La caja negra

Un 70% menos de tráfico en Sevilla

  • La ciudad se va parando poco a poco como un trasatlántico hasta dejar la circulación en los mínimos que debieron conocer nuestros abuelos en su día a día. El Vaticano abre la puerta a las procesiones en septiembre y olvida que con el no también se educa. 

La Ronda histórica completamente vacía.

La Ronda histórica completamente vacía. / Antonio Pizarro

El taxista del trayecto de ida se lava las manos con gel hidroalcohólico. Lo hace con los guantes de protección puestos. En silencio. El de regreso no es que hable mucho, pero se confiesa de pronto ante el vacío de las calles: "Estoy echando de menos el tráfico". Y suspira: "Pero mucho de menos". Dan ganas de responderle: "Sin pecado concebida, hermano". El tráfico ha caído. La percepción del taxista tiene números. El jueves lo hizo un 70,5% en Sevilla. El lunes, martes y miércoles los descensos fueron del 58%, 66% y 69%, respectivamente. Una bajada progresiva que demuestra la desconexión del personal. Un confinamiento progresivo. La ciudad se va deteniendo como un trasatlántico. 

El mapa del virus aparece en blanco en Andalucía. Los expertos no saben si es que aguanta menos en el sur o es que todavía no nos ha llegado el gran azote. Por si acaso el consejero de Salud nos alerta de que tenemos que estar preparados para lo peor. ¿Todavía más? Una ciudad de casi 700.000 vecinos que pierde un 70% de tráfico en una semana es una urbe al ralentí, de servicios mínimos. Esta Sevilla silenciosa debió ser la que oyeron nuestros abuelos, pero con calles asfaltadas y teléfonos inteligentes. 

El aire está más limpio pero la atmósfera es más triste. Se oye a los pájaros y se percibe cierto halo de melancolía que la televisión trata de enmascarar con vídeos de homenaje a sanitarios, transportistas y cajeros. Es una suerte de periodismo de supervivencia, de coaching para que la población no se venga abajo. Ahora sabemos que los camiones de la carga y descarga acceden con mucha más facilidad. Ahora nos explican hasta la cadencia del reparto del papel higiénico. Hay tutoriales sobre cómo fabricar mascarillas caseras. De pronto hemos comenzado a escrutar y valorar todo lo que antes dábamos por hecho. Hasta hay vecinos que aplauden a una barrendera de Lipasam.

Pero poco habremos aprendido de esta crisis si no salimos de ella con ciertas lecciones claras. La ciencia se resintió a las primeras de cambio en la crisis financiera que estalló en 2008. La ciencia, esa cenicienta que se paró en muchas universidades y fundaciones al no dar frutos inmediatos ni logros rápidos para ser rentabilizarlos por una clase política que necesita victorias a corto plazo. Ya hace 18 años, con las casi 500 muertes en Oriente Medio por un coronavirus, se inició una investigación con una financiación que se fue perdiendo. La puntilla fue aquella crisis económica que superpobló de economistas los platos de televisión y mandó a los científicos al limbo.

¿Y que pasó con el hospital militar? Un buque varado en el puerto de la desidia que ahora nos hubiera venido de dulce en una región donde se anuncian hoteles medicalizados. El Vigil de Quiñones está abandonado y saqueado para vergüenza y pena de los andaluces. En la misma ciudad tenemos un estadio con jaramagos y un hospital del que han birlado los tubos de cobre con total impunidad. Lo tuvimos todo y ahora faltan mascarillas. Algo habremos hecho mal. 

Un tal Torra miente en la BBC. El separatismo catalán se retrata. El consejero de Salud, Jesús Aguirre, ofrece números y más números sobre la crisis. Muchas hermandades organizan la atención a los olvidados. Algunas llaman a sus mayores. Los familiares lo agradecen en las redes sociales, donde no todo es una puerta trasera de urinario. Estar solo en casa, con una edad más que avanzada y recibir, por ejemplo, la llamada de la Hermandad del Gran Poder debe ser una inyección de ánimo. El Papa lo proclamó en sus primeras veinticuatro horas de pontificado: "La ancianidad es la sede de la sabiduría"

De madrugada, en pleno silencio interior y exterior, trasciende un ensayo francés sobre una posible vacuna a base de antibióticos y no de antivirales. Mientras tanto sólo se puede confiar en los test, en la detección precoz y en el inmediato aislamiento. 

Las ruedas de prensa se organizan mañana y tarde. Políticos, militares, técnicos y más políticos. Nadie quiere quedarse atrás. Hay quienes dan datos y hay quienes ofrecen mítines. Incluso hay quien se atreve a decir una verdad cuando se le pregunta por el bajo índice de muertos en Alemania: "No lo sé". Habría que reconocer con más frecuencia que no se sabe de algo. Y no pasa nada. Sobran vendedores de crecepelo en tiempos adversos.

El Vaticano sorprende de pronto al permitir procesiones de Semana Santa el 14 y 15 de septiembre. El decreto lo firma el cardenal Sarah, que visitó la Macarena en febrero de 2019 tras estar con la Hermanas de la Cruz. Veremos cómo estamos en septiembre y en qué condiciones encaramos un otoño que en Sevilla estaría marcado por la salida en andas del Gran Poder hacia varios barrios de las periferias. Hay quien echa de menos el tráfico y, por supuesto, quien añora unas procesiones para las que todavía faltaban dos semanas. Quizás estamos educados en tener derecho a todo y ya nos quieren pone el chupe para que no lloremos como niños. Cabría recordar el título del libro: con el no también se educa. 

El portavoz del PP en el Parlamento, José Antonio Nieto, comparece con los guantes de protección. El socialista José Fiscal también. El ex consejero habla de los enfermeros y las enfermeras, una reminiscencia de los días en que vivíamos solo pendientes del clima, cuando había tráfico rodado, peleas entre conductores y los autobuses urbanos y escolares ralentizaban la circulación. Aquellos maravillosos años. Algún día volveremos. Y alguien dirá: "Decíamos ayer". Marín, el líder regional de Ciudadanos, también lleva cubiertas las manos.

La hermanas de la Cruz encienden una vela en cada ventana del convento. Rezan por el mundo. Se oyen las plegarias porque no hay ruido. No hay tráfico. Ellas hacen lo que siempre hacían. Nosotros no podemos. El marqués de Griñón muere por coronavirus. No le protegió el escudo social, que diría el mitinero Pablo Iglesias. El bicho no entiende de territorios, ni de fronteras, ni de edades, ni del color de la sangre.