Lugares para el recuerdo

El antiguo bar de los juzgados, el mejor centro de mediación

  • Tenia un reservado exclusivo para jueces y fiscales

  • Los abogados despachaban con sus clientes y los letrados de guardia jugaban a las cartas

El bar ocupaba una superficie equivalente a todo el actual vestíbulo

El bar ocupaba una superficie equivalente a todo el actual vestíbulo

El sótano de los juzgados del Prado de San Sebastián albergó durante veinte años un bar que era el mejor lugar para confraternizar y también para solucionar amigablemente los conflictos.

Funcionó desde la inauguración del edificio en 1971 hasta la creación de los juzgados penales en 1990, cuando fue suprimido por necesidades de espacio. Los más veteranos recuerdan que allí se citaban los abogados con sus clientes y se sentaban en una mesa a despachar los asuntos pendientes.

Pero sobre todo era un lugar de encuentro y confraternización donde se solucionaban muchos conflictos sin necesidad de mediación. “Son incontables los asuntos que se arreglaban amistosamente. Solo por eso no debería haberse cerrado”, afirma un veterano abogado.

Era un local alargado que ocupaba todo el sótano del edificio de los juzgados, ahora tabicado y dedicado a diferentes usos. Muchos recuerdan su ambiente sobrecargado porque tenía poca ventilación y en aquella época se permitía fumar en los bares. 

Tenía una parte de la barra, con sus correspondientes mesas, reservada para jueces y fiscales. Era un reservado con otras limitaciones ya que solo podían usarlo los jueces “de pata negra”, no los de distrito pese a que ya se habían integrado en la carrera judicial unificada.

Algunos recuerdan incidentes relacionados con esa exclusividad como la ocasión en que un juez de Sanlúcar la Mayor intentó usar esa parte de la barra y se produjo una pequeña discusión porque no tenía derecho. Al final pudo hacerlo pero fue por ser hijo de un juez y no por serlo de Sanlúcar.

En el bar jugaban a las cartas por la tarde los abogados de oficio que estaban de guardia. Con ocasión de los cumpleaños se invitaba a una cerveza a los compañeros y algunos recuerdan haber asistido a celebraciones de primeras comuniones. 

En las paredes había fotos de Conchita Piquer y Carmen Amaya, de vírgenes sevillanas y carteles turísticos. A lo largo de su historia tuvo dos dueños y a ambos les ayudaban sus hijos como camareros. También trabajaba en sus horas libres un policía municipal de motos que asesoraba cuando a alguien le habían puesto una multa.

Todo el mundo alaba a la cocinera que estuvo más tiempo, que se llamaba Conchita. Las tapas eran mejores que los desayunos y eran famosos los chipirones. Incluso hay una “Banda del Chipi” formada por cuatro funcionarios que desde que cerró el bar siguen quedando para tomar los chipirones en otro local de la zona de Viapol.

Cuando se cerró por necesidades de espacio, el espacio que hasta entonces había estado expedito se separó con tabiques y tuvo diferentes destinos, principalmente archivo de piezas de convicción y clínica forense.

En el sótano del actual edificio hubo también un calabozo que no llegó a abrirse por razones de salubridad porque no tenía ventanas y que finalmente se transformó en almacén.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios