Aleksandr Kliuchko | Crítica

Un drama expresionista al piano

Aleksandr Kliuchko en la matinal del domingo en Chicarreros.

Aleksandr Kliuchko en la matinal del domingo en Chicarreros. / P.J.V.

Un tercer premio del Concurso Paloma O’Shea a los 18 años no es ninguna broma. Y el ruso Aleksandr Kliuchko (Saransk, 2000) justificó su galardón de 2018 con unas interpretaciones de sólida madurez de un programa en el que la forma quedó subsumida en la expresión.

Así, en La Tempestad de Beethoven, en la que el antagonismo de los temas (pura forma sonata) se exacerbó en una versión de contrastes extraordinariamente marcados (en tempo, dinámicas, acentos, ataques). El principio constructivo, esencial en el compositor, no se pierde nunca, pero la sonoridad, la pura fisicidad del sonido fue puesta en primer plano. Igualmente en el lentísimo Adagio, que respiró majestuoso y sereno, antes de un final progresivamente tenso, encendido.

Ese expresionismo llegó al delirio en la Sonata Dante de Liszt, con el diabólico tritono marcando desde el arranque, junto a los principios cíclicos y las características octavas del compositor, una interpretación en la que la asombrosa agilidad técnica es lo de menos, porque sobresalió la intensidad dramática de una expresión en la que también jugaron su papel los silencios y las resonancias. En este mundo, aunque el canto es inevitable en la música de Chopin, y Kliuchko lo adornó con un rubato de la mejor ley, el Nocturno en si menor sonó un punto adusto, con el punto de mira puesto más en el color armónico que en la melodía. La agitación rítmica de la Sonata nº5 de Scriabin, la primera de las suyas en un solo movimiento, con sus discontinuidades armónicas que rozan a menudo lo atonal y sus notas impresionistas, puso colofón a un concierto dominado por un convulso sentido de la belleza.

Fuera de programa, Kliuchko enfatizó el perfil más dramático de su participación en este Festival de Primavera con un estudio lisztiano de una fuerza más arrolladora que trascendente y, luego, como pidiendo disculpas por los excesos, sosegó a los presentes con un delicadísimo preludio de Scriabin.

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