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De Cádiz a Sevilla, por Jerez

Por una de esas frecuentes jugarretas del destino (un accidente de moto del bailaor Edu Lozano, programado oficialmente anoche en el teatro Alameda), A fuego lento, primer espectáculo del bailaor jerezano Andrés Peña, encuentra de nuevo un sitio -el mismo- en la Bienal por segunda vez consecutiva. Pero como el flamenco, arte vivo como pocos, cada noche alcanza una temperatura y un sabor diferentes, fue un placer asistir a su reposición.

Y no es que el espectáculo tenga nada de particular: no cuenta nada ajeno al sentir de sus protagonistas ni estrena ninguna composición; ni siquiera la sucesión de ritmos parece tener un sentido fuera del puro capricho de los artistas. Sin embargo, A fuego lento posee una baza nada común: la enorme calidad de sus ocho integrantes, cada uno de los cuales tuvo sus momentos de protagonismo y los aprovechó con generosidad, es decir, dejando siempre lo mejor al compañero. Así sucedió con la guitarra, rotunda y dulce a la vez, de Javier Patino -junto a Rivero- y las voces, magníficas y personales de David Lagos -qué bonita su intervención en la farruca- y David Palomar, espléndido en sus aires gaditanos, y la femenina de Inmaculada Rivero.

Con ese arrope y esa complicidad, el baile se impuso con un brío y un compás que no decayó en toda la velada, desde el comienzo por tangos que bailan al unísono Andrés Peña y la gaditana Ogalla hasta la obligada pataíta por bulerías del final.

Andrés Peña demostró que es un bailaor completo y flamenco donde los haya. Bailaor de chaqueta, con el buen sabor a rancio de los bailaores antiguos, que se coloca y busca los perfiles con elegancia en la farruca para luego desconyuntarse y achularse con picardía cuando la vena jerezana le aflora en la soleá por bulerías. Muy bonito su martinete con bastón.

Pilar Ogalla, por su parte, bailó también con gracia y flamencura y nos dejó unas alegrías de su tierra - con bata de cola- llenas de fuerza, aunque fue en el taranto cuando acabó de convencer a un público que aplaudió largamente y con satisfacción al final, tras una hora y media de flamenco, de solo y buen flamenco.

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