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Una década de 'poder viril' en Rusia

  • La llegada de Vladimir Putin a la Presidencia de Rusia consolidó un sistema fuerte en el que emprendió guerras, eliminó a rivales políticos y exigió lealtades incondicionales, a costa de derechos y libertades

"En Rusia, un hombre de talento no puede ser irreprochable", escribía a fines del siglo XIX el dramaturgo Anton Chejov y esa descripción se aplica perfectamente a Vladimir Putin, que el domingo pasado celebró los diez años de su llegada al poder.

Sin embargo, cuando el presidente ruso Boris Yeltsin nombra al jefe del poderoso Servicio Especial (FSB, ex KGB) en el cargo de primer ministro, el 9 de agosto de 1999, muchos creen que se trata de una nueva extravagancia del anciano enfermo.

Una década más tarde, el ex espía se ha impuesto como el artífice de un país orgulloso diplomáticamente y fuerte económicamente, que ha superado la humillación y el caos heredados de la caída y el desmembramiento de la URSS, a pesar de que esta transformación se haya pagado con una reducción de las libertades. "Hace diez años, la población estaba dividida, y la mitad creía que todavía estaba viviendo en la Unión Soviética. Putin cambió todo eso y terminó por crear una nueva nación", dice el experto en Ciencias Políticas Gleb Pavlovski, partidario del Gobierno.

Putin ocupó el puesto de presidente durante ocho años (2000-2008), y luego se convirtió en primer ministro de su sucesor y protegido Dimitri Medvedev, pero no cabe duda de que el poder real del país sigue en sus manos.

La epopeya de Vladimir Vladimirovich Putin, de 56 años, no fue sencilla ni exenta de controversias. En cuanto llegó al poder lanzó la sangrienta segunda guerra de Chechenia. Luego apartó de la política, uno a uno, a los influyentes oligarcas, esos hombres de negocios sin escrúpulos que caracterizaron la época de Yeltsin.

Más tarde, obligó a los medios de comunicación a una lealtad incondicional, suprimió cualquier oposición liberal en el Parlamento y volvió a colocar a los gobernadores regionales bajo la férula de Moscú. "Tiene una importancia histórica, pues con él el país dejó de democratizarse y siguió la vía del enfrentamiento con el resto del mundo", acusó Lev Ponomarev, uno de los principales defensores de los derechos humanos en Rusia y detractor de "la vertical del poder" de Putin. "Si con Yeltsin se podía decir que la construcción de la democracia avanzaba paso a paso, con la llegada de Putin tomó el camino inverso", agregó.

Aparentemente, eso lo que los rusos desean. Según una encuesta reciente del centro independiente Levada, el 63% de las personas interrogadas consideran positivo que la parte fundamental del poder esté concentrada en las manos de Vladimir Putin.

El ex presidente lo asumió claramente desde el 4 de septiembre de 2004, después de la toma de rehenes de la escuela de Beslan, que terminó con la muerte de 330 personas, incluyendo a 186 niños, en una polémica intervención de las fuerzas del orden.

"Son los débiles los que reciben los golpes", sostuvo en esa ocasión, considerando que Rusia "se había mostrado débil" desde la desaparición de la poderosa Unión Soviética, un Estado que "lamentablemente no estaba adaptado al mundo moderno".

Desde entonces, Putin intenta parecer infalible, y no vacila en hacer declaraciones cortantes, como cuando consideró que la célebre periodista de oposición Anna Politkovskaia, asesinada en octubre de 2006, era una personalidad "insignificante".

Trata también de mostrar públicamente su fuerza viril, destacada por su cinturón negro en yudo. Durante la semana anterior al aniversario de sus diez años en el poder bajó en submarino a 1.400 metros de profundidad en el Lago Baikal, cabalgó con el pecho desnudo en Siberia y nadó estilo mariposa frente a los fotógrafos de prensa en las aguas heladas de un río.

Cuando el año pasado la Constitución obligó a Putin a dejar la Presidencia tras dos mandatos, instaló a su favorito, Dimitri Medvedev, como su sucesor. Pero siguió manteniendo las riendas del poder, como jefe de gobierno. Hasta ahora, las luchas de clanes, la crisis económica y correspondientes ambiciones aparentemente no causaron divergencias en el tándem. En la crisis, los medios estatales tratan de reflejar la impresión de que el yudoca Putin pelea personalmente por cada puesto de trabajo en el país.

Lev Gudkov, del instituto Levada, atribuye la racha de suerte política a que "Putin logró crear alrededor suyo una atmósfera de que es irreemplazable". Según Gudkov esto no es tanto obra del político, sino más bien se debe al hecho de que la oposición fue marginada y que los medios están dominados por Putin.

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