La caja negra

La fase de la gran incertidumbre

  • Los bares abren con timidez, en la misa ya no se insta a dar la paz y los veladores altos son la solución para los negocios que no tienen terraza. ¿Pero pueden ya los abuelos ver a los nietos? ¿Pueden los mayores estar en una terraza por la noche?

Un bar abierto en el día de ayer

Un bar abierto en el día de ayer / Antonio Pizarro (Sevilla)

En las calles se perciben pequeñas muestras de alegría. La fase uno no ha limpiado el barniz de melancolía del callejero. Pero hay reencuentros que son alegres. La gente llevaba más de 50 días sin verse. No podemos abrazarnos, lo que nos obliga a jugar con un lenguaje expresivo más elocuente. Con la mirada y con la palabra. Resulta interesante. Se trata de expresar pero quizás con un esfuerzo intelectual mayor, lo que siempre resulta edificante. Los curas ya no instan a darnos la paz, lo cual se agradece. Eso de apretar la mano de los desconocidos nunca fue bien visto por muchos, pero se acataba.

Distinto es arremolinarnos junto a un velador alto como si nada hubiera pasado. Oiga, eso no. Se pueden abrir las terrazas al 50%. ¿Pero de veladores bajos o de veladores altos? El velador alto surgió tras la crisis de 2008. Los hosteleros le llamaban el quitamiedos. La factura era lo mismo, pero no repelía como una mesa con cuatro sillas vestida con mantel gordo. Hay quien abre para desayunos con la idea de hace 30 euros y acaba recaudando 48 euros. ¡Óle! Hay quien abre la tienda de ropa y no entra nadie a la una de la tarde.

Hay quien no abre. El Rinconcillo, La Raza, Robles, Becerrita… La aristocracia de la hostelería sigue con la persiana echada. Los japoneses envían las viandas a domicilio. Con suerte te regalan dos botellines de cerveza nipona. El Mercantil de la calle Sierpes sigue cerrado. La cervecería ‘El Jota’ de Luis Montoto monta un número que da la vuelta al mundo por medio de los mensajes y las redes sociales. Los clientes acuden como si no hubiera pandemia. La Policía interviene. Multazo que te crió. Alguno se creía que era Martes Santo. La fase uno es la de la gran incertidumbre, las preguntas sin respuesta clara. ¿Pueden ya los nietos ir a visitar a sus abuelos? ¿Pueden los niños estar en la terraza de un bar? ¿Los mayores pueden ir a un bar fuera de su horario de paseo? Las preguntas se amontonan. Lo único claro es lo de siempre: paciencia, esperar, no precipitarse. Con un Gobierno que rectifica sobre la marcha y unos bares donde se aprecia la necesidad de recaudar como sea, conviene permanecer quietos y con cautela. Los supermercados siguen con existencias como en los últimos 50 días. No se han acabado los productos. La cadena de producción ha funcionados.

Los santos están en sus altares o cerca de los fieles, como el Gran Poder y la Macarena. Los templos han abierto y los canónigos confiesan en la Catedral, por lo que algunos dejarán ya tranquilos al arzobispo Asenjo. Llovió por la mañana, pero las taquillas de la empresa Pagés en la Plaza de Toros abrieron para devolver los importes de los abonos. Algunos mayordomos de cofradías regresaron por fin a los despachos. Algunos se dedicaron a devolver el importe del almuerzo de hermandad no celebrado.

Otros retornaron al puesto de trabajo y se encontraron con un obsequio de cuaresma: la nueva edición de Cómo llora Sevilla del Padre Cué. Un trabajo en el que Miguel Gallardo ha puesto el mejor empeño y el dúo Salazar-Bajuelo unas cuidadas imágenes. No solo abren los bares y las tiendas de ropa. También las librerías, como una de bajo coste que hay junto a la Campana, donde antes de entrar hay que matar al “bicho”. La confitería sigue cerrada, pero la cervecería que hay cerca (donde tiran Alhambra) abrió con la mitad de sus veladores. Religiosamente. Galán, uno de los establecimiento de ropa de caballero más elegantes, tiene estilo hasta en los productos de higiene en tiempo de pandemia. A la entrada hay una mesa con todos los productos necesarios y con el sello de elegancia propio de este negocio de estilo británico en el corazón de Sevilla. Los barecillos que hay en las calles traseras a la Campana hicieron su pequeño agosto. Están menos expuestos y aprovechan los veladores altos para justificar la clientela.

El Señor bajó a recibir a sus fieles en su casa de San Lorenzo. En andas, más cerca de unos devotos que no hubieran podido acceder al camarín. La Macarena también bajó. Imágenes para la historia de la ciudad en tiempos de pandemia, como las barcas navegando por la Alameda en la última riada o los grabados de la última peste. Al final son las imágenes que quedan. La ciudad vacía y el Gran Poder y la Macarena a ras de suelo. En la calle Cuna no está abierto aún el espléndido Baco. Las peluquerías abren pero con lista de espera. El Labradores abre pero en su sede de Los Remedios y con limitaciones. La Policía Nacional patrulla la Encarnación. En los negocios de chinos que arreglan móviles hay cola de espera. Han sido demasiados días de uso sin servicio técnico.

Todo el mundo pregunta qué puede hacer y qué está prohibido. La fase uno es la de la gran incertidumbre. Queda claro que no se puede ir a las playas de Huelva y Cádiz, pero no se sabe a ciencia cierta si un abuelo puede estar en una terraza por la noche o si puede ser visitado por un nieto. Hemos leído y visto informaciones contradictorias al respecto. Volverán las ventanillas a los mostradores. Quizás el minimalismo haya quedado herido o vaya camino de la muerte segura. Tanto acercarnos unos a otros en las sucursales bancarias y habrá que retornar al mostrador de madera. Usted aquí y yo allí. O mejor dicho: tú en ese lado y yo en el otro. Empezamos con el tuteo y acabamos sin darnos la misa en la paz. Somos de extremos. El velador alto no funciona como medida intermedia. El codo en la barra o el mantel gordo. Somos barrocos en todas las fases.

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