Reseña | Autobiografía de Woody Allen

Memorias de un cineasta octogenario

  • La editorial Alianza ha lanzado por todo lo alto la autobiografía de Woody Allen, titulada 'A propósito de nada', un libro que llega envuelto en un halo de escándalo

El cineasta Woody Allen posa imitando a la estatua instalada en Oviedo en su honor.

El cineasta Woody Allen posa imitando a la estatua instalada en Oviedo en su honor. / Alberto Morante / Efe

Para los cinéfilos que peinamos canas, Woody Allen es un viejo conocido con quien hemos pasado algunos buenos ratos y algún mal trago, y que en la actualidad parece instalado en un cine de una extrema pulcritud, extrema afabilidad y escasas sorpresas. ¿Han visto Vicky Cristina Barcelona, una película realizada con el piloto automático puesto? ¿O la también turística A Roma con amor? ¿O la muy apagada Magia a la luz de la luna? Produce una honda tristeza que el cineasta no se exija más y que el público no le exija más.

A pesar de estos traspiés, sin embargo, este cineasta ya octogenario sigue facturando obras notables: Match Point, Blue Jasmine, Wonder Wheel… Entre los buenos momentos pasados juntos, añadiría los que me ha deparado la lectura de A propósito de nada (Alianza), publicada en mitad del fuego cruzado entre el deseo legítimo de justicia que está sacudiendo la industria norteamericana y la enésima caza de brujas, cejijunta e hipócrita. De resultas de esta caza, Día de lluvia en Nueva York, su último film, ni siquiera se ha estrenado en Estados Unidos.

En un principio, A propósito de nada es la historia del alfeñique nacido en el seno de una familia judía de extracción humilde, todo él complejos y manías, pero con un talento singular para reírse de ello y hacernos reír a nosotros, espectadores, lectores. El primer tercio de esta autobiografía tiene páginas hilarantes que recuerdan poderosamente a Días de radio (1987), uno de sus filmes más entrañables. El guión, de sobras conocido, funciona a la perfección.

Portada del nuevo libro de Woody Allen. Portada del nuevo libro de Woody Allen.

Portada del nuevo libro de Woody Allen. / G. H.

Allen sabe cuáles son sus puntos fuertes y cuáles los débiles; no se engaña: "Al igual que Bertrand Russell, siento una gran tristeza por el mundo. A diferencia de Bertrand Russell, no sé hacer cálculos matemáticos complejos", escribe. "Y tal vez no pueda transmutar mi sufrimiento en un gran arte o una gran filosofía, pero puedo escribir buenos chistes cortos que sirven para distraer momentáneamente y brindan un breve respiro de las consecuencias irresponsables del Big Bang". Aquel alfeñique se consagró al cine y ha construido una filmografía quizás no admirable, pero sí estimable, coherente, atractiva.

La autobiografía es un género especialmente resbaladizo. Demasiado a menudo, los autores eligen el perfil más favorecedor o intentan poner en orden el desorden de la existencia o pasan de puntillas por los episodios más ingratos o comprometedores de sus carreras. Ahí están las memorias de Charles Chaplin, que caen en todos estos defectos, o las de Raoul Walsh o Frank Capra, que se abandonan a la jactancia, la vanagloria o el autobombo.

En manos de cualquier otro, la historia de aquel alfeñique judío que triunfa en el gran mundo habría servido para abonar el sueño de la tierra de las oportunidades o ilustrar la épica mayúscula del hombre destinado a hacer grandes cosas o a elaborar el enésimo apólogo del que la sigue la consigue. Woody Allen rechaza toda forma de triunfalismo y la perplejidad que dice sentir por los derroteros que ha tomado su vida, de tan insistente, se diría sincera.

Una autobiografía valiente

A propósito de nada es una autobiografía valiente. El autor reconoce no haber llevado una vida edificante, descarta la idea de servir de inspiración a nadie y no duda en entrar a saco en la cuestión que ha vuelto a ponerlo de actualidad: la denuncia por abusos sexuales a su hija adoptiva interpuesta por Mia Farrow en 1992, que el movimiento Me Too ha vuelto a poner sobre la mesa. Personalmente, habría preferido que Allen hablara más de la gestación de sus películas y menos del 'caso Farrow', pero entiendo que muchos lo habrían tachado de cobarde de haber intentado escurrir el bulto.

Allen dedica buena parte del libro a dar su versión de los hechos. El planteamiento es inteligente: sabedor de que no basta con negar estos hechos, el cineasta apoya su versión en las declaraciones de terceros. Y la verdad es que, a pesar de haber sido investigado por dos comisiones distintas, ha sido absuelto por falta de pruebas. En esta parte, lógicamente, la ironía característica del autor aparece de manera muy esporádica. Con ciertos asuntos resulta difícil bromear.

Sea como fuere, Allen hace un balance muy lúcido de su obra. Algunas revelaciones explican ciertas elecciones en apariencia inexplicables: "Siempre quise ser Tennessee Williams", afirma. No falta la autocrítica, que es seguramente la crítica menos ejercida: "Si mis películas no son mejores, la culpa es solo mía. Se me proporcionó una libertad total para hacer cualquier proyecto que yo eligiera (dentro de un presupuesto determinado) y un control artístico absoluto" reconoce. Y tampoco faltan esas guindas genuinamente allenianas, como cuando habla de su pesimismo innato: "Algunas personas ven el vaso medio vacío, otras lo ven medio lleno. Yo siempre veía el ataúd medio lleno".

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