La caja negra

El puro de Imbroda

  • El consejero de Educación y Deportes disfruta de los veladores altos en la noche sevillana mientras Marín y Garicano pugnan por colocar a sus cuadrillas

Javier Imbroda

Javier Imbroda / (Sevilla)

UN conocido socialista lo dijo con orgullo mientras apuraba una cerveza con el codo apoyado en la ventana del establecimiento: “El dueño del Casablanca fue el primero en ver que esta esquina sería rentable tras la peatonalización de la Avenida”. Un lugar abierto, espacioso, con su cuota de jardín y con derecho a la contemplación de la arquitectura regionalista del edificio de Hacienda (antiguo teatro) y la almohade la torre de Abd el Aziz. Una esquina ligeramente apartada del carril peatonal de la Avenida, con derecho a ver sin ser visto, como si uno estuviera en la pecera del Aero a la espera de un café con servilleta de tela con el logo de la entidad. No hay cosa que le guste más a un sevillano que estar en la plaza de toros mirando dónde está sentado cada uno: quién en el palco del convite con derecho a puro y refresco aliñado, quién en las barreras que cede el teniente a su criterio, quiénes son las damas de mantilla blanca...

La esquina del Casablanca tiene mucho de plaza de toros sin areneros. Es la taberna a la que acude la Sevilla que desea una cuchipanda en el centro sin soportar un ambiente de turistas, el sitio al que se recurre tras los funerales en la parroquia de Santa Cruz, en la iglesia del Señor San Jorge o en la capilla de Los Estudiantes, tras la presentación del libro donde el canapé es más cortito que la legislatura de Pedro Sánchez y tarda más en salir que el decreto de la nueva estructura de la Junta. El Casablanca tiene mucho de acudidero tras los actos del Alcázar, del que el alcaide Bernardo Bueno, en plan alguacil de la plaza, despeja al personal antes de que empiece la sesión golfa. Tiene mucho de escaparate un pelín retirado al que se acude expresamente, por lo que el sitio se ahorrar ese público de paso que sólo ejerce de mirón. 

En el Casablanca estaba en la noche del jueves uno de los nuevos consejeros de la Junta de Andalucía, el muy respetable Javier Imbroda, apuesta personal de Albert Rivera para las parcelas de Educación y Deporte. Imbroda se ha orientado pronto, ya nos habían cantando las mil maravillas de este independiente que sabe –está visto– donde sirven uno de los más célebres aliños de patata. El centro-derecha tarda en arrancar el mastodonte de la Junta, el gobierno parece que sufre el síndrome del filete empanado, pero al menos hay consuelo (gitano) cuando vemos que algunos consejeros están en plena forma.

No hay esquina mejor en el centro de Sevilla para disfrutar de un buen habano, don Javier, y echar plácidamente más humo que un tren perdido. El Guadalquivir era en tiempos el puerto y la puerta de Indias, y esta esquina de la ciudad es el acceso de miles de sevillanos al centro histórico y comercial, la gran puerta de entrada a un centro cada día más inhóspito. Muchos van como San Fernando, un rato a pie y otro andando, pero siempre entre veladores y ciclistas. Otros van en tranvía, el más corto del mundo, idóneo para ir del Prado de San Sebastián a la barra de la Barbiana, como el concejal don Jaime Raynaud, hoy viceconsejero de Fomento.

Imbroda fuma. Y el que fuma espera. Tal vez aguarda a que acabe el duelo de alacranes entre Marín y Garicano, el relojero y el economista, el andaluz de Sanlúcar y el que tiene el acento de Pucela, el comerciante del pueblo y el tecnócrata reconocido. Garicano quiere imponerse desde fuera, protagoniza su particular asedio al cuartel naranja andaluz mientras tuitea en inglés. Y Marín, que tiene más horas de calle que un limpiabotas, se resiste más que un niño a soltar un juguete prestado. A río revuelto, Imbroda en el Casablanca, en uno de esos veladores altos que la crisis económica multiplicó y que fueron bautizados por un empresario de hostelería como los quitamiedos, cuando se comprobó que el personal evitaba el asiento y el mantel por miedo al facturón. La cuenta es la misma, pero el taburete repele menos.

El cambio ha llegado ya de la mano de los independientes con la cabeza bien amueblada. Imbroda tiene tan claro que hay que reforzar la autoridad del profesor como acudir a buenos abrevaderos, que con el yantar no se juega. Sin complejos, con su puro. Transparencia se llama. Rajoy, en cambio, se esconde en los reservados para darle al cigarro. “Chichichí”. Ahí empezaron tal vez los complejos del PP que tiene un hijo (Vox) que se le ha marchado de casa dando un portazo. Imbroda acude a la misma terraza a la que hace muy poco llevó Moreno a su amiga Soraya Sáenz de Santamaría, en aquellos días que nadie daba un duro por conocer a un presidente de la Junta del PP, en aquel tiempo en que el hoy presidente veía que estaba más solo que los despachos de la Junta por la tarde.

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