Con nuestras puertas cerradas al público, con los juicios, vistas y plazos suspendidos, los abogados nos enfrentamos a un duro reto profesional.
Teniendo que afrontar todas nuestras obligaciones económicas, incluso el pago de las cuotas del Colegio de Abogados y la Mutualidad de la Abogacía (eso si fraccionada) y sin ayuda pública ni corporativa, nos toca resistir a las bravas.
Los despachos que vivimos de la defensa y representación de los ciudadanos de a pie, y que no cobramos por contestar un correo electrónico ni aplicamos tarifa por minutos a las llamadas, lo tenemos especialmente difícil.
Solo podemos mantener la confianza que nuestros clientes han depositado en nosotros, y seguir día a día a su disposición, desde nuestros despachos cerrados o nuestras casas, para resolver cualquier consulta, actuando en los excepcionales asuntos que se siguen tramitando y sobre todo, garantizando que se sigan respetando los derechos y libertades en tiempo de pandemia.
No podemos olvidar que con la declaración de Estado de Alarma se restringen los derechos y libertades individuales en aras del bien común, y nuestro papel, aún con las limitaciones actuales para ejercerlo, es esencial en un Estado de Derecho.
Somos un colectivo generalmente denostado, desprotegido y que no lucha por sus propios intereses, pese a dejarse la piel luchando por los ajenos, por eso en estos días de Coronavirus quiero poner en valor nuestra vocación, profesionalidad y entrega y reivindicar la dignidad de nuestro noble y necesario oficio, a la espera de que llegue por fin el momento de que podamos volver a vestir nuestras togas.
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