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ESTADOS UNIDOS Y LA CRISIS Las reformas emprendidas por el nuevo presidente

Barack Obama

  • Alcanzó la Presidencia de Estados Unidos contra todo pronóstico, convertido en un icono mediático, que debía cambiar su país, y también el mundo. Los medios de comunicación desde entonces no han cesado de encumbrarlo y en él se han depositado las esperanzas de la gran mayoría de los norteamericanos y de millones de personas del mundo entero.

En épocas de crisis se tiende a buscar algún líder carismático que pueda conducirnos a través de la tempestad y evitar el naufragio. Y quién mejor que Obama, presidente del país más poderoso de la tierra, que reúne además numerosos talentos. Inteligente, pragmático, ambicioso, seguro de sí mismo, es capaz de afrontar las situaciones más delicadas y se crece ante las dificultades. Con grandes dotes oratorias, cierto aire de predicador visionario, elige minuciosamente los escenarios y es casi el único protagonista de la película.

El desastroso y envenenado legado político y económico de Bush y el terrible laberinto en que se ha convertido Asia Central y Oriente Medio ha hecho que alcance el poder en uno de los momentos más difíciles de la historia reciente de su país, y del mundo. Su campaña, la ruptura con modelos anteriores, su capacidad para ilusionar a los jóvenes y el hecho de ser el primer afroamericano que consigue llegar a la Casa Blanca, ha proyectado su figura hasta la exageración. Él mismo no ha hecho nada para evitarlo, lo que es preocupante. Cuando se acumula mucho poder y excesiva adulación, uno corre el riesgo de distanciarse de la realidad. Significativo es cómo ha fagocitado a su equipo. Poco sabemos cuál es el papel que juegan el vicepresidente Biden o Hillary, la secretaria de Estado.

Jesse Jackson, el poderoso tribuno negro, crítico de Obama durante su campaña, terminó por rendirse a cuanto significaba su victoria: "Amanece una nueva era para el mundo. Su toma de posesión se va a celebrar en los barrios de Kansas y en las aldeas de Kenia. Aquellos que antaño fueron esclavizados, las manos que recolectaban algodón, eligen ahora presidentes. La avaricia y la especulación han llevado a la destrucción del sistema financiero, hemos globalizado el capital, sin globalizar los derechos humanos. Es una vergüenza moral. Ha llegado la hora de acabar con la pobreza en Estados Unidos, y en todo el planeta".

Rara vez se han depositado más esperanzas en un presidente de los Estados Unidos. Nunca antes se le habían asignado más responsabilidades. Orhan Pamuk, el premio Nobel turco, en unas recientes declaraciones en Granada, aportó algo de serenidad cuando dijo "no pongo las esperanzas de la humanidad en el presidente de Estados Unidos".

No obstante, y dado el liderazgo que todavía ejerce este país, sus decisiones son en gran medida determinantes. Se enfrenta Obama a un doble reto titánico: el primero, tratar de resolver la profunda crisis económica que afecta a su país, y que éste pueda convertirse en la locomotora económica del mundo occidental; el segundo, conseguir la paz en Oriente Medio.

En el ámbito doméstico, obligado por el hundimiento del sistema financiero y la profunda crisis que afecta a todos los sectores, se ha embarcado en una serie de reformas que han puesto en cuestión el tradicional sistema de economía de mercado que primaba en su país. Hay quién dice en Estados Unidos "todos empezamos a ser socialistas ahora". Sin embargo, hasta la fecha los ciudadanos norteamericanos han aceptado tales medidas. El nivel de popularidad de Obama sigue siendo muy alto. Sus apuestas son arriesgadas, pero incluso los más críticos consideran que se habría producido el caos si hubiera utilizado las reglas de juego habituales. Parece, además que, como consecuencia de ellas, Estados Unidos puede salir de la recesión antes que Europa. Algunos consideran ­léase Joseph Stiglitz, Premio Nobel­ que quizás se ha rescatado a los banqueros ­que tanto daño han hecho a la economía mundial­ antes que a los bancos. Empieza, a su vez, a encontrar seria oposición sobre sus dos propuestas estrella: la reforma sanitaria y el cambio de modelo energético. No se sabe bien cómo se pueden financiar y es posible que el Senado norteamericano no las apruebe. En todo caso, para evitar males mayores no ha dudado en socializar las pérdidas y privatizar los beneficios. No se le puede negar decisión, valentía y osadía.

No estaría de más en nuestro país seguir su ejemplo. Con una clase política empeñada en destruirse mutuamente, tomamos las medidas con cuenta gotas: hablamos de cambiar el modelo económico, pero olvidamos que para conseguirlo hay que impulsar el existente, y no dejar que se hunda. Un cambio de modelo no se produce de la noche a la mañana. Más allá de esa simpleza que se ha puesto de moda de "brotes verdes", la realidad es que no se ve la reactivación. El país asiste decepcionado a la falta de un proyecto nacional, observa como priman las veleidades y las insolidarias exigencias nacionalistas y tenemos una burocracia paralizada y paralizante, en la que casi nadie se atreve a tomar decisiones. Se ha perdido la ilusión y, en gran medida, la esperanza. Puede que hayamos alcanzado el fondo del abismo, pero no está claro ni cómo ni cuándo vamos a salir de él.

La Administración Obama se encuentra, por otra parte, ante una difícil paradoja. Se ha endeudado y gastado hasta extremos nunca antes imaginados para solucionar una crisis que se ha producido precisamente por haberse endeudado y por haber gastado demasiado, a nivel privado. La solución puede llegar a convertirse en el problema. No resulta fácil saber cómo va a sanear las cuentas públicas y si quiere impulsar el crecimiento tiene que invertir ­que no gastar­ en actividades que generen riqueza a medio y largo plazo.

Las proclamaciones como las de Jesse Jackson no dejan de ser "píos deseos o wishful thinking". Sin duda que ha habido mucho de avaricia y especulación en el hundimiento del sistema económico occidental pero, sobre todo, falta de análisis y rigor teórico. Nadie ha explicado por qué no se previno con suficiente antelación. También una enorme dejación por parte de las instituciones que debían velar por el buen funcionamiento de la economía. Cuesta creer que Alan Greenspan, antaño infalible oráculo y uno de los principales responsables de la crisis, no tuviera la mínima consciencia de lo que estaba sucediendo. En su libro La Era de las Turbulencias, que entregó a la imprenta en junio de 2007, dice: "como quiera que los mercados se han vuelto demasiado complejos para una intervención humana eficaz, las políticas anticrisis más prometedoras son las que mantienen la máxima flexibilidad de mercado: libertad de acción para agentes claves como los hedge funds, los private equity funds y bancos de inversión. La eliminación de las ineficiencias del mercado financiero permite que unos mercados libres y líquidos corrijan los desequilibrios". Alguien tendría que pedirle responsabilidades.

Da la sensación de que la teoría económica es una ciencia en regresión. Nadie se atreve a asegurar que las medidas que se están tomando sean las adecuadas. Hay consenso general de que algunas eran necesarias, pero el sector conservador de los analistas económicos considera que el endeudamiento público es excesivo y no se puede seguir en esa línea. A su vez los más progresistas, como Paul Krugman, también Premio Nobel, estima que no es suficiente, y que Obama debe pensar ya en un nuevo plan de ayudas y estímulos. Lo hecho hasta el momento ­según él­ ha servido para evitar el colapso, pero no para crear empleo; la economía norteamericana ha perdido algo más de 6 millones de puestos de trabajo y sigue perdiendo. La cuestión se agrava porque a los Estados se le exigen presupuestos equilibrados, a diferencia del Gobierno Federal, por lo que sólo les queda recortar drásticamente sus presupuestos en perjuicio del empleo y el crecimiento económico. Uno empieza a no saber con qué quedarse. Si extrapolamos esta situación a nuestro país y a lo que está sucediendo con la financiación autonómica, nos entran escalofríos.

Al parecer aquí el presupuesto es absolutamente elástico. Hemos creado un sistema insolidario en el que los que más reciben son los que más se quejan e, incluso algunos de los agraciados, presumen de que lo que han recibido no es sino un entremés, y que ellos lo que quieren es ­legítima y prioritariamente, según afirman­ gestionar como primer paso todos los impuestos y, luego, la independencia. Afortunadamente en Estados Unidos se habla de un solo país, lo que les permite trabajar por el interés común y no por un Estado o Comunidad concreta.

Si Obama no ha vacilado en intervenir de forma novedosa en el ámbito doméstico, tampoco ha dudado en coger el timón internacional, campo minado en el que tiene muchas posibilidades de fracasar.

Con frecuencia y más allá de las esperanzas que despierta en sus magníficos discursos, suele ser demasiado cauto y pragmático en sus actuaciones. Sorprende la poca atención prestada a Iberoamérica hasta el momento y que no haya levantado el injustificable bloqueo a Cuba.

Importante fue su discurso en El Cairo ­esa ciudad que Ibn Jaldun calificó como capital del mundo, jardín del universo, crisol de todas las naciones, hormiguero humano, pórtico del islam, sede del poder­ ofreciendo diálogo al mundo islámico y tendiendo una mano a la reconciliación entre Oriente y Occidente. Sorprende que no hiciera referencia a las causas que han llevado al estancamiento económico en los países musulmanes y en África, entre otras, la explosión demográfica. Si se quiere generar riqueza, detener el cambio climático y evitar la destrucción del planeta es necesario reducir drásticamente la natalidad en el mundo. Si ya en el siglo XIV Ibn Jaldun decía que El Cairo era un hormiguero humano, hoy día es lo más parecido a un hormiguero y una colmena juntos. Cuenta con casi 20 millones de habitantes y, en la década de los 50, no superaba los 3 millones.

En todo caso, su discurso ha sido un hito cultural y político; un cambio radical en la actitud que venían manteniendo los presidentes anglosajones blancos. Su apuesta a favor del Estado palestino como fórmula de estabilizar Oriente Medio y salvaguardar además la integridad de Israel, es la única opción que puede tener éxito.

El problema radica en que para ello tiene que contar con la voluntad de Israel, de Hamas y de Irán. El influyente columnista del NewYorkTimes, Thomas L. Friedman, cuando se habla de paz en la zona, suele con cierta ironía contar la siguiente historia: Había una vez un piadoso judío, al que llama Goldberg, que soñaba con ganar la lotería y cada semana se dirigía al Altísimo para preguntarle ¿por qué, Señor, siendo tan piadoso, nunca consigo que me toque?.  Dios cansado de oírle, le dijo: Goldberg, dame una oportunidad, compra un décimo. Y es que, añade Friedman, en Oriente Medio, todo el mundo quiere la paz, pero nadie quiere comprar un décimo.

Puede que aquí radique la grandeza y la debilidad de Obama, su talón de Aquiles, su otra gran paradoja: para conseguir la paz no son suficientes las buenas palabras y la voluntad de diálogo. Hacen falta propuestas concretas y el compromiso de los países implicados y de sus gobiernos.

Convertidos Israel e Irán en enemigos irreconciliables, no parece que Netanyahu esté dispuesto a aceptar un Estado palestino, ni mucho menos que Irán se convierta en potencia nuclear. Tampoco que Irán, una dictadura totalitaria y teocrática, vaya a renunciar a serlo. No tiene muchas razones para ello, poseen armamento nuclear sus dos poderosos vecinos, Pakistán e Israel. Irán, además, gracias a los errores de Norteamérica y de Israel, se ha convertido en una gran potencia y el chiísmo radical es la corriente predominante de la zona. A este respecto Thomas Pickering, una de las eminencias grises de Obama no ha dudado en afirmar: "si Irán llega realmente a poseer armas nucleares, tendremos un conflicto militar", lo que puede tener consecuencias imprevisibles.

La situación se ha degradado en Oriente Medio pero también en Asia Central. Hay que reconocer que los resultados de lo que se ha dado en llamar "las cenizas de los imperios", los nuevos países que surgieron como consecuencia de la desaparición de las potencias coloniales que intervinieron en la zona, no han podido ser más desastrosos. Terminamos aventando hogueras que ya existían y creamos otras que se retroalimentan entre sí. Cuando parece que un país se pacifica como Iraq, otro se complica. Ahora es Afganistán y mañana puede ser Pakistán, el mayor polvorín de la zona.

Obama debe ser consciente después de los resultados de las elecciones en Israel e Irán, de la situación de Afganistán, de la problemática de Pakistán y las provocaciones de Corea delNorte, que sólo puede tener éxito su política si le apoyan y se involucran las otras dos grandes potencias: Rusia y China.

Puede que por eso haya visitado Rusia y, a pesar de haber sido acogido con cierta frialdad, no ha dudado en alabar y honrar al pueblo ruso recordando su sufrimiento y valor cuando se opuso al nazismo. Quizás sea el momento de dejar de demonizar a este país. Más allá de su represiva política enrelación con antiguas repúblicas soviéticas, y de la dureza y abusos de su sistema interior, el mundo –dice el sutil analista norteaméricano Karl E.Meyer–,debe estar agradecido aRusia: cedió su imperio sinun solo disparo, realizó una transformación política sin precedentes y lo verdaderamente importante, no amenazó con su arsenal del “juicio final” y respetó los acuerdos para reducir su armamento nuclear. Hay suficientes razones para pensar que puede ser un compañero de viaje. Caso aparte y mucho más preocupante es China, país al que incomprensiblemente se le profesa una inexplicable admiración en Occidente. Segunda potencia mundial en todos los órdenes, está dispuesto a convertirse en la primera. No le interesa nada que no sea su propio crecimiento y poder, y no le preocupa reprimir a cuantos se opongan a su depredador capitalismo de Estado o disientan de su política uniforme e imperialista.

Habiéndose convertido en el mayor cliente de los países emergentes, casi nadie se atreve a criticar sus actuaciones, como ha sucedido en la sangrienta represión que hanejercido sobre losuiguresmusulmanes o las terribles purgas de los tibetanos. Su imparable ascensoempieza a recordar más a Gengis Khan que a una nación comprometida con el desarrollo de la humanidad.

Puede que por estas razones aObamano se le haya ocurrido visitarlo; ni tampoco criticarlo. El problema radica que dada su capacidad productiva, de consumo y compra, y su poder financiero, de China depende en gran medida que salgamos de la crisis. Y sin su involucración en Oriente Medio y en Asia la estabilidad de la zona se nos antoja difícil de conseguir. Europa parece haber quedado relegada al papel de comparsa. Es triste pensar que Israel se permita reaccionar airadamente cuando el jefe de política exterior de la Unión Europea, Javier Solana, propone que la ONU reconozca al Estado palestino.

Incluso ese personaje indeseable que es el ministro de Asuntos Exteriores israelí, Avigdor Lieberman, quemuchos países no se dignan recibir, se permitía despreciar a nuestro representante: “con el debido respeto a Solana, dijo, está a punto de retirarse”. Eso sí, mientras tanto los europeos seguimos pagando la factura de sostener a la economía palestina y recomponer cuanto destruye el Ejército israelí.

Malos tiempos se avecinan. Peores de lo que imaginaban quienes creían que una nueva era amanecía en el mundo. Ojalá me equivoque, pero si la situación sigue deteriorándose, quizás a Obama no le quede otro remedio que decirnos además del yes, we can, lo mismo que Churchill prometió en su día: “sangre, sudor y lágrimas”. Y a nosotros, estar dispuestos a apoyar al líder aunque seamucho el sudor, esperando que sean pocas las lágrimas y todavía menos la sangre; y confiar que, al igual que hizo el gran estadista británico, Obama consiga sortear los peligros y llevar el barco a buen puerto.

Jerónimo Páez

Abogado y editor de las memorias de Obama `Los sueños de mi padre'

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