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Mundial de Rusia 2018 · Cartas desde la estepa

Contra el monopolio del cirílico

  • El inglés se cuela por los dominios hasta hace poco inexpugnables de la lengua rusa bajo el impulso del campeonato futbolero

Los rusos vibran con su selección en la Fan Zone, donde ondea una bandera con el nombre de su país en cirílico.

Los rusos vibran con su selección en la Fan Zone, donde ondea una bandera con el nombre de su país en cirílico.

Estamos perdidos, sólo sabemos que estamos en la línea azul del metro. ¿Me puedes mandar un sms en ruso para que se lo muestre a un policía?". El lamento desde alguna de las galerías soviéticas del metropolitano moscovita es del amigo de un compañero español de trabajo llegado con un grupo desde Barcelona. Pero es igual, lo podría haber suscrito cualquiera de nuestros visitantes hace unos años. Hasta hace poco, Moscú sorprendía al extranjero incapaz de leer en el alfabeto cirílico por su orgullosa resistencia a rotular en inglés o en otra lengua extranjera.

Las cosas, sin embargo, han cambiado. En mis cuatro años aquí he advertido la evolución. La cosa empezó cuando el Ayuntamiento capitalino colocó los primeros rótulos en inglés señalando la Plaza Roja, la Plaza de la Revolución o la calle Tverskaya entre otros populares lugares de Moscú. A medida que nos acercábamos al Mundial de fútbol que ayer arrancó con una manita de los anfitriones a los saudíes el inglés se fue colando por todas partes. Cartas de restaurantes, folletos turísticos, megafonía en los vagones del metro... Ahora, además, el inglés luce en la cartelería oficial del Mundial por doquier. En el aeropuerto de Domodedovo, desde hace meses los indicadores están también en inglés y chino.

Con todo, los que vivan en alguna ciudad rusa o lo hayan hecho en los últimos años habrán experimentado como yo una cartelería casi exclusivamente en ruso. Las cadenas de comida americana McDonald's o Beverly Hills siguen mostrando en caracteres cirílicos su letrería.

El inglés es ya la primera lengua extranjera de millones de rusos, pero aún así las diferencias entre Moscú y San Petersburgo -quizás donde más hablantes tiene la lengua de Shakespeare, la más turísticas de las ciudades rusas- y el resto del país en este sentido son enormes. Fuera de las dos grandes urbes, puede convertirse en un problema no tener unas mínimas nociones de la primera lengua eslava.

Tradicionalmente, en la URSS, el alemán era la primera lengua extranjera en las escuelas y universidades. Me cuentan mis compañeros que en tiempos de sus abuelos y bisabuelos, a comienzos del siglo XX y en el periodo de entreguerras la enseñanza del alemán era una cuestión estratégica: había que conocer al enemigo y hacían falta hablantes de su lengua. El francés, que ha dejado una impronta importante en el léxico ruso, se situaba un escalón por debajo. Ahora el español está de moda en ciertos círculos de las grandes ciudades. El carácter latino y la literatura y el cine en español -en un país donde la gente se toma en serio estudiar lenguas y donde se lee de verdad- encandilan a mucha gente. España es, además, destino vacacional de un millón de rusos al año. He encontrado incluso a varias chicas que se manejan en catalán bastante bien. Barcelona arrasa.

Todo ello ocurre, que quede claro, en un país en el que se hablan más de cien lenguas nativas. El bilingüismo es la norma en Rusia. Tártaro, checheno o buriato son las primeras lenguas de muchos de mis vecinos. Por no mencionar a aquellos ciudadanos llegados de Estados soberanos como Georgia, Uzbekistán o Kazajistán que antaño integraban la URSS. Sólo la lengua de Tolstoi es oficial en todo el territorio nacional ruso, pero hasta 35 lo son en sus respectivas demarcaciones administrativas. La lengua rusa ha sido el pegamento de un país-imperio-continente que vivió muchas décadas del siglo XX al margen de una parte importante del planeta.

Para mí la mejor forma de practicar mi ruso es alejarme de Moscú, donde uno puede hacer perfectamente vida en inglés y hasta en otras lenguas, como la nuestra, en determinados ámbitos. Me cunde mucho más un fin de semana en Yaroslavl o en Nizhni Novgorod, por citarles dos ciudades medianas no muy lejanas de la capital, dando explicaciones en mi ruso patatero a recepcionistas de hotel que no se lanzan en inglés, que aquí en Moscú.

El centro de la capital es en estos días de Mundial una babel de lenguas y acentos que nos hace evocar con nostalgia aquellos tiempos en que había que comunicarse por señas con cajeros de supermercado y conductores de taxi cuando no bastaba con entregar los rublos que marcaba el contador o posar la tarjeta de crédito sobre el lector. Aunque apenas llevamos 24 horas de campeonato, algún amigo veterano en Moscú me confesaba hoy que está deseando que termine la cosa para poder regresar al sosiego de la pax cirílica.

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