Whitout references | Crítica de danza

La abstracción llevada al extremo

Dos de los bailarines en uno de los escasos momentos de danza de la pieza.

Dos de los bailarines en uno de los escasos momentos de danza de la pieza. / Magali Dougados

Bailarina y coreógrafa formada inicialmente en danza clásica, Cindy van Acker ha atravesado un largo camino, del que se han visto en Sevilla algunas muestras, antes de crear, en 2002, su propia compañía, Greffe, y de dedicarse a lo que más le interesa que es la pura experimentación.

Whitout references, el último espectáculo que presenta este fin de semana en el Teatro Central, con carácter de estreno en España, es el resultado de un largo y complejo proceso de trabajo que comenzó en 2018 con la elección de once bailarines y bailarinas y de su amigo y colaborador, el también director de escena Romeo Castellucci, para que diseñara el espacio en el que se iban a mover. 

En su línea habitual, siempre inquietante, el italiano ha creado una caja escénica de madera, con cinco grandes ventanales al fondo y un original techo, también de madera, realmente impresionante. Unos pocos muebles, algunas sillas de diseño escandinavo y un televisor de los antiguos colocado en el centro de la escena, como un monolito, convierten el espacio en una especie de nave, enorme, lujosamente sobria, que parece anclada en una grieta atemporal, entre el pasado y el futuro.

Convencida de que luz, música y movimiento deben ir unidos en una partitura coreográfica, otra de las decisiones fundamentales de la coreógrafa belga afincada en Suiza fue elegir a Victor Roy para un importantísimo diseño de luces y, como base sonora, al grupo experimental japonés Goat, un cuarteto que está conquistado la escena underground sin utilizar en absoluto la electrónica.

Sobre esa base realizó un solo con cada uno de los bailarines que llamó Shadowpieces y, con todos ellos, deconstruyéndolos, vaciándolos de cualquier referencia histórica, social o sentimental, despojándolos incluso de la danza en sentido estricto, ha conformado esta singular y pieza, de una precisión milimétrica, matemática, formalmente perfecta, que no deja ningún resquicio al azar, la ruptura o la mera exhibición.

Una propuesta abstracta y hermética ante la que el público tiene pocas opciones: o utilizar su imaginario con plena libertad –tal es la neutralidad del material ofrecido- o sencillamente dejarse arrastrar por las fantásticas e hipnóticas polirritmias, especialmente las percutivas, de Goat y por las miradas y los movimientos aparentemente banales, que frecuentemente se congelan y se ralentizan, y solo en unas pocas ocasiones se comunican entre sí haciendo de los once intérpretes un verdadero grupo.

Aquellos que no logran entrar en el juego, sin embargo, son invadidos por el tedio y no les queda más que resistir estoicamente los noventa minutos largos que dura la pieza.

A pesar de su perfección formal y de su valentía, al igual que sucediera con otros experimentos –los de Cunningham y John Cage, o los de Robert Wilson- que han roto limites y han provocado un aluvión de análisis artísticos e incluso filosóficos, la abstracción sin concesiones de Whitout references llega a ser bastante radical.

Una radicalidad –no lo olvidemos- que aburre y aleja a esa mayoría de espectadores que paga una entrada y va a ver un espectáculo de danza porque ama la danza y porque aún piensa que los bailarines están hechos para bailar.

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