Mes de Danza | Crítica

Los mil cuerpos de Alexander Vantournhout

Una imagen del solo del creador belga.

Una imagen del solo del creador belga. / Luis Castilla

Tal vez sea a causa del terrible cariz que está tomando el mundo que nos rodea, tan complejo que incluso resulta difícil a veces poner en pie una actitud coherente frente a él. Lo cierto es que muchos jóvenes creadores del momento han decidido mirar para adentro. Ver quiénes son, cuál es su fragilidad y su fortaleza y así poder definir con mayor claridad, con una actitud que se desliza en un segundo de la tragedia a la comedia, su posición en el mundo.

Es el caso de algunas propuestas que hemos visto en este Mes de Danza que llega a su fin y, sobre todo, del bailarín y artista circense Alexander Vantournhout, un hombre que busca respuesta a todas sus dudas y nos muestra sus logros mediante un increíble trabajo físico. Aunque el belga ha firmado ya algunas coreografías de grupo y un arriesgado dúo con Bauke Lievens, en Aneckxander. Una autobiografía… ha elegido el formato de solo (con la complicidad en la dramaturgia de Lievens) y un único instrumento, extraordinario en este caso, que es su propio cuerpo.

Desnudo y con una gran honestidad, Alexander nos muestra lo que el hombre tiene de animal, los restos de su posible evolución, pasando tranquilamente de la posición bípeda a la trípeda; juega con sus deformaciones, con su infinito potencial de transformación… Mil imágenes de nosotros mismos que quizá tengamos aún que descubrir.

Luego él, mitad bailarín mitad contorsionista con unas gotas de mimo, nos habla del equilibrio, de la fragilidad. Con una frase, musical y coreográfica, nos muestra cómo cambia la calidad del movimiento cuando un peso (dos zapatos de grandes plataformas) nos lastra. Cómo una nimiedad nos hace pasar del placer al agotamiento… Luego nos mira inocente y curioso, quizá para comprobar nuestra admiración, o tal vez para no sentirse tan solo.

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