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Cine

El último viaje a la Zona

  • A la espera de 'Andréi Tarkovski. Maestro del Espacio', la exposición que inaugurará el Museo Ruso cuando termine la pandemia, el confinamiento invita a la revisión de 'Stalker', la película con la que el director cambió la manera de ver el cine

Una escena emblemática de 'Stalker' (1979), de Andréi Tarkovski.

Una escena emblemática de 'Stalker' (1979), de Andréi Tarkovski. / M. H.

Wim Wenders consideró que, con Stalker, el director, guionista y escritor ruso Andréi Tarkovski (Zavraje, 1932 - París, 1986) llevó el cine "a un terreno completamente nuevo donde cada paso podía ser el último". Pocas películas se ajustan a la consideración de culto tanto como Stalker, un filme tan odiado como reverenciado, tan citado a la manera de referente decisivo como evitado por el ritmo insobornablemente lento con el que fluyen sus 161 minutos de metraje. Estrenada en 1979 (en España, sin embargo, no llegó a verse hasta 1984), la película constituye una verdadera piedra de toque para cinéfilos de todo pelaje. Nunca le han faltado incondicionales: la actriz Cate Blanchett asegura tener memorizados todos y cada uno de sus planos, la cantante y compositora Björk ha alumbrado abundante música inspirada en el filme y el filósofo Eugenio Trías se refirió a Stalker como una cima no sólo del séptimo arte, sino de la misma filosofía del siglo XX. La producción ocupará un papel central en Andréi Tarkovski. Maestro del Espacio, la exposición dedicada al cineasta que inaugurará el Museo Ruso de Málaga cuando lo permita la epidemia del coronavirus (la puesta de largo estuvo prevista para el pasado 25 de marzo, si bien el confinamiento obligó sin remedio a su retraso); mientras tanto, por muchos motivos, la cuarentena ofrece un marco altamente significativo para revisar Stalker o para, en el caso de que se tenga esa suerte, verla por primera vez. La oportunidad está al alcance de la mano: toda la obra cinematográfica de Tarkovsky está disponible de manera gratuita en YouTube, si bien está previsto que la exposición del Museo Ruso quede completada con un ciclo de proyecciones en el Cine Albéniz que, claro, incluiría Stalker.

Andréi Tarkovski, en el rodaje de 'Stalker'. Andréi Tarkovski, en el rodaje de 'Stalker'.

Andréi Tarkovski, en el rodaje de 'Stalker'. / M. H.

Con Stalker Tarkovski regresó a la ciencia-ficción, género que había visitado en 1972 con Solaris, adaptación de la novela de Stanislaw Lem (y celebrada en su momento como la respuesta soviética a 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick) con gran éxito. Sin embargo, la ciencia-ficción no interesaba mucho a Tarkovski, quien dejó claro con Stalker su opinión al respecto llevando el material de partida a un lugar bien distinto. El material de partida no era otro que Picnic a la vera del camino, la novela que los escritores rusos de ciencia-ficción Arkadi y Borís Strugatski (autores también de Qué difícil es ser Dios, Ciudad maldita y otros títulos que, pasto de la censura soviética, no vieron la luz hasta que lo permitió la Perestroika) lograron publicar también en 1972. En la novela, varios objetos misteriosos caen en diversos puntos de la Tierra. De inmediato, las autoridades prohíben el acceso a estos lugares, llamados Zonas, hasta el punto de acabar con la vida de quien se atreva a internarse en ellos. Sobre la naturaleza de los objetos comienzan a circular rumores de todo tipo: algunas fuentes hablan de meteoritos, otras de naves extraterrestres tripuladas. Se habla de extraños artefactos tecnológicos encontrados en las Zonas cuyo uso y funcionamiento nadie logra desentrañar. Con el pasar de los años, aparecen algunos incursores, en realidad salteadores, capaces de introducirse en las Zonas y extraer estos artefactos para comerciar con ellos. Los mismos incursores, llamados stalkers (en inglés, acechadores), pueden conducir hasta el interior de las Zonas a quien pueda pagar el viaje. Aunque los Strugatski renunciaron a ambientar la novela en la URSS para facilitar el visto bueno de la censura (la localización juega a la confusión con referencias a Canadá y a un "país pequeño"), la historia es un reflejo fiel de la vida bajo el poder soviético, donde el desarrollo, la felicidad y la vida misma parecen estar siempre en otra parte, lejos, un lugar inaccesible y oculto. El título Picnic a la vera del camino hace referencia a una explicación de los acontecimientos en boca de un científico, quien compara las Zonas con un área al aire libre en los que una familia cualquiera se sienta a celebrar una merienda campestre al borde del camino. Cuando la familia termina y se marcha, quedan restos que poco a poco se llevan las hormigas, inconscientes del origen y la naturaleza de los restos. Del mismo modo, unos extraterrestres se han detenido en la Tierra, han celebrado un picnic, han dejado sus restos y se han marchado sin importarles quién pudiera hacerse con ellos. Si Occidente es la familia, la URSS son las hormigas.

Anatoli Solonytsin, Alexander Kaidanovski y Nikolái Grinko, en una escena de la película. Anatoli Solonytsin, Alexander Kaidanovski y Nikolái Grinko, en una escena de la película.

Anatoli Solonytsin, Alexander Kaidanovski y Nikolái Grinko, en una escena de la película. / M. H.

Tarkovski fichó como guionistas para su adaptación a los mismos hermanos Strugatski, pero ya desde el principio les advirtió de que sus intenciones narrativas eran muy distintas. El director mantuvo los términos Zona (una sola, cuya localización tampoco se aclara) y Stalker, pero poco más. En esta ocasión, el stalker no es tanto un salteador como una especie de iluminado que conduce a la gente a un lugar cerrado a cal y canto, custodiado día y noche por el ejército, donde veinte años antes sucedió un fenómeno inexplicable. En la Zona no hay artefactos extraños, pero sí una habitación donde, según los rumores, los deseos de quien logra acceder al sitio se hacen realidad. La Zona es un espacio vivo, cambia de manera imprevista y se rige por leyes propias. Muy pocos han logrado salir de allí con vida. En el filme, el stalker es un hombre atormentado, con una hija que sufre la parálisis de sus piernas (una maldición de los stalkers presente en la novela a la que Tarkovski saca punta de manera harto provechosa) y una esposa que le reprocha que abandone a su familia para ir una y otra vez a a aquel sitio del demonio. El stalker se interna en esta ocasión con un escritor y un científico a lo largo de un viaje al mismo corazón del deseo humano y, muy especialmente, de la fe

Tarkovski da instrucciones a la actriz Alisa Freindlich durante el rodaje. Tarkovski da instrucciones a la actriz Alisa Freindlich durante el rodaje.

Tarkovski da instrucciones a la actriz Alisa Freindlich durante el rodaje. / M. H.

Para los papeles protagonistas, Tarkovski contó con Alexander Kaidanovski, Anatoli Solonitsyn (con quien el realizador había trabajado en Solaris y Andréi Rublev), Nikolái Grinko y Alisa Freindlich. El rodaje tuvo lugar cerca de Tallin, sobre todo en las inmediaciones de una central hidroeléctrica abandonada, y nada más comenzar se convirtió en un infierno que se saldó con la destitución del director de fotografía, lo que resultaría decisivo para la definición del filme con unas escenas (las del interior de la Zona) en color y otras (la del exterior) en un falso blanco y negro, con un tono sepia. Tras numerosos desastres personales y profesionales, cuando el filme ya estaba rodado y montado, las malas condiciones de conservación afectaron al metraje de la segunda parte, que, sin copia de seguridad, quedó definitivamente perdido. La decisión de Tarkovski fue tajante: volvió con todo el equipo a Tallin y rodaron de nuevo la segunda parte al completo. Pero esta coyuntura no fue menos proverbial, ya que Tarkovski introdujo numerosas variaciones y terminó de eliminar los pocos elementos propios del cine de ciencia-ficción que aún quedaban, para desesperación de los hermanos Strugatski, que ya habían expresado numerosas quejas por los continuos cambios de guión que exigía el director. Con la película terminada por segunda vez, la maldición de Stalker siguió su curso: el río de la central hidroeléctrica empleada para el rodaje arrastraba vertidos químicos que causaron el cáncer que acabó con la vida de un Tarkovski ya exiliado en Suecia en 1986, así como del actor Anatoli Solonitsyn y de otros miembros del equipo también infectados. Hasta en lo más trágico resultó ser Stalker una premonición fatal de Chernobyl, convertida también, pocos años después, en una Zona infranqueable. 

"En Stalker sentí -quizá por primera vez- la necesidad de presentar de forma elaborada, clara y sin ambages ese valor positivo superior del que viven el hombre y su alma", escribió Tarkovski en su libro Esculpir en el tiempo. El escritor y crítico británico Geoff Dyer afirmó por su parte en su libro Zona: "Somos capaces de creer en algo ostensiblemente falso, una enmienda a la idea de que la humanidad está en este mundo para crear obras de arte: que el cine se inventó para que Tarkovski pudiera hacer Stalker, que nuestra mayor deuda con los hermanos Lumière es que hicieron posible que se rodara esta película". El resto es cine.            

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