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Flamenco

Agua con agua se paga

  • El nuevo disco del Lebrijano, número 35 de su carrera, rinde homenaje a la obra del Nobel Gabriel García Márquez

Aquí tienen a uno de los más grandes. No tanto por la tan alabada vertiente innovadora del intérprete, como por su fidelidad a la tradición. Es cierto que fue pionero en concebir y ejecutar espectáculos y discos conceptuales (La palabra de Dios a un gitano, Persecución, Encuentro), y que su mayor popularidad le vino de su encuentro con músicos del norte de África, lo que contribuyó en no poca medida a divulgar entre nosotros el patrimonio oral de las músicas andalusíes. Pero la historia lo recordará, a mi entender, por su interpretación de soleares y seguiriyas junto a la guitarra de Paco de Lucía o el Niño Ricardo a finales de los sesenta y principios de los setenta.

Macondo en lebrija

Su capacidad como intérprete tradicional lo sitúa en primera línea flamenca. Respecto a sus obras misceláneas (las apuntadas, o esta que ahora presenta), tengo alguna reserva. No porque no sean proyectos de interés: sólo digo que me gusta más como cantaor clásico. Todavía, con la voz herida por el tiempo, lo vemos a veces dolernos en directo por soleá, sorprendiéndonos cuando más confiados estamos, por su voz hermosa y lacerada, por su capacidad para ser emoción. Una capacidad que no pasó desapercibida para García Márquez que le regaló la frase que titula su nueva obra, y que la marca también en contenido y concepto.

Dicho lo cual, creo que la presente es una obra más social que de resultados artísticos perdurables. El mundo del creador de Macondo está presente en este disco, si bien entra en la voz y el universo musical de Juan Peña con calzador. Son textos que, lógicamente, no fueron concebidos para ser cantados, sino contados. Casto Márquez ha hecho un notable esfuerzo por adaptar la lujuria verbal y narrativa, esto es, los textos del Nobel, a la métrica flamenca de seguiriyas, bulerías, etc, estilos que conforman esta obra. Pero la cosa ha quedado en una extraña tierra de nadie. Los arreglos musicales de David Peña Dorantes y Pedro M. Peña son notables. Y el resultado extraño, de difícil digestión.

Hijo de la Perrata, sobrino del Perrate, hermano de Pedro Peña, tío de Dorantes. El Lebrijano (Juan Peña, Lebrija, 1941) vive en flamenco desde que nació. Personalidad cantaora y artista comprometido con su arte, está en la primera línea de la popularidad flamenca desde los años sesenta por méritos propios. Ha cantado a Félix Grande y a Caballero Bonald, y ahora le llega el turno a Gabriel García Márquez.

Lebrija es macondo

Pero siempre nos convencerá más por aquellos anónimos compositores flamencos del siglo XX o aquel Juaniqui de su pueblo. Ha grabado, además de los mencionados, con las guitarras de Melchor de Marchena, Enrique de Melchor, Paco Aguilera, Pedro Peña, Juan Habichuela, Manolo Sanlúcar, Pedro Bacán y tamtién con Pedro M. Peña y Ricardo Moreno, que lo acompañan en esta su nueva obra. Su discografía, en la que se incluye también algunas grabaciones de La Perrata, y en la que la presente entrega hace el disco número 35, es uno de nuestros patrimonios flamencos, uno de los lujos de la cultura de nuestra tierra que recibirán las generaciones futuras. Porque, todavía, cuando El Lebrijano canta, el agua hace acto de presencia en nuestros semblantes.

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