Política

Espadas arranca el curso político con todos los frentes abiertos

  • Una semana horrible para el alcalde. La comparecencia de su mujer en el Parlamento, la reaparición de Susana Díaz, un cambio descafeinado del gobierno y la polémica con el Alcázar lastran su particular septiembre

El catedrático Manuel Marchena hace una indicación al alcalde en un acto reciente en el Ayuntamiento

El catedrático Manuel Marchena hace una indicación al alcalde en un acto reciente en el Ayuntamiento / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

O una semana horribilis si usamos aquella expresión que hizo popular la Reina de Inglaterra para aludir a los hechos que durante todo un año azotaron a la Monarquía británica. Juan Espadas está sufriendo este septiembre. Se empeña en combinar la Alcaldía con el liderato de los socialistas andaluces. Una serie de hechos adversos han coincidido en el tiempo: la declaración de su mujer en la comisión de investigación de la Faffe en el Parlamento, la remodelación descafeinada del gobierno local, la polémica reforma de los estatutos del Real Alcázar, joya de la corona de los monumentos a cargo del Ayuntamiento; la presencia de Susana Díaz tanto en el Parlamento tras jurar el cargo en el Senado como en TVE por todo lo alto, donde ayer recibió todo un masaje rehabilitador, y para colmo las reivindicaciones del sindicato de la Policía Local que exige el cobro de las horas extraordinarias prestadas durante la pandemia, sobre todo –¡cómo no!– con vistas las fiestas mayores.

¿Alguien se da cuenta de cuánto sufre un alcalde? Pues súmenle la secretaría general de un partido en un ámbito regional donde todavía hay rescoldos del susanismo y le miran con recelo en provincias del Oriente. No, no ha sido una buena semana para este político moderado que tiene muy poco que ver con el adanismo, el travoltismo y el narcisismo de Pedro Sánchez, pero es con quien le ha tocado relacionarse. Si fuera ciclista, Espadas sería una especie de Marino Lejarreta, aquel que siempre prefería arrancar las etapas en la cola de pelotón e ir poco a poco avanzando posiciones, siempre con discreción, sin aspavientos, sin que lo notaran ni los comentaristas. De pronto, cuando quedaban dos o tres kilómetros, Lejarreta aparecía en la cabeza de la carrera.

Espadas sabe sufrir. Lo demostró en 2011 tras obtener el peor resultado del PSOE en unas municipales en Sevilla, considerado el fortín del socialismo andaluz por excelencia. Supo aguantar cuatro años frente al alcalde de los 20 concejales. Al principio fue duro, durísimo, visitar los barrios en pleno apogeo del denominado efecto Zoido y sin prácticamente eco mediático. Supo esperar. A la primera oportunidad –las elecciones de 2015– consiguió la Alcaldía con un aumento de sólo dos concejales (de once a trece). Hasta hoy. Lleva conocidos cinco portavoces del PP. Y todo indica que será el primer alcalde en dimitir en la historia de la democracia en Sevilla.

El presidente Moreno y Susana Díaz, esta semana en el Parlamento El presidente Moreno y Susana Díaz, esta semana en el Parlamento

El presidente Moreno y Susana Díaz, esta semana en el Parlamento / Efe (Sevilla)

Es probable, muy probable, que estos días atrás hayan sido los más amargos para Espadas. De alcalde se ha negado siempre a dar pábulo a asuntos relacionados con parientes de rivales políticos. De alguna forma ha considerado sagrados a los familiares de los dirigentes políticos cuando a sus manos ha llegado documentación comprometedora de gente del PP.

Jamás olvidará que hayan hecho comparecer a su mujer en la comisión de investigación del Parlamento (la comisión peor organizada y más inútil de cuantas ha habido) cuando había 1.500 trabajadores contratados por la misma fundación y sólo se trataba de dejarla en evidencia por ser la señora del ahora líder de los socialistas andaluces. Encima, el propio Gobierno andaluz reconoce que se han pasado y que no volverá a ocurrir, cuando el daño está ya hecho. Si de verdad la contratación de Carmen Ibanco en 2007 es el icono del enchufismo en la denominada administración paralela, los partidos del Gobierno y su socio parlamentario deberían seguir adelante después de haber hecho uso nada menos que de la Cámara. Pero todo ha quedado en un amago tan ineficaz como inelegante.

Susana Díaz ha dejado claro esta semana que no pasará desapercibida. Se presentó en el Parlamento, ocupó su escaño y se dejó fotografiar con el presidente de la Junta, quien con agrado le correspondió con su mejor sonrisa modelo Floid. ¡Encantados ambos de chinchar a Espadas, que sigue de alcalde y sin asiento en el Parlamento! A mi Juan (Espadas) le vinieron a decir que si no quería caldo, dos tazas. TVE, además, emitió ayer una larga entrevista con la nueva senadora, previo reportaje sobre su trayectoria política y su fuerte arraigo en la sociedad andaluza. ¡Al suelo que vienen los nuestros!, pensaron muchos socialistas que hicieron la guerra para acabar con el susanismo. Díaz ya vivió un exilio en el Congreso de los Diputados por decisión de José Caballos, factótum de los socialistas sevillanos durante muchos años, que la quiso quitar de Sevilla y Andalucía. Aquella etapa le sirvió para hacer contactos y volver más fuerte. Astuta ella, convirtió el castigo en una oportunidad. Veremos si ahora sigue el mismo protocolo.

Tampoco ha salido bien el proyecto de reforma de los estatutos del Alcázar, donde por sorpresa trascendió esta semana que son sacados del patronato los expertos, aristócratas, banqueros y otros personajes que tradicionalmente han aportado su conocimiento, influencias y prestigio al servicio del monumento. Incluso los ex alcaldes de Sevilla han tenido el derecho de formar parte del consejo. Espadas quiere un patronato exclusivamente con concejales. Esto es, sólo políticos. Esta reforma, que tendrá que ser debatida en el Pleno, fue contestada en la última sesión por varios de los expertos afectados de tal forma que habrá una nueva sesión para ser explicada con más detenimiento y, sobre todo, con menos prisas. Es raro, muy raro, que Espadas elimine de la primera línea de la gestión del monumento a sus propios fichajes (Marañón, el duque de Alba, Benito Navarrete...) que fueron anunciados como éxitos a principios del mandato. La misma Enriqueta Vila votó en contra de la reforma. Se vacía ya la presencia de la sociedad civil en el último consejo de gobierno de la ciudad que quedaba. Todo para la política. A partir de ahora, estarán concejales y el consabido puesto para los sindicatos (con voz, pero sin voto).

La esperada remodelación del gobierno local resultó a todas luces descafeinada. Se dilata la decisión sobre el sucesor. Todo el mundo esperaba un vicealcalde o un paso al frente en la sucesión, y nos topamos con Sonia Gaya como presidenta del Pleno. Ese cargo no lo podía desempeñar más Espadas. Gaya, susanista de pro, le había sustituido con acierto varias veces. No tomar partido por ninguno de los dos delfines (Cabrera o Muñoz) es una forma de dilatar el problema. No hay todavía fumata blanca, pero sí se nombra camarlenga interina. Hay que tener en cuenta dos normativas al respecto. Según la legislación local, si Espadas renuncia, no se produce una nueva votación, automáticamente el puesto pasaría a la primera teniente de alcalde (Gaya) que a su vez tendría que renunciar , así como todos los correlativos hasta que se llegara al elegido. El susanismo resistente no está por la labor de que Gaya renuncie, así que el problema está sobre la mesa.

Por otro lado, los estatutos del PSOE marcan claramente que un alcalde no necesita primarias para revalidar su candidatura. Por lo tanto, la opción de un alcalde interino y un candidato posterior no es descartable siempre que el interino ceda. Puede que Muñoz acepte una interinidad –pues es el favorito de Espadas, pero no del partido– pero lo tendría difícil en unas hipotéticas primarias contra Cabrera, que tiene más apoyos orgánicos y carece de temores ante un proceso interno. El teniente de Seguridad sólo tiene que despejar su problema judicial por el asunto del bar de Los Remedios de la pasada Navidad. Y recuperar la paz con el sindicato de la Policía Local, que esta semana ha exigido cobrar los atrasos.