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Cultura

Botero: compromiso y carencias

La matanza llevada a cabo por paramilitares colombianos en las riberas de la Ciénaga Grande o los cuerpos destrozados con motosierras (algo que iniciaron los narcotraficantes y esgrimen hoy como amenaza todos los grupos en litigio) son algunos de los brutales registros llevados por Fernando Botero (Medellín, Colombia, 1932) al lienzo o al papel. Esta reflexión sobre la violencia, iniciada en 1999, la extendió más tarde a otros hechos lamentables, como las torturas practicadas por soldados de Estados Unidos en la cárcel de Abu-Ghraib, obras que se muestran ahora en Valencia.

Muchos trabajos expuestos en Sevilla son de pequeña dimensión. Un formato que conecta bien con la técnica empleada en la obra: una forma de pintar elemental, casi infantil, confiere a las breves piezas el aspecto de exvotos o el de viñetas de un viejo romance de ciego. En ese sentido las obras, al recurrir a un tipo de imagen popular (una cierta figuración pop), establecen un distanciamiento tal que su contenido violento puede ser recibido con mayor facilidad por el espectador. Las cosas cambian cuando Botero emplea formatos mayores: en ellos, sus orondas figuras y su escasa técnica pictórica se convierten en vehículos inadecuados para transmitir un problema tan serio como el de las recurrentes brutalidades de nuestro tiempo.

El problema se acrecienta en los dibujos. Es cierto que las voluminosas figuras le ayudan a resolver un problema básico del dibujante: ocupar adecuadamente el papel y dar unidad a la obra. Pero la técnica dibujística es notablemente pobre. Los contornos resultan infantiles, las tonalidades carecen de limpieza, el trazo es elemental y reiterativo. Una técnica tan escasa resta vigor a las piezas. Al ver la reiterada figura del esqueleto o la calavera, como metáfora de la violencia, viene de inmediato a la memoria la obra de José Guadalupe Posada, el gran ilustrador mexicano, y el contraste en nada favorece a Botero: la fuerza de los escuetos trazos de Posada, su carácter directo, su patetismo brillan aquí por su ausencia.

El compromiso de Botero es evidente (aunque faltan en la exposición indicaciones de los acontecimientos concretos que denuncia) y sin duda admirable. Junto a esa actitud, sin embargo, se manifiesta la escasez de sus recursos artísticos. En ambos sentidos la muestra es interesante e ilustrativa.

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