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Diez años de desengaño en Iraq

  • El desencanto cunde entre una mayoría de ciudadanos que ven cómo han pagado con altas tasas de tensión sectaria el cambio de régimen tras la simbólica caída de la estatua del dictador

Una década después de la caída de Sadam Hussein, el desengaño cunde en Iraq entre una mayoría de ciudadanos que ven cómo han pagado con altas tasas de violencia y de tensión sectaria el cambio de régimen.

El derribo de la estatua del dictador en el corazón de Bagdad por soldados estadounidenses el 9 de abril de 2003, convertido en el símbolo de la caída del régimen, no será por ello festejado en este décimo aniversario.

"Cuando vi la estatua de Sadam en el suelo, soñé con un futuro mejor tras las promesas dulces de EEUU. Pero en estos años sólo hemos visto destrucción, falta de servicios básicos y un futuro desconocido", dijo el profesor de Historia Tayer Mahdi.

Mahdi opinó que este aniversario se cumple en "circunstancias críticas", en medio de una crisis política y protestas de los suníes, y con el implacable reguero de víctimas que dejan a diario las explosiones y ataques armados.

La invasión de una coalición internacional liderada por EEUU el 20 de marzo de 2003, con el argumento de que Sadam tenía armas de destrucción masiva, fue el inicio de una ocupación que sumió a Iraq en una espiral de violencia, debido al desmantelamiento del antiguo aparato de seguridad.

Para el prestigioso periodista Mazen Abdulqader, aunque Sadam causó un gran daño a los iraquíes, estos "no aprueban el apoyo a un extranjero para salvarse de un gobernante injusto".

"La mayoría de los iraquíes sienten remordimiento después de diez años de fracaso, asesinatos, violencia sectaria y corrupción", asegura Abdulqader en un artículo de opinión en el diario independiente Al Mashreq.

Este sentimiento se debe, a su juicio, a que el derrocamiento del régimen se logró a cambio de cientos de miles de vidas y de una clase política fanática que expolia los fondos públicos.

Abdulqader alude así al disgusto de los iraquíes por la continuación de los actos terroristas en Iraq y por la mala gestión del Ejecutivo actual dirigido por el chií Nuri al Maliki, acusado por los suníes de corrupto y sectario.

En la misma línea, el estudiante Abu Amar Hadi, de 21 años, dijo que los estadounidenses entraron "como invasores y no como liberadores y destruyeron la estatua de Sadam, pero también todo lo bueno del país".

"El 9 de abril es una día triste para nosotros y un punto negro que nos recuerda toda esa destrucción provocada por el ocupante, que instaló el rencor entre los iraquíes", apuntó Hadi, en alusión a la tensión entre suníes y chiíes.

Los suníes protagonizan desde hace meses multitudinarias protestas para quejarse de la discriminación a la que dicen son sometidos por parte del Gobierno, después de haber gozado de privilegios durante la época de Sadam.

No solo los suníes se sienten agraviados. También muchos cristianos opinan que sus condiciones eran mejores antes de la invasión estadounidense.

Samy Yusuf, un cristiano de 35 años, calificó de "gran mentira" la idea de que haya democracia y libertad en Iraq. Otros sí consideran que ha mejorado la situación de las libertades en el país, como el chií Ali Lami, dueño de una tienda de aparatos eléctricos en Bagdad.

Al margen de las rivalidades religiosas, todos coinciden en que el peor legado de la invasión es la violencia.

El taxista Ali al Halfi lo resume de forma sencilla: "Antes podía aparcar en el arcén de la carretera y dormir tranquilamente. Ahora lo mínimo que puede pasar es que una patrulla de la Policía dispare contra el vehículo pensando que es un coche-bomba".

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