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Industria y energía

Fulgor y caída de las materias primas

  • China consume ya más cobre que Estados Unidos y Japón juntos, y más del 9 por ciento del petróleo producido en el mundo.

RAFAEL SALGUEIRO

Profesor de Administración de Empresas.

Universidad de Sevilla

Los robos de metales parecían cosa del pasado, pero volvieron a surgir con cierta frecuencia. Aquí una tapa de alcantarilla, allá un rollo de cable y acullá una tubería o un marco de ventana; sin faltar casos de difícil o peligrosa ejecución, como una pieza de la catenaria del tranvía de Sevilla o una conducción doméstica de gas ¡en servicio! Aunque para casos extremos los de Dominicana, que ha tenido que rehabilitar los puentes afectados por el robo de piezas metálicas; o el de Veracruz (México), donde se desmanteló una fundición clandestina de cobre con un horno de 50 toneladas de capacidad y medios para el control de calidad.

Todo esto respondía a unos precios de los metales que comenzaron la década en valores muy bajos y fueron elevándose hasta alcanzar algunos máximos históricos, como el del cobre (desde 1.300 $/Tm a finales de 2001 a 8.775 en junio de 2008) o el del níquel (de 4.500 $/tm en octubre de 2001 a 54.000 en mayo de 2007). El comportamiento de otros metales fue más moderado pero en conjunto cuadruplicaron su precio entre 2001 y mediados de 2008, según el índice del FMI, antes de la caída precipitada que los redujo a final de año al nivel de 2005. El petróleo partió también de precios muy bajos para avanzar in crescendo hasta la cota histórica de 146,69 $/barril (Brent) el día 3 de julio. Como es sabido el desplome comenzó al día siguiente, cerrando 2008 en el entorno de 45 dólares.

¿Cuál fue la razón de estos crecimientos? Los precios iniciales anormalmente bajos no retribuían ni a los extractores ni a los transformadores y reflejaban un exceso de oferta que comenzó a ser absorbida a medida que se intensificaba el crecimiento del PIB mundial. La propia debilidad del dólar, la moneda de cotización, animó también de estímulo. La minería conoció una subida de los costes de energía y explosivos, escasez de personal especializado y en algunas ocasiones interrupción del suministro de equipamientos, que contribuyeron al encarecimiento. Pero el gran factor explicativo fue la inusitada demanda de unos países emergentes cuyos consumos de energía y materias primas se intensificaron con gran rapidez, agotando muy pronto los stocks y la capacidad ociosa de bajo coste y dando pie a la oferta de recursos más caros, ya procediesen de yacimientos marginales o aprovechamientos de alto coste como yacimientos de petróleo a gran profundidad o las arenas bituminosas de Canadá.

Bastan algunas cifras de China para ilustrar la situación. Consume ya más cobre que Estados Unidos y Japón juntos y fue el origen de un tercio del incremento de la demanda mundial de petróleo en 2007. En ese año consumió casi más del 9 por ciento del petróleo producido en el mundo, frente a poco más del 3 por ciento en 1990.

Los altos precios de la segunda mitad de 2007 y primer semestre de 2008 fueron denunciados por los políticos como el resultado de una especulación desaforada, refugiada en las materias primas tras huir de otras alternativas de inversión. Esta acusación sirve para casi toda elevación inconveniente de los precios y además es cómoda, porque no hay que demostrarla. Es cierto que fondos de pensiones, hedge funds y aún fondos de riqueza soberana acudieron a los mercados de materias primas, pero su volumen de operaciones no explica por sí solo los altísimos valores alcanzados, aunque quizá sí la volatilidad de ciertos momentos. Otro factor que despeja la causalidad de la especulación es la elevación de los precios de commodities no comercializadas en mercados organizados, como el mineral de hierro o el molibdeno, y poco atractivas, por tanto, para los inversionistas. Los stocks en general se mantuvieron en niveles muy bajos, incluso críticos, en contra de lo que debería haber sucedido en una situación dominada por la especulación. En realidad, la demanda real de la mayor parte de los metales y del crudo se mantuvo elevada mientras la crisis se contenía dentro del sistema financiero y parecía que se podría atajar con inyecciones masivas de dinero público.

La trayectoria alcista ha influido en los comportamientos empresariales y tendrá consecuencias en el futuro inmediato y a medio plazo. Se realizaron ampliaciones de capacidad que pueden ocasionar un exceso de oferta y un ciclo bajista sino se recupera la demanda, dificultándose además la recuperación de las inversiones. En el sector minero hubo adquisiciones ahora difíciles de digerir y que exigirán la recapitalización de algunas empresas. En marzo de 2007 Freeport McMoRan completó la adquisición de Phelps Dodge (25.900 millones de dólares) y en julio Rio Tinto adquirió Alcan (38.100 millones de dólares). La propia Rio Tinto se defendió durante un año de una compra hostil por parte de BHP Billiton, a pesar de que llegó a valorarla en casi 150.000 millones de dólares. Los grandes expertos del mundo minero confiaban, pues, en que se mantendría la demanda y unos precios razonablemente elevados; pero eso fue cierto sólo hasta mediados de 2008, cuando griparon las economías occidentales y aún las emergentes.

El rush de las materias primas alimentó también a los Fondos de Riqueza Soberana, valorados al final de 2008 en 3,9 billones de dólares; una cuantía que no debe extrañar ya que el importe del petróleo consumido en 2007 fue de 2,26 billones de dólares.

La situación de dos de estos fondos ilustra, finalmente, los diferentes comportamientos de países beneficiarios de los altos precios de las materias primas. El FIEM de Venezuela, el quinto exportador de petróleo del mundo, estaba valorado en sólo 800 millones de dólares, mientras que el valor del Fondo de Estabilización Económica y Social de Chile era de 21.300 millones de dólares. La revolución bolivariana se sustenta en un programa de reparto público inmediato de los ingresos petroleros, por lo cual resulta imposible cualquier ahorro. La práctica chilena, por el contrario, es muy rigurosa. Su presupuesto público parte de una estimación muy conservadora del precio del cobre y una estimación del crecimiento potencial del PIB que limita el endeudamiento público. Chile pesa más en el mercado del cobre que la OPEP en el del petróleo, pero consideran sus gobernantes que el precio es una variable exógena y que los mayores ingresos en momentos de alza no se corresponden con ganacias de productividad de su economía, por lo cual no emprenden programas de gasto social que no pudieran financiar con la aplicación de recursos del Fondo durante un cambio de ciclo.

La cigarra y la hormiga. Y una lección incluso para nosotros.

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