La caja negra

Escaños como percheros

  • Los bares de Sevilla carecen de percheros y obligan al cliente a apilar las prendas en una silla o taburete. En el Congreso sirve de muy poco que haya perchas. La Cámara Baja parece a veces una boda de los salones Osiris con tanto abrigo sobre el respaldo

Abrigos sobre los escaños en el Congreso de los Diputados

Abrigos sobre los escaños en el Congreso de los Diputados / Efe (Sevilla)

LOS bares de Sevilla tienen una carencia que se pone de manifiesto en cuanto llegan los fríos y hasta el Giraldillo tirita y se pone mirando a José Gestoso por si le dejan un abrigo de alquiler. En nuestras tabernas hay casi de todo, incluso mierda en las paredes, ¡pero no hay percheros! Llega usted con la peña de amigos, se quitan todos los abrigos, chambergos, tabardos o pellizas, según los casos, y siempre hay un voluntario que busca una silla o un taburete para apilar las prendas. Qué horror, qué efecto más antiestético y que forma de contagiar los malos olores de un abrigo a otro. Si pone el suyo abajo se lo arrugan. Si lo coloca el último corre el riesgo de que alguien le derrame la cerveza o le eche encima la tapa de chistorra grasienta. Y no digamos la gracia que provoca ese cliente que llega preguntando tan amable como contundente por el taburete: “¿Está libre?” Dan ganas de responderle: “Hijo de tu madre... ¿No ves que está cargado de abrigos?”. Ea, pues como en Bollullos, cada uno tiene que recoger el suyo y echárselo sobre el antebrazo como la cola de un elegante nazareno de ruan. 

En Sevilla no hay un bar sin aire acondicionado, como tampoco los hay con percheros. El tabernero pone paragüeros para que deje usted el suyo nada más entrar y no le empape el suelo, pero los abrigos le importan un comino, que diría su muy crispada señoría de la Carrera de San Jerónimo. ¡A los abrigos que le vayan dando! Un perchero ocupa sitio. Y el espacio es para los clientes, que son los que consumen y gastan. Las bicicletas son para el verano, las torrijas para cuaresma y los guardarropas para el Lope de Vega.

Hablando de la Carrera de San Jerónimo, esta semana hemos visto la gran cantidad de diputados que no usan los magníficos percheros que hay en el pasillo circular que bordea el hemiciclo. Unos percheros de categoría, que se diría. Los tíos van y cuelgan los abrigos de los respaldos, como si fueran invitados a una boda en los salones Osiris, de esas en las que siempre ponen un menú similar: consomé, entrecot con patatas panaderas, postre de la casa y copa de carbónico de marca inconfesable. Algunos acuden a votar la investidura como a la barra libre de uno de esos enlaces en los que se entrega a los novios el sobre con el dinero a ojos de todo el público. Sus Señorías no sólo emplean cada vez un lenguaje más grueso y desvergonzado, sino que pueblan de abrigos los respaldos ofreciendo una imagen tabernaria. Entre tanta prenda mal colgada y tanta crispación, al Congreso de los Diputados podrían echarle una capa de serrín por si a alguno le da por echar salivazos entre las colillas.

Dicen que la decadencia de un club se nota cuando los empleados van mejor vestidos que los socios. Hace tiempo que en el congreso los más elegantes y correctos son los ujieres. Y conste que la elegancia no está en la corbata, la prenda que Bono, siendo presidente de la Cámara Baja, se empeñaba en promover y que hasta regaló a un ministro de cuello abierto. Si hay que elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es sencillamente normal (Suárez dixit), nuestros diputados lo están bordando. Sin duda. Hablan como si estuvieran en la calle, y se enzarzan en discusiones, se interrumpen y se descalifican como si también estuvieran en la calle.

Hace falta alguien que ponga cierto orden, que haga valer determinados principios estéticos, como ocurre en el Aero, el selecto club de Sevilla donde, por cierto, han entrado recientemente nuevos socios como el catedrático Borja Mapelli, el empresario José Manuel Entrecanales, el abogado Alberto Pérez Solano y el presidente de la Caja Rural, José Luis García Palacios. En el Aero, decíamos, no se tolera que alguien coloque el abrigo en el respaldo del asiento del comedor. Qué estampa más deplorable. Enseguida llega un amable camarero que con todo tacto se ofrece a llevarlo al guardarropa. Criterio se llama.

El Congreso está como un bar de Sevilla en invierno. Cualquier día alguien usa un escaño para amontonar los abrigos. Y ya saben que los olores se transmiten.

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