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Cultura

La CNTC también tiene serie B

Una de dos, o este crítico no ha sabido captar lo que nos ha querido contar Eduardo Vasco o la versión que la Compañía Nacional de Teatro Clásico estrenó anoche en Sevilla de El pintor de su deshonra es una de las más sosas, aburridas y prescindibles puestas en escena de los últimos tiempos.

Desde los primeros versos se empieza a notar la desgana. Sin duda, los actores han llegado a tiempo de aprenderse el texto pero aún les quedan muchas representaciones para llenarlos de vida y, muchas más, para que esa vida nos llegue a los espectadores.

El primer acto transcurre en la mayor atonía posible. La confesión que Serafina le hace a Porcia sobre el amor que siente por el hermano de ésta es tan plana que apenas se siente emoción y los versos se declaman sin pasión, van cayendo de la boca de la actriz como si estuviesen dormidos.

El escenario, que luego se irá complicando y ganando, es, sin embargo, en el primer acto la más pobre recreación de una vista del puerto de Nápoles que se haya visto en el teatro Lope de Vega. Una pintura sin gracia, un bastidor, es todo lo que se aporta.

Afortunadamente, la música, en directo, sirve para que no nos olvidemos que estamos ante la compañía Nacional de Teatro Clásico y que se pueden permitir ciertos lujos. La iluminación también está a la altura de un espectáculo que nos representa a todos. Desgraciadamente, el vestuario vuelve a resultar pobre, mal terminado y sumamente aburrido. Con estas premisas poco cabría esperarse y el público, guardando un silencio sepulcral, se dejó arrastrar hasta la segunda parte. Por fin, se empiezan a percibir ciertos destellos de teatro que se pondrán de manifiesto en la escena del carnaval en la que comparada con el resto de la obra estamos ante dos piezas distintas. El vestuario es vistoso y apropiado. La compañía funciona y se mueve con alegría, la mascarada funciona y por un momento asistimos a un momento teatral que pudiera hacerle justicia a nuestra entrega.

Pero este placer dura poco. Algunos momentos de Arturo Querejeta son los únicos que nos reconcilian con Calderón. El resto del elenco sigue recitando el papel y cae definitivamente en una interpretación minimalista.

Me cuesta creer que Merino, Mencía, Trancón o Iglesias sean todos de la misma escuela. Es evidente que el director Eduardo Vasco los ha llevado por el camino del ascetismo interpretativo y creo que éste se ha equivocado al elegir dicha opción.

Pero lo peor de todo es que ni el mismo autor da la talla. El asesinato de la mujer inocente y de su amante no correspondido por parte del marido hace que nos preguntemos ¿a quién se le ocurre gastar dinero público en llevar este Calderón a la escena?

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