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Investigación

Ciencia y religión: de la hoguera a la irrelevancia

  • La iglesia española la tiene tomada con ciertos desarrollos de la biología molecular, a los cuales ataca con saña

Manuel Lozano Leyva

Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear

Dos de los primeros físicos que resolvieron ciertas ecuaciones de la teoría general de la relatividad de Einstein fueron el belga Lemaître y el ruso Friedmann. Como consecuencia de sus resultados, predijeron que el universo debería estar en expansión porque se habría generado en un medio denso y caliente hace unos quince mil millones de años. Las galaxias estarían separándose entre sí, lo cual se podría poner de manifiesto si la luz que emiten se desplaza hacia el rojo. Otro ruso, Gamow, completó el cuadro estableciendo que si el universo se generó como decían Friedmann y Lemaître, se habría enfriado hasta unos tres grados por encima del cero absoluto de temperaturas, o sea, a 270 grados centígrados bajo cero. Tres años más tarde de la predicción de Friedmann y Lemaître, el americano Hubble descubrió el corrimiento hacia el rojo de la luz emitida por las galaxias, y en 1965 se detectó la llamada Radiación de fondo de microondas, que mostraba que el universo estaba a poco menos de tres grados de temperatura. O sea, que todo esto, de dimensiones finitas, se generó en una Gran Explosión acaecida hace cierto tiempo, lo que ponía en cuestión los infinitos aristotélicos y sus eternidades en que se fundamentaba buena parte de la teología católica. 

“Había dos vías para llegar a la verdad, y decidí seguir ambas”, declaraba George Lemaître, que además de buen físico era sacerdote. “Nada en mi trabajo, nada de lo que aprendí en mis estudios científicos o religiosos me hizo modificar este punto de vista. No tengo que superar ningún conflicto. La ciencia no quebrantó mi fe y la religión nunca me llevó a interrogarme sobre las conclusiones a las que llegaba por métodos científicos.” Lemaître mantuvo su postura cuando en 1974 se descubrieron las fluctuaciones cuánticas del vacío, que demostraban que la generación de energía y materia podía ser espontánea, es decir, un efecto sin causa. Así pues, detrás de la creación del universo podía estar Dios o no.

La actitud de Lemaître era la que dominaba en el ámbito científico. La histórica controversia entre la ciencia y la religión, tan cruel y furiosamente desatada en ocasiones por las distintas iglesias, parecía haberse superado. Sin embargo, en los últimos años esa concordia ha desaparecido y las distintas jerarquías eclesiásticas, en particular la católica española, han vuelto a las andadas con ánimos renovados.

Las controversias entre ciencia y religión normalmente las han planteado los eclesiásticos, sin duda porque suponían que los triunfos de aquella pondrían en cuestión el poder que detentaban. Galileo siempre se mantuvo fiel a la Iglesia y a lo máximo que se atrevió fue a sostener que aquella debería enseñar cómo ir al cielo, no cómo funciona. El origen de las especies y su evolución por selección natural, aplicada nada menos que al hombre, provocó otra batalla que también perdió la Iglesia. Que un universo cuyos ladrillos sean las inmensas e innumerables galaxias hace entrever que pueda haber vida rica y abundante en el cosmos, máxime cuando se están detectando decenas de planetas de características parecidas al nuestro, o sea, favorables al desarrollo espontáneo de la vida. Se pone así de nuevo en evidencia la inutilidad de la beligerancia eclesiástica, porque el tormento y ejecución de Giordano Bruno fue por sostener intuitivamente la posibilidad anterior. Si a todo esto le añadimos la destrucción por parte de la ciencia de mitos muy queridos para la Iglesia, como la datación precisa del Santo Sudario como manufactura de mitad del siglo XIV, se podría pensar que la guerra tiene su lógica y ningún motivo debiera haber para que sea así.

En España, la Iglesia la tiene tomada especialmente con ciertos desarrollos de la biología molecular, a los cuales ataca con saña en lugar de prepararse para asumir que más pronto que tarde se sintetizará vida en el laboratorio. Los dirigentes eclesiásticos deberían reflexionar, porque puede que hayan cambiado las tornas de quién arriesga más hoy día azuzando el supuesto conflicto entre ciencia y religión.

La Conferencia Episcopal, por ejemplo, debería hacerse la siguiente consideración. En Estados Unidos, uno de los países más religiosos del mundo junto con la India y las repúblicas islámicas, se ha intentado introducir en la enseñanza el llamado Diseño Inteligente, o sea el creacionismo, en pie de igualdad con la evolución de las especies. La sentencia de un juez de Arizona está facilitando que se impida tal barbaridad. En ella sostiene que ese supuesto Diseño Inteligente “no es más que una forma subrepticia de introducir la religión en las escuelas, lo cual está prohibido por la constitución y las leyes”. En España la religión campa por sus respetos en las escuelas e institutos, la Iglesia tiene sus propios centros educativos financiados además por el Estado, los conservadores la miman y los socialistas, además de mimarla, la temen. Y todo ello en un país en el que, según muestran las estadísticas, los aspectos religiosos que más interesan a la población son los culturales (bodas, bautizos, comuniones, funerales y Semana Santa), los ritos apenas se practican y las vocaciones brillan por su ausencia. O la Iglesia española reencuentra la armonía con la ciencia y el progreso que alcanzó en el siglo XX, o inexorablemente y a corto plazo se pondrá de manifiesto de forma palmaria la irrelevancia de su papel en la sociedad, lo cual no la llevará más que a perder sus actuales privilegios.

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