LAS QUE ARDEN | CRÍTICA DE TEATRO

Belleza como terapia

Instántanea de uno de los ensayos de 'Las que arden'

Instántanea de uno de los ensayos de 'Las que arden' / Miguel Jiménez

La casualidad, si existe, ha hecho que el cierre de la temporada del Teatro Central  haya estado a cargo de la compañía sevillana La Ejecutora y la obra Las que arden. Aunque  todos intuimos que la tragedia del Covid-19 se verá reflejada en el arte en los próximos tiempos no podíamos prever que Julio León y Fran Pérez se adelantaran tanto como para ofrecernos la primera obra andaluza sobre la pandemia.

Las que arden es la respuesta a una situación inédita vivida por la juventud española extrapolable al mundo rico. Un grupo de amigos se reúne, al término de una catástrofe para celebrar el fin de la misma.

Formalizar un rito, el encuentro, la fiesta, la celebración que nos hace estar de nuevo juntos y liberados. Fran Pérez y Julio León (los Rosencrantz y Guildenstern de la dramaturgia andaluza) abordan el tema desde un punto de vista generacional. Es la propia juventud, esa tan denostada y tan incomprendida, la que nos cuenta como se han sentido y cómo quieren sentirse.

Con una estética absolutamente ‘europea’ Las que arden recuperan a Beatriz Arjona, Celia Vioque, Tatiana Sánchez Garland y Verónica Morales, José Luis Bustillo, Julia Rodríguez y Julio León. El vestuario de Gloria Trenado las uniforma con trajes de gasa blanca apuntando a la pureza pero que rebozan sensualidad ante las evidentes transparencias. La iluminación de Benito Jiménez envuelve sus cuerpos y, junto a la música, crean la embriaguez. La escenografía de Julia Rodríguez y Fran Pérez juega con una estilizada discoteca y el salón de un palacio renacentista. Todo responde a un ritual,  Julio León, como oficiante, pregunta, dirige y enmarca lo que sucede en escena. Los intérpretes, coquetean con la realidad (responden a sus nombres de pila reales) y la ficción manifiestan como se han sentido durante el tiempo que no pudieron relacionarse con sus congéneres.

Llega el momento de la celebración y la fiesta comienza. Toda una declaración de intenciones en la que sale ganando la propuesta escénica ante una indeterminación del contenido. Fran y Julio se han esforzado más en la estética que en la ética. Quizás se abusa de las repeticiones y de cierta cercanía performance. Pero lo verdaderamente interesante es que son los propios jóvenes los que nos cuentan sus cuitas, sus anhelos, sus deseos. Es una generación nueva la que ocupa el escenario con sus defectos y sus virtudes. Algo que está llegando y que a algunos nos hizo sentirnos demasiado adultos.

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