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Cambio de era: Europa se debilita

  • La UE salió indemne de varias crisis en su breve historia, pero las complejas situaciones que abordó en 2015 hacen que palpite un espíritu de indiferencia o rechazo al concepto europeo

La Unión Europea (UE) ha superado más de una crisis en su breve historia, pero las complejas situaciones que debió afrontar este año parecen atacar su esencia y sus fundamentos. Para muchos su defensa es obvia; para otros, no. Y el peligro que se palpita en no pocas regiones es que los ciudadanos, en el plano individual, se vuelvan indiferentes hacia el concepto de la UE.

Primero fue la crisis de Grecia. Luego llegó el colapso del sistema europeo de fronteras y finalmente la saturación del sistema de acogida de refugiados. "La Unión Europea puede romperse", dijo en noviembre el ministro de Exteriores de Luxemburgo, Jean Asselborn. La advertencia no hubiera podido ser más clara.

La idea europea parece perder terreno. Sin ir más lejos, este 2016 los británicos podrían convocar un referéndum y decidir en las urnas su salida del bloque. No se trata de una decisión menor, siendo el Reino Unido uno de los miembros más fuertes de la UE. En Eritrea o Siria, Europa parece ser el destino soñado, pero ¿cómo se la percibe desde los propios países europeos?

Allí el deseo de pertenecer a una patria pequeña que pueda controlarse a nivel regional parece ser cada vez más fuerte. Los ciudadanos, en el mejor de los casos, tienen un actitud indiferente hacia la UE. Y muchos incluso tienen la impresión de que "está cada vez en menos condiciones de solucionar problemas", describe Janis Emmanouilidis, del Centro de Política Europea (EPC, por sus siglas en inglés).

Puede que gran parte de este fenómeno tenga que ver con la falta de una plataforma pública común. Los europeos ya no debaten entre sí, sino el uno sobre el otro. No existen plataformas que planteen temas comunes. Y eso es algo que queda muy de manifiesto al comparar los principales periódicos de Reino Unido, Holanda y Alemania, por tomar tres ejemplos cualesquiera. Allí se ve claramente que cada país tiene sus temas. Las preocupaciones suelen ser nacionales, y si se informa algo sobre Europa, se lo presenta a través del tamiz de la perspectiva local.

Los logros alcanzados en el proceso de unificación ya pasaron a ser tan obvios para la mayoría de los ciudadanos que no son vistos como un mérito de la UE.

Un ejemplo, entre tantos otros: todos los fines de semana miles de alemanes que viven cerca de la frontera con Holanda cruzan al país vecino para hacer compras. Bien saben las personas mayores que eso, hace no tantos años, resultaba impensable, o al menos no tan sencillo.

En algún momento dejó de ser obligatorio enseñar el pasaporte, aunque siguieran existiendo los puestos policiales. Pero hoy en día uno casi ni se da cuenta de que ha cruzado una frontera.

Eso sucede todos los días entre la alemana Duisburgo y la holandesa Venlo, que es nada menos que donde vive el derechista Geert Wilders, quien goza de una amplia popularidad. Si fuese por él, Holanda debería abandonar cuanto antes la UE y volver a ser "quien tenga la batuta" en casa.

Para el movimiento islamófobo Pegida y los euroescépticos, Wilders, que lleva la cabellera teñida de rubio, es toda una autoridad. La derecha crece en muchos países de la UE. En Polonia y Dinamarca los partidos que se expresaron por "menos Europa" vivieron un importante repunte. Y también están los que incluso defienden el lema de "Europa cero", tal como el Frente Nacional de Francia, que también logró en 2015 unos buenos resultados electorales en el ámbito regional.

No hay que ser un extremista para rechazar la UE. Paul Garden, un inglés muy instruido y ex inversor de un banco de Londres, pasa mucho tiempo viajando. Pero cuando se le pregunta qué opina de una Europa unida, su rechazo es radical: de ningún modo. La UE es, desde su perspectiva, una organización antidemocrática.

Si uno le pregunta qué opina de que la canciller alemana, Angela Merkel, asegura que la unión de Europa puede ser decisiva para definir el camino entre la paz y la guerra, Garden frunce la frente y dice: "Los países europeos están tan interrelacionados a nivel económico que ya no puede haber ninguna guerra".

Sin embargo, vale observar que eso también se decía antes de la Primera Guerra Mundial. Por entonces el entramado económico era tan fuerte que, de hecho, según los historiadores, las relaciones económicas europeas no volvieron a alcanzar la misma firmeza hasta los años 60, es decir, 50 años después.

Si bien los ataques terroristas que vivió París el pasado noviembre hicieron que la cultura europea se aglutinara emocionalmente debajo de una misma bandera, la ola de refugiados, por otra parte, hizo que en muchas regiones creciera el deseo de aislarse y de cerrar sus fronteras.

Este 2015 se alzaron muchas vallas y muros. Primero, en la frontera externa de la Unión Europea, y luego también dentro de su propio territorio.

Después de levantar una valla en la frontera con Serbia, Hungría optó por cerrar su límite con Croacia. Eslovenia también se aísla cada vez más de Croacia, que aún forma parte de los estados de la UE que no pertenecen a la zona Schengen. De pronto son muchas las fronteras internas en las que se realizan controles y el sistema Schengen está en la cuerda floja.

Helmut Schmidt, que gobernó Alemania de 1974 a 1982 y hasta el día de su muerte fue uno de los políticos más populares del país, era un acérrimo defensor de la Unión Europea. Solía diferenciar entre las generaciones que vivieron la Segunda Guerra Mundial y las que no la vivieron. Estas últimas, decía, no saben ni lo que es la guerra, ni reconocer lo mucho que significa, más allá de sus carencias, tener una Europa.

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