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Primavera sound El festival celebró el fin de semana su edición más exitosa

Calipso sobre las ruinas

  • Más de 100.000 personas disfrutan en Barcelona de Van Dyke Parks, Pony Bravo, Scout Niblett, Hope Sandoval o Beach House, por encima de pinchazos como el de los Pixies

La décima edición del Primavera Sound tocaba a su fin cuando Van Dyke Parks subió al escenario del Auditori y agradeció al público del festival su hospitalidad. "Jovencitos modernos", nos llamó sin asomo de ironía, la voz trémula. Uno ya no es joven ni fue nunca moderno, más por pereza e impuntualidad que por afán retro, pero igualmente nos conmovieron las canciones deliciosamente anticuadas de Parks, como si fuéramos otra vez jóvenes -y modernísimos- tonteando con los primeros cigarrillos y recién descubriéramos el calipso, cómo suenan Nueva Orleáns o Tin Pan Alley. Ocurrió el sábado con el entrañable Van Dyke Parks lo que con el presidente Roosevelt en aquella canción, FDR in Trinidad: "Cuando Roosevelt llegó a la tierra del colibrí, se oyeron gritos de bienvenida". Fue recibido Parks como un héroe, y como tal se comportó. Como un héroe capaz de tocar durante toda su vida en un garito sin salir de su pueblo o el bar de un hotel, capaz también de entablar amistad con los músicos recién llegados y ejercer su magisterio. Eso hizo Parks, y acaso por eso le temblaba la voz: sin pretenderlo, sin pretensiones, muy amable y gentilmente, tendió un puente hacia los "young moderns", un puente que sorteaba las anodinas actuaciones del escenario grande (valgan los abotargados Pixies por todo símbolo de ruina) para comunicar el Auditori y sus delicados arreglos camerísticos con el otro extremo del festival: lo que ocurría en el escenario ATP y alrededores, la furia garage, el clamoroso underground, la voz de Scout Niblett y los ribetes electrónicos de Pony Bravo, que se metieron en el bolsillo al numeroso público que acudió al escenario Vice a pesar de la fina lluvia y del poderoso magnetismo que ejercía -a nuestro entender inexplicablemente- The XX más o menos a la misma hora. Los sevillanos, que nos parecen lo mejorcito que le ha pasado a nuestro rock desde los Smash, sonaron como nunca, y bastaba pasear un rato con ellos por el festival para comprobar la satisfacción del público.

La brisa provenía este año, sin duda, de esos músicos jóvenes, y el público confirmó en cierto momento, en una imagen, la valía y preeminencia de sus compañeros de viaje: me refiero a la marea humana que avanzaba hacia Beach House como hipnotizada por Zebra o Used To Be. Pero horas antes Scout Niblett ya había coronado, en ese mismo escenario ATP, la cima del festival con perlas como Cherry Cheek Bomb, The Calcination of Scout Niblett, Let Thine Heart Be Warned, Dinosaur Egg o sus aportaciones desde la batería: Your Beat Kicks Back Like Death o It's All For You, en la que jalea al público para que éste deletree "magic, music, love and truck". ¿Imaginarán lo que estaría cociéndose en dicho concierto si les cuento que, entre los espectadores, encantados, se contaban Howe Gelb y Todd Trainer, batería de Shellac? Brillaron asimismo Condo Fucks, Shellac, la troupe de garajeros (The Almighty Defenders y compañía), el magnífico Bigott, So Cow y Hope Sandoval, que es guapa incluso a oscuras (y en la negrura del Auditori su grupo de melenudos, The Warm Inventions, sonaba a redivivos Flying Burrito Brothers, flotando el fantasma de Gram Parsons por allí).

La crónica de un festival tan amplio como el Primavera Sound, que a pesar de los tiempos que corren ha registrado un llenazo considerable (más de 100.000 personas) y ha mantenido una oferta excelente (al margen de aquellos ciertos patinazos protagonizados por los supergrupos), es siempre además la sombra de todo lo que nos perdimos: imposible verlo todo, con dos centenares de bandas en cartel. También, cómo no, de lo que podría haber sido: corría el rumor de que sería Dylan el encargado de poner la guinda (como el año pasado hiciera Neil Young). No fue así e, inopinadamente, Van Dyke Parks ocupó su lugar y redondeó esta décima edición. Y lo hizo de maravilla, contribuyendo como un jovencito modernete más a que, como dice la Niblett en esa preciosa balada, Nevada, volvamos a casa un poquito diferentes.

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