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Investigación

El almacén nuclear sin Berlanga

  • En los 50 o 60 años que se llevan transportando y alamacenando residuos radioactivos jamás ha habido ningún afectado, mucho menos un muerto

Manuel Lozano Leiva

Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear

Uno de los muchos sinsabores que nos trajo 2010 fue la certeza de que Luis García Berlanga no podrá dirigir una gran película sobre la instalación del Almacén Temporal Centralizado de combustible nuclear usado: el famoso ATC. En un reactor nuclear los núcleos de uranio se fisionan, o sea, se rompen en dos núcleos de elementos más ligeros.

El proceso genera energía abundante. El uranio no se rompe siempre de la misma forma, por lo que al cabo del tiempo genera un surtido variadísimo de elementos, algunos de los cuales son radiactivos durante miles de años y, encima, absorben demasiados neutrones por lo que pararían la reacción en cadena apagando el reactor: cada tres años más o menos hay que recargar uranio fresco. Ya tenemos ahí los llamados residuos radiactivos o, mejor, el combustible nuclear usado ya que el 95,6 por ciento de su contenido sigue siendo uranio.

¿Por qué no se separa del resto y se usa de nuevo? Se hace desde hace décadas, pero el proceso es caro y el uranio barato. Así que, por ahora, conviene más almacenar ese combustible usado porque quizá en el futuro nos interese extraer el uranio y el plutonio que contiene para convertirlos en electricidad. Los residuos se almacenan en piscinas anexas a las centrales nucleares y allí permanecen unas décadas durante las cuales su actividad disminuye más del 90 por ciento aunque aún siguen siendo muy radiactivos. Son peligrosos, sobre todo para quienes los manejan, pero se tiene tanta experiencia que jamás ha habido ningún trabajador seriamente afectado. ¿Y para la población? Para que un elemento radiactivo haga daño de verdad hay que ingerirlo o verse expuesto muy cerca durante bastante tiempo a una gran cantidad de él. Para evitar esto, hay que meter los residuos en bidones apropiados y procurar no caerse a la piscina que los contiene. Se han dado casos y no ha pasado nada, pero es mejor no tragar de esa agua. No obstante, con los años las piscinas se llenan y es conveniente centralizar todo el combustible gastado en un lugar para controlarlo y gestionarlo durante, digamos, ochenta o cien años. También se podrían enterrar en un lugar en el que tuviéramos la seguridad de que no iba a pasar a la biosfera, pero sería una pena desaprovechar semejante riqueza futura. Así pues, lo que se suele hacer es meter los residuos en unos recipientes muy bien diseñados de manera que resistan cualquier accidente y se pueda estar junto a ellos sin problema alguno.

Después se transportan hasta un almacén donde quedan depositados de forma que se puede caminar entre ellos con toda confianza. Hay que resaltar que en cincuenta o sesenta años que se llevan transportando residuos radiactivos en todo el mundo y almacenándolos después jamás ha habido ningún afectado y mucho menos muerto alguno. Jamás. El gobierno de España decide centralizar los ocho almacenes que existen en la actualidad. El modelo que elige para el ATC es el holandés, situado en un parque industrial decidido por el técnico oficial de turno y cuyo municipio vecino no tuvo ni voz ni compensación alguna, por no vislumbrarse la necesidad de ello. Pero en España las cosas son diferentes. En las plazas de los pueblos que osan presentarse como candidatos a acoger el ATC se manifiestan ardorosamente unos cientos de personas, normalmente las mismas en todos ellos por lo que suelen ser forasteros. La televisión y demás medios se hacen eco de las algarabías. Infinidad de dirigentes de los partidos políticos se confiesan (o no, según les vaya en el momento de hacer declaraciones) confusos ante la energía nuclear, pero no dudan en amenazar con la expulsión a los alcaldes que se manifiesten a favor de instalar el ATC en su pueblo. El presidente de Castilla La Mancha declara solemnemente que su región ya había dado muestras de su solidaridad en el asunto nuclear. Si se piensa bien ante la vista de ausencia de afectados por la energía nuclear, ¿qué diablos querría decir? La aspirante a su puesto apoya la energía nuclear, pero se opone al ATC porque le preocupa que le quite votos. El presidente de Valencia, otro declarado pronuclear, se opone radicalmente a que se instale el ATC en el pueblo de su comunidad que el Ministerio de Industria considera más idóneo. La vicepresidenta de entonces manda callar al ministro del ramo, el cual ya no sabe si obedecer o salir chillando enloquecido por las calles. Berlanga, sin la menor duda, hace temblar su tumba de la risa que le da este asunto. Al final, lógicamente, el ATC se instalará en la comunidad que parece más sensata: Cataluña, concretamente, en Ascó, donde llevan décadas conviviendo sin problemas con la energía nuclear.

Pero esa decisión se tomará cuando no haya elecciones a la vista o cuando… ¡vete a saber! Mientras, nadie acepta un cargo en el Ministerio de Industria que esté relacionado con la energía eléctrica. Y con razón, porque cualquier persona sensata sabe que si trata de poner orden en este asunto tiene garantizada una enfermedad mental grave. Siempre queda esperar una directiva global europea (o de Obama) de obligado cumplimiento; al fin y al cabo, nos han dado órdenes muchísimo más severas y las estamos cumpliendo sin apenas chistar.

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