Cultura

Aprendizajes de la mirada

  • La obra de Jean-Marc Bustamante, en la Fundación Helga de Alvear, en Cáceres, interpela al espectador sobre la naturaleza de la percepción

Aunque apenas nos damos cuenta de ello, el arte, antes que crear belleza, establece nuevas relaciones (hasta entonces insospechadas) con el medio en el que vivimos, sea la naturaleza, la sociedad o la cultura. La pintura renacentista, con la perspectiva, tendió espacios horizontales y los llevó hasta el infinito, entregando al cuerpo un mundo que se extendía a su alrededor y no por encima de él; el bodegón nos enseñó a apreciar la silenciosa dignidad de los objetos y un filme como El tercer hombre nos hace ver un medio hostil y nos enseña que una traición es siempre una traición, aunque la justifique la ley.

Para descubrir esa virtualidad del arte conviene practicar un cierto distanciamiento: ir más allá de la seducción de la obra o, mejor aún, reflexionar sobre su atractivo sin dejar por ello que se apague su llama.

Buena parte del arte contemporáneo ha buscado este distanciamiento mediante la idea o, en general, la teoría. Jean-Marc Bustamante (Toulouse, 1952) elige un camino más difícil, el de la imagen misma, en especial la fotográfica. Sus trabajos despiertan, antes que el atractivo, la reserva del espectador. Esta dinámica no es nueva en la fotografía: Benjamin dijo que las fotos de Atget, más que la contemplación, requerían la mirada del detective. Pero las imágenes de Atget propiciaban esa actitud con calles desiertas o enclaves inusuales. Las de Bustamante carecen de ese tinte de intriga. Poco misterio hay en unas tierras removidas por una máquina en medio de un matorral o en una piscina con un tobogán junto a un enorme lago. Esta indiferencia, sin embargo, se da en fotos de gran formato con las que el autor quería emular a la pintura, por lo que tituló la serie, Tableaux, Cuadros. Es precisamente ese desajuste entre el solemne formato y la sencillez de la imagen lo que provoca el distanciamiento, algo inquietante, que despiertan las obras.

Otros trabajos siguen parecido camino pero con medios diferentes. Las fotos, más pequeñas, de un grupo de chicos y chicas que juegan con un móvil, de un gran trailer vacío parado junto a un parque o de un lujoso automóvil cubierto por las sombras de los árboles de una plaza, dan que pensar. No critican nuestro modo de vida ni invitan a la narración, pero se antojan incompletos, como sugiere el propio nombre de la serie, Something is Missing, Algo falta. Algo similar ocurre con unas grandes vistas de lagos suizos, montadas sobre aluminio: paisajes ambiciosos tocados no obstante por un eco actual de la ironía que cultivaron los románticos. Se advierte en el mismo título de la serie: L. P., sin que se sepa si las iniciales aluden a los viejos vinilos (Long Playing o Long Play), a las iniciales de Lost Paradise o simplemente, de Lake Photographs.

Bustamante indaga además en la luz. Una foto de un bar de copas con un punto de luz sobre la penumbra en la que se mueven los clientes. La imagen, transferida a una gran lámina de metacrilato, cuelga separada unos centímetros de la pared. Genera así un juego de sombras que subraya la imprecisión de las figuras y provoca de nuevo la mirada reposada. Quizá obras como ésta se relacionen de algún modo con los Panoramas, trabajos que parecen mediar entre pintura, escultura y arquitectura. Son objetos con diversos valores que promueven distintas relaciones posibles: la inyección de tinta sobre una lámina de plástico transparente evoca la pintura gestual, pero la materialidad de las gruesas láminas y las sombras que producen al estar separadas del muro remiten a la escultura, mientras sus dimensiones logran transformar el espacio del recinto expositivo. Así ocurre con Panorama entre nosotros. Parecida potencia espacial tienen las Mesas: rotundos cirios se alzan sobre láminas de vidrio que reposan en soportes metálicos.

Los trabajos de Bustamante enseñan a mirar. Lejos de la visión automática de nuestra cultura, logran establecer un tiempo en el que la imagen requiere al cuerpo y a la memoria, y hace que el espectador sea consciente de qué puede significar percibir y qué relaciones con su entorno traza al hacerlo. Son obras que, así, hacen efectivo el dictum de Joseph Beuys: cada hombre, un artista.

Hay en la muestra otro componente de interés: señala un modo de concebir una colección. La exposición no es demasiado extensa pero tiene la densidad suficiente para dar una visión satisfactoria del trabajo de Bustamante, un autor que representó a Francia en la Bienal de Venecia del año 2003. Hay colecciones que son una sucesión de firmas destacadas. La de Helga de Alvear prefiere reunir obras del mismo autor e ir formando así diversos microcosmos del arte. Pueden, como en este caso, presentarse solos o bien trazar, junto a otros, itinerarios que, como los senderos del jardín de Borges, al cruzarse, producen las mejores sorpresas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios