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The Stooges en una imagen de principio de los años 70.

The Stooges en una imagen de principio de los años 70.

Aunque aparezca fugazmente en su arranque, Jim Jarmusch se borra inmediatamente de este documental de autor que recorre los años de gloria musical de The Stooges, el "mejor grupo de rock & roll de la historia". No parece que la hipérbole sea insincera, de hecho, cuando Jarmusch se aparta ocasionalmente de la ficción, sólo lo hace para homenajear y filmar a sus músicos y bandas de cabecera (recuerden aquella Year of the Horse sobre Neil Young y los Crazy Horse).

Gimme Danger se articula así desde la admiración, la reconstrucción y el relato preciso y minucioso, dando protagonismo a un Iggy Pop al que nunca hemos escuchado más lúcido y elocuente, líder de ojos azules y voz profunda en un cuerpo de contorsionista, único superviviente hoy junto a James Williamson de una banda de compacto, fugaz y fulgurante brillo eléctrico entre 1967 y 1974 a la que la industria, las drogas y las circunstancias no alargaron la vida más allá de un intenso y glorioso lustro del que salieron tres discos (The Stooges, Fun House, Raw Power) y un buen puñado de conciertos que podían ser tan memorables como desastrosos.

Jarmusch sienta a un Iggy de memoria prodigiosa y verbo preciso (especialmente cuando habla de música) para rememorar los avatares del nacimiento del grupo en Detroit y sus primeros pasos en una Norteamérica social y culturalmente cambiante, pero también le da voz a sus compañeros de viaje, amigos y colaboradores cercanos. Sobre sus relatos cruzados, un riquísimo y variopinto material de archivo pone imagen, contexto e ironía (advertidos quedan los incondicionales de Bob Dylan o David Bowie) a una época convulsa, y las animaciones de James Kerr convierten a los Stooges en trasuntos caricaturescos de aquella juventud más próxima al espíritu ácrata y pre-punk que a las consignas izquierdistas de los movimientos civiles.

Gimme Danger se propulsa así como un relato vibrante y sincero por el lado salvaje del rock & roll y los márgenes de la oficialidad, manteniéndose a distancia prudencial de la nostalgia y la hagiografía, abierta a felices anécdotas y digresiones (el episodio del encuentro con John Wayne en Los Ángeles, sea o no cierto, es estupendo) para cerrarse en el inevitable comeback por la pasta y en el recuento de las influencias que la banda de Ann Arbor ha dejado hasta nuestros días.

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