Crítica de Flamenco

Baile jondo recién parido

Un espectáculo muy físico, intenso. Una hora y media de puro baile de cinco intérpretes portentosos. Hubo espacio para el humor y también para el ingenio que sirvieron para relajar la tensión entre número y número. La partitura de Jesús Torres funciona como un reloj con la puesta en escena y el uso del legado tradicional, tanto coreográfico como, sobre todo, musical y literario, es muy libre e imaginativo. David Coria, como los grandes creadores de la danza jonda, inventa, reinventa los estilos flamencos clásicos. La caña fue un singular paso a dos que dialoga con el pasado pero que se impone en la escena actual, con pasos que nos hablan a los hombres y mujeres de hoy. Lo mismo ocurre con la farruca que acoge múltiples guiños a la tradición pero que está furiosamente instalada en el presente. Fue uno de los números estrella, a cargo de Coria, que también bailó en solitario martinetes de nuevo cuño. O el Romance de Zaide, en el que se apeló a diversas tradiciones jondas, del Chozas a Mairena, para componer una obra colectiva brillante.

La compañía se adueñó con firmeza del espacio inmenso del Teatro Central sin aforar. También el uso de los objetos, naranjas, sombrero, pañuelo, fue delicado, hermoso. Se trata de cinco solistas muy poderosos y cada uno de ellos posee una personalidad desbordante: brillaron en los solos y también se compenetraron con pasión en los números colectivos.

Una obra densa, emotiva, que recorre distintos estados de ánimo y a la que le sobraron unos minutos.

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