Desde que diera la campanada con aquella Contra la pared que hoy ya no nos atreveríamos a revisar, el turco-alemán Fatih Akin ha ido haciéndose un incomprensible hueco de prestigio autorial en festivales, premios y academias (véanse el Globo de Oro o el premio de interpretación en Cannes para Diane Kruger) gracias a no se sabe bien qué escondido talento tras la superficie casi siempre ramplona y el tono sensacionalista de unas historias que pretenden tomarle el pulso a la realidad multicultural y sus fisuras entre malabarismos de guión y una escasa confianza en la inteligencia de su espectador.
Después de la aventurilla veraniega adolescente de Goodbye, Berlín, En la sombra se pone seria e intensa para denunciar el auge de los movimientos neonazis en Alemania y el resto de Europa (ahí está la conexión griega para recordárnoslo) de la mano de un drama en tres etapas y un prólogo centrado en la odisea de una madre y esposa que se enfrenta al trágico lance de la muerte de su marido turco y su hijo como consecuencia de un atentado terrorista de sesgo xenófobo.
Akin juega a los anticipos y las premoniciones para desplegar su estilo enfático y errático entre las consecuencias inmediatas, íntimas y dolorosas del atentado (de largo lo más rescatable del filme), durante el delirante juicio que ocupa la segunda parte y, finalmente, en ese último y no menos risible tercio griego donde se gesta, de nuevo con trampas y atajos de guionista caprichoso, la escalada de la Ley del Talión.
Para llegar a semejante, cuestionable y previsible recorrido, Akin ha caricaturizado previamente a las fuerzas del terror y a sus defensores legales y ha puesto en las ruedas de la justicia todo tipo de palos artificiales para las identificaciones e irritaciones de manual. Para entonces, la esforzada Kruger, único pilar medianamente sólido del filme, reconvertida en intrépida justiciera y profesional artificiera, ha perdido ya todas nuestras adhesiones bajo el rímel corrido y el gesto desencajado.
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