La caja negra

¡Los últimos días de Sevilla sin turistas!

  • Los turistas deben retornar cuanto antes porque la economía de la ciudad depende del sector servicios. Sevilla perdió en marzo todo lo que ganó en casi 30 años gracias a la apuesta de las líneas de bajo coste

San Fernando entrega las llaves de la ciudad a los turistas

San Fernando entrega las llaves de la ciudad a los turistas / Rosell (Sevilla)

La ciudad ha tardado prácticamente 30 años en llegar al punto deseado: ser un destino turístico con fuerza durante los doce meses del año, con un aeropuerto necesitado de reformas por su elevado uso, una red extensa de viviendas turísticas y un índice de pernoctación que casi se aproxima a los tres días después de haber estado anclados en menos del 1,5.

El sueño de 1993, cuando Sevilla estaba sumida en la depresión posterior a la Exposición Universal tras meses de esplendorosa apertura al mundo, se cumplió paradójicamente después de la crisis económica y financiera de 2008. Se logró que Sevilla fuera mucho más que la Catedral y el Alcázar, más que las fiestas mayores de la primavera y, todavía más difícil, que fuera una urbe atractiva hasta en agosto. ¡Quién lo iba a decir hace pocos años! Pues sí, se consiguió, aunque algunos efectos hayan sido ciertamente perversos.

La pandemia ha supuesto un parón absoluto. Sin movilidad no hay turismo. El mundo se ha parado por primera vez casi de forma reglada. Todo lo conseguido durante 30 años hasta la primera quincena de marzo se ha derrumbado.

Los turistas han desaparecido de pronto. Estábamos ya montados en vuelos directos de Sevilla hacia destinos de Estados Unidos cuando el coronavirus ha dado al traste con todo. Los expertos apuntan a que tardaremos tres años en volver al punto de máximo apogeo que se logró con anterioridad al estado de alarma. Ese turismo masivo depende de las aerolíneas. Sevilla ha sido un destino de éxito en buena medida por la fuerza obtenida por las líneas de bajo coste, donde viaja gente de todo tipo. Volverán los turistas en cuanto los vuelos sean rentables, en cuanto tengan ese 77% de ocupación que hace comercialmente posible fletar un avión.

El futuro del principal motor de desarrollo de Sevilla dependerá, pues, de los códigos de seguridad que se impongan para los vuelos, de las posibilidades de movimiento entre países, y por supuesto del precio de los billetes y otros factores similares. Al igual que tuvimos que aprender a viajar tras el 11-S con nuevas medidas de seguridad, esta pandemia quizás traiga un nuevo modelo que condicionará el turismo internacional. Y ahí estarán las opciones de Sevilla de recuperar con mayor o menor prontitud la situación alcanzada hasta marzo después de casi tres décadas.

Los efectos perversos

A nadie escapa que la ciudad ha sufrido los efectos colaterales de un turismo masificado, denunciado con frecuencia en estas páginas. Ha sido un problema que ha saltado a la vista. Es tan cierto que hay efectos negativos como que el motor económico de Sevilla se queda gripado sin el turismo. Nos guste más o menos, necesitamos que los turistas hagan suya la ciudad. Pagamos el precio de sentirnos expulsados: del centro, de los comercios, de los bares...

Nos plegamos a los horarios ajenos, a las costumbres ajenas y a la carta de platos igualmente ajena. Por dinero danza el perro. Y esta ciudad tiene una enorme facilidad para venderse con tal de asegurar el pan del día siguiente. Otra cosa es que no sepamos vendernos a largo plazo. Hasta ampliamos la Feria para dar gusto a los empresarios hoteleros y que tuviera dos fines de semana. Despreciamos aquello que “es de turistas”, salvo casos contados de negocios en los que conviven la clientela nacional y la extranjera: las farmacias del centro y un ramillete de bares.

La tabla de salvación

El turismo es nuestra tabla de salvación en el naufragio económico de la pandemia. Abengoa quebró, la industria aeronáutica no termina de arrancar, el Puerto siempre está pendiente de mucho más, y las opciones de emprendimiento de la capital andaluza son muy limitadas. Se nos llena la boca con la teoría del cambio productivo y otras parecidas, pero la realidad nos muestra una ciudad que vive de su pasado, de sus monumentos, de su bares y comercios y, por supuesto, de sus fiestas.

Con suerte estaremos viviendo los últimos días en que Sevilla es sólo para los sevillanos. Más nos vale que esa recuperación del turismo se produzca cuando antes, incluso antes de esa fecha de 2023 que apuntan las previsiones. La hiperdependencia del sector de los servicios no debería excluir la apertura de otras nuevas fuente de ingresos, otras actividades y, por supuesto, del cuidado del patrimonio histórico-artístico y de las firmas locales. Por decirlo con un ejemplo gráfico: el reto de la ciudad es no sustituir las tiendas de loza de la Cartuja o de alfarería trianera por bares franquiciados y tenderetes de camisetas.

Por el momento resulta llamativo que las obras de construcción de nuevos hoteles continúen en pleno estado de alarma. Un signo positivo y de optimismo. En la Plaza de la Magdalena sigue adelante el proyecto de un cinco estrellas, mientras que en el solar del Alameda Multicines se confirma un nuevo hotel con varias piscinas. Se trata de pruebas de que los inversores confían en la única opción real de desarrollo. El Hotel Alfonso XIII, la máxima referencia de alojamiento de la ciudad, reabre en julio, mientras que el Colón lo hará en septiembre.

Un compendio en doce años

La historia reciente nos enseña cómo en doce años (2008-2020) hemos conocido el punto más bajo y el más alto de la ciudad con respecto al turismo. De un aeropuerto despoblado y un barrio de Triana sin visitantes, se pasó a la obra que amplía las instalaciones del aeródromo y que explota el arrabal como si fuera el Trastevere hispalense. Todavía, por ejemplo, podemos recordar el debate posterior a la Exposición Universal sobre qué haríamos con el excedente de camas. Y hasta marzo funcionaba hasta la zona Norte del casco histórico como atractivo turístico gracias al impacto que, gustos aparte, generan las Setas y la ruta de comercios de Regina.

Todo tiene sus inconvenientes, por supuesto. Sevilla se refleja en una letra flamenca muy popular. “Desgraciaíto aquel que come el pan de manita ajena/ Siempre mirando la cara/ si la pone mala o buena". Estamos mirando con ansiedad si llegan los turistas, los de pantalón corto y chanclas y los que pagan el plato de merluza fresca al Río Viejo a 28 euros.

Nuestra cruda realidad

Sevilla se prepara por el momento para ser la de estos últimos años en el mejor de los casos. Vamos a seguir entregando con gusto las llaves de la ciudad al Turismo. Quién sabe si a lo mejor hay algún otro presidente norteamericano que quiera pasearse por la ciudad, aunque después nos pongamos estupendos “rajando” lo más grande contra los Estados Unidos cuando toca en la tertulia de turno. Estamos deseando por pura necesidad mirar a la cara y sonreír a quien nos trae el pan de cada día, porque no lo producimos nosotros mismos. Es nuestra suerte o nuestra cruz. En cualquier caso es nuestra realidad.

Los sevillanos hemos vivido una especie de ilusión, de sueño durante estos ya casi cien días. Los vecinos del casco histórico se han transformado en una especie de Segismundo de La Vida es sueño: ¿Qué es la vida un frenesí?/ qué es la vida una ilusión?/que el mayor bien es pequeño/ y toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son”. Se han encontrado liberados de las ataduras de la presión del turismo, del agobio de no poder pasear por su calle, de la hostelería abarrotada.

Pero ahora el Ayuntamiento quiere volver a las cadenas y las mazmorras de lo único que, parece, sabe hacer la ciudad: exhibirse, mostrarse, no ya como la acogedora metrópoli que aspira a liderar el Sur de España, sino como el museo que pretende quedarse quieto. Ese quietismo que practicamos tan bien en la ciudad. En eso no nos gana nadie. Posamos como nadie en las fotos, pero la Esparta Malagueña ya amenaza sin complejos a la Atenas Sevillana que hace tiempo que solo cuenta batallas antiguas, al modo que en la decadencia hispana únicamente se narraban hazañas del Descubrimiento de América.

-No sea racista, leñe. Se dice “encuentro de civilizaciones”.

-Bueno, encuentro el de las Esperanzas en la Catedral. Sigamos.

Prestas están las chaquetas de lino para los actos sociales. Esos en los que el sevillano ojanero saludará al miembro del Gobierno local con un “muy bien, muy bien todo”. Y después se dirigirá en el otro extremo del salón al representante de la oposición para decirle: “¡Caña, hay que dar más caña!”.

Nos lo fiamos todo otra vez al turismo. A otro. Al de fuera. Al Mr. Marshall que baja del avión. “¡Recuperamos conexiones!”, dicen desde el aeropuerto. Pero lo que no recuperamos es la ambición, porque la penalizamos. Esa sana ambición que permite a las personas y a las sociedades enriquecerse, progresar (sin progresismo), crecer e incluso cuestionando el pasado, pero sin perder el futuro.

No salimos con ambición, saldremos mirando hacia atrás. Esperando que la comida nos la traigan desde fuera otra vez. A veces se nos llenará la boca con la teoría de la “reindustrialización”, pero dejando que todas las nuevas industrias se instalen fuera de la ciudad porque tenemos un PGOU que encorseta el crecimiento. ¡Fíjense si no tenemos ambición que hasta uno de los principales equipos de la ciudad tiene que instalar su ciudad deportiva fuera del término municipal, y no pasa nada! Nadie se pregunta por qué. Lo cambiamos todo por un chiste de Joaquín. Toscano nos quita el Betis, la Universidad Loyola y la nueva planta de Amazon, pero eso lo compensa el alcalde con otra reunión del Plan Estratégico Multilateral Bilingüe Climático Innovador Advanced. Y alguna misa de vez en cuando para ser el perfecto alcalde triangular, como lo definió Moreno Bonilla

Y los profesionales venga a irse a Madrid, y los médicos a la Unión Europea. Pregunten ustedes en las Notarías cuántas empresas están modificando el domicilio social a Faro. A una hora y media, Portugal ofrece menos burocracia y una fiscalidad amable en territorio de la Unión Europea, y aquí seguimos queriendo poner puertas al campo. La Gerencia de Urbanismo sigue pagando el mejor convenio colectivo de Europa, pero lleva semanas atascada. Las gestiones en Servicios Sociales paradas. Nadie embrida a los sindicatos. La Policía Local, al menos, parece que afronta el problema de la botellona.

No se preocupen. Han abierto los bares. Ha vuelto el fútbol. Todo está solucionado. Ya otro día reindustrializamos. Y que vuelvan los turistas, que vuelvan pronto. ¡Últimos días de Sevilla para los sevillanos! ¡Últimos días de paseo para los pavos del Alcázar! Los sevillanos en el fondo somos unos pavos. Salimos cuando no nos ven. Y cuando los turistas vuelvan, comeremos de las migajas que nos dejen. Y seremos felices. Y desplegaremos con cierta soberbia la cola multicolor para exhibir la belleza.