La caja negra

La obsesión por el pico

  • El presidente del Gobierno se reviste de director de recursos humanos y precisa cómo se podrán recuperar las horas de trabajo. Hoy es domingo de Pasión aunque no lo parezca. 

El traslado de una paciente

El traslado de una paciente / Juan Carlos Muñoz (Sevilla)

Disfruten del silencio mientras se alcanza el pico. Todos esperando la llegada del pico. El dichoso pico que no llega. Es uno de los conceptos estrella de esta crisis para que se nos receta confinamiento y buen humor. No sabemos cuál es el pico. No sabemos casi nada. Pero disfrutemos de ese silencio que es como un alivio añadido. “Desde mi casa oigo hasta los bip-bip de la caja del supermercado”. Y fíjense cómo el presidente del Gobierno, el mismo que decía en tiempos de novicio que suprimiría el Ministerio de Defensa, habla de la moral de victoria y de la disciplina, valores castrenses por antonomasia. Está claro que si hay dos colectivos que deben salir reforzados de esta pandemia son los médicos y los militares.

Pedro Sánchez tiene mala cara. Muy mala. Rajoy debe estar bendiciendo la moción de censura que lo sacó de la Moncloa. Se esfuerza por dar una lección de coaching a los españoles. Porque eso es lo que parece cada una de sus comparecencias. Dice que ha hecho un “descubrimiento maravilloso” en esta crisis: la reacción de los españoles. Claro. Y algunos de esos españoles han hecho también el suyo: el silencio, la ralentización de la vida cotidiana en la sociedad de las prisas, las misas por televisión… ¿Recuerdan que Podemos las quiso quitar? Ahora resulta que hay más curas en la televisión y en los ordenadores portátiles que nunca. Algún conocido sacerdote de Sevilla no renuncia a hacer la compra en el mercado de abastos de la Encarnación. La liturgia de la vida cotidiana tampoco se altera, ¿verdad, reverendo?

El número de muertos sigue subiendo sin que se otee el dichoso pico. El doctor Simón será para siempre la cara de la crisis del coronavirus, como Acebes es la cara del 11-M para todos los españoles. Ves la cara del abulense y te acuerdas de los trenes ardiendo hechos chatarra. El día de mañana veremos la cara del director de Emergencias y nos acordaremos del tiempo que vivimos confinados. Y eso será señal de que estamos vivos y que habremos superado estas horas de silencio. Si de esta crisis salimos verdaderamente mejor se habrá recuperado el respeto por la figura del médico, habrá aumentado el aprecio por las fuerzas armadas, serán más valorados los profesores, las limpiadoras, los camioneros, etcétera. Pero no falta quien avanza ya que olvidaremos pronto, porque la mente necesitará desfogarse, liberarse de los corsés y abandonar las azoteas.

Para los niños nunca los hermanos fueron tan fundamentales para jugar y hacer llevadera la jornada. En la Giralda no hay ministriles, pero sí se proyectan las imágenes de profesionales de la sanidad, los nuevos héroes con mascarillas de esta sociedad que hasta antes de ayer sufrían agresiones en las consultas. No habrá suficiente oro para tantas medallas que merecerán los sanitarios cuando todo acabe, cuando el ruido vuelva a invadirnos y la prisas marquen de nuevo nuestra existencia.

Hoy es Domingo de Pasión en Sevilla. Lo es. Aunque no lo parezca. Las túnicas no se extienden en los salones de las casas, ni las imágenes se ofrecen para el culto más íntimo. A partir de mañana quedan suspendidas las actividades no esenciales. El presidente del Gobierno se reviste de director de recursos humanos y precisa cómo se podrán recuperar las horas de trabajo. España le entrega los cuadrantes para que haga las combinaciones. Ingrata tarea. Nada nos sorprende después de oír a un jefe del Ejecutivo explicarnos que podríamos pasear con el perro. Los empresarios defienden su imagen ante la sociedad.

Una lavandería está abierta en la calle Muñoz y Pabón. Las máquinas funcionan a base de monedas. Una casa de comidas del mercado del Arenal ofrece su relación de platos del día. Los 250 gramos en ensaladilla se cotizan a tres euros. El salmorejo es más barato: 2,50 euros. De postre no hay torrijas pero sí macedonia de frutas a 1,50 euros. Advierten que los domingos cierran. Estos domingos no son de precepto, sino de streaming. Se recuerda que no se debe oír la misa en pijama. En la calle Cuna hay un conocido vecino que se pone cada día la chaqueta. Es una maniobra de supervivencia, dice.

Hay un sector al que no le afecta el confinamiento en su vida cotidiana: las monjas de clausura. Su confinamiento es voluntario. Hasta hace poco rezaban por un mundo sumido en un movimiento vertiginoso desde su serenidad de patio y celdas, y ahora lo hacen por un mundo confinado. De vez en cuando se oye una campana que recuerda que ellas siguen ahí, en sus faenas rutinarias. Como suena una flauta y es la del indigente de siempre, que sigue vivaqueando con y sin alarma. De pronto deja de tocar, deja salir su enfado con el mundo y vuelve a tocar. No hay clientes en los veladores, pero él sigue fiel a su ruta, como el vecino de Cuna se peina, se acicala y se pone el traje. Cada cuál hace lo que puede.

El presidente se va como lo hace el tío de la flauta. Pedro Sánchez no ha lucido corbata negra. Teodoro García Egea, el secretario general del PP, sí la luce, al igual que su jefe, Pablo Casado, y el líder de Vox, Santiago Abascal. En las redes sociales la gente se entretiene enumerando sus cofradías preferidas, una serie de hechos de su vida de los que uno es falso y cosas así. La periodista Mariló Montero se estrena en Twitter. Canal Sur Televisión bate marcas de audiencia. Los muertos han subido. Y lo peor es que sabemos que hoy también lo hará. Hasta le hemos regalado una hora más a la señora de la guadaña. Hoy nadie llegará tarde al pregón de Julio Cuesta. Nadie toserá en el patio de butacas. En el fondo estamos como el tío de la flauta: jurando en arameo.

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