flamenco.

También es sabido de todos que, a finales de los años cincuenta del pasado siglo, con la expulsión de los moradores de la Cava de los Gitanos debido, entre otras cosas, a la naciente especulación inmobiliaria, se cercenó para siempre una cultura y un modo de vivir que ya nunca se ha podido recuperar.

Resumir Triana en un poema, una música o una hora y pico de espectáculo es algo realmente difícil. Sobre todo cuando la mayor parte de los espectadores que llenaban anoche el Lope de Vega tenian, cada uno, su propia maleta de recuerdos, ya propios ya heredados de sus mayores.

Pero había que elegir y Ángel Rojas y Canales lo han hecho. Está claro que no querían hablar de jazmines, ni de alfareros, ni del cine de verano de Pagés del Corro, ni de aquel maravilloso patio del Morapio, cerca del cual vivía El Titi, el que después de cargar sacos en el muelle se iba a bailar por tangos como nadie a la parrilla del Hotel Cristina.

En el escenario hay unos altos andamios y un montón de tierra a la derecha que limita las posibilidades de la escena. A la izquierda, el pelotón de vecinos gitanos arrojados a ninguna parte.

A partir de ese momento, con la presencia de dos testigos, quién sabe si dos esbirros del gobernador Altozano, autor de la orden de expulsión, (encarnados por dos bailaores) los gitanos se sientan en corro y hacen lo que mejor saben: cantar y bailar. Sólo dos elementos lo cuentan todo: dos bollos de pan, símbolos del hambre, y un bocado de caballo sobre la cabeza de un pueblo sojuzgado. Pero Triana, que sufre por soleá, también se divierte por bulerías y tangos, porque, como decía Manuel Molina, "a la tristeza se la combate con la alegría".

En el grupo de vecinos hay muchos profesionales que van aportando su arte: la voz de Mari Peña, el baile de caderas asentadas en la tierra de Carmen Ledesma (qué bonito cuando sale a bailar con unos palillos con moños rojos)... y algún aficionado de lujo, como el Maera, hijo del cantaor del mismo nombre y de Esperanza, de aquel inolvidable grupo Triana pura y pura.

Y en medio de todos, claro está, Canales. Un Canales solemne, bailando a ralentí, y el Canales de baile alegre y sabroso que entronca con los bailaores antiguos. Un trianero que se emocionó bailando por sevillanas y oyendo cantar a una de las protagonistas más aplaudidas de la noche (representante de una generación que ya no volverá): Pastora de los Reyes, su madre.

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