Colosalismo y barbarie
La revolución rusa | Crítica
Taurus recupera este obra excepcional de Orlando Figes, editada en 1996 por Edhasa, donde se analiza con amplitud y perspicacia uno de los hechos cruciales del siglo XX: la Revolución rusa de octubre de 1917
La ficha
La revolución rusa. Orlando Figes. Taurus. Barcelona, 2021.Trad. César Vidal. 1136 págs. 42,90 €
Figes, en su “Conclusión” a esta obra vertiginosa y deslumbrante, escribe: “La Revolución rusa desencadenó un vasto experimento de ingeniería social, quizá el mayor de la historia de la humanidad”. Unas líneas más adelante advertirá: “El experimento salió terriblemente mal, no tanto a causa de la maldad de sus dirigentes, muchos de los cuales lo habían iniciado con los más elevados ideales, sino a causa de que sus ideales eran en sí mismos imposibles”. Como es lógico, las abundantes páginas de este estudio se dirigen a documentar cumplidamente esta tesis. Pero no solo en lo concerniente a la caída del gobierno democrático de Kerenski y el posterior golpe de Estado bolchevique, acaudillado por Lenin. Sino a las numerosas causas que precipitan la caída de los zares, entre las cuales se encuentra, de modo destacado, la secular penuria en que se hallaban las masas campesinas.
Tanto al comienzo como al final de la obra, Figes avanza una explicación de la Rusia actual y su inclinación a los gobiernos autoriarios; explicación que incluye una advertencia, de la que la Revolución rusa sería ejemplo: la fragilidad de las democracias y la posibilidad de una vuelta, hoy muy real, del alguna forma actualizada de comunismo y/o nacionalismo. Al margen de esta lectura, muy pertinente, de la historia, lo que se ofrece en La revolución rusa es un absorbente y minucioso estudio de aquel proceso, cuyo comienzo Figes data en 1891, y en el que se incluye el fin de la servidumbre, el lento crecimiento de la burguesía y la profunda secularización del país, cuya religiosidad ferviente, sincrética y sencilla, era uno de los pilares en que se sustentó el prestigio intocable, el perfil sobrehumano de Nicolás II. Por otra parte, Figes ha escogido una forma de historiar más próxima a la historiografía continental, escandida en temas o aspectos, que no elude la cronología, y cuya efectividad ya mostró el autor en un libro memorable: Los europeos, en el que se documenta un hemisferio complementario o previo a la Revolución rusa: esto es, la Europa occidental donde se acrisola, tanto la sociedad cosmopolita del XIX como las ideologías de masas.
Por supuesto, Figes establece ciertas similitudes entre la Comuna del 71 y la revolución del 1917, muy próximas ideológicamente. Y también con la Revolución de 1789, donde las parecidos formales (la caída de la monarquía, etcétera), son manifiestas, y donde el carácter de algunos personajes, como el puritanismo y la crueldad de Robespierre, pudieran encontrar su eco en la figura de Lenin. De igual modo, es fácil hallar similares episodios de violencia, fruto de la multitud, tanto en lo escrito por Gorki como en las escalofriantes Noches revolucionarias de Restif de La Bretonne. Un último paralelismo con la Revolución francesa es el que une la tesis de Figes (la continuidad de un poder autoritario y omnímodo, tras el cambio de régimen); con aquella que mantiene, a otro respecto, Toqueville, en El Antiguo Regimen y la Revolución, presentándolos como distintas modulaciones de una misma realidad vital y administrativa.
El propio subtítulo de la obra de Figes, La tragedia de un pueblo (1891-1924), nos indica, por otra parte, tanto el protagonista de la obra -el pueblo ruso, en su cruenta y exánime agitación-, como el periodo liminar en el que se centra su indagatoria, hasta la muerte de Lenin. La vasta ingeniería social que acometería Stalin, cimentada sobre millones de cadáveres, queda fuera de este estudio, donde se pretenden aclarar las causas y concausas, los hechos y procedimientos que hicieron posible aquel “cataclismo”. Una de las numerosas bondades de esta obra, en tal sentido, es la diversidad de aspectos que se valoran y concurren al flujo general de la historia. Otra, de igual relevancia, es el cotejo de hipótesis con el que Figes se adentra, en compañía del lector, en la entraña de lo probable, de lo razonable y de lo incierto. Una última virtud de Figes es desbrozar la voluminosa mitología marxista que se abatió sobre estos hechos, brutales y fascinantes, para ofrecernos una versión compleja y perspicaz de aquellos sucesos. Que todo ello venga expresado en una escritura solvente, precisa y animada, no hace sino encarecer, justamente, la valía de esta obra.
La casa o el tejado
Ortega, que avizoró tantas cosas desde las primeras gibas y córcovas del siglo XX, es quien revela la paradoja crucial que ofrece la Revolución rusa: la dictadura del proletariado, las masas urbanas y menestrales, había tomado cuerpo en un país de campesinos, sin fábricas ni proletarios. Construir esta realidad fabril, en la que realizar la distopía marxista, será el empeño colosal, manifiestamente sobrehumano, de extraordinaria crueldad, que se llevará a cabo en el curso de unas décadas, y que fascinó, no sólo a los partidarios de aquel experimento insólito, sino a quienes advirtieron, junto a su carácter totalitario, la naturaleza prometeica de tal empeño (véanse los reportajes que Chaves Nogales dedicó a la naciente URSS). Un empeño, por otra parte, que más que ajustarse al viejo dicho español -“empezar la casa por el tejado”-, consistía en modificar la realidad para adecuarla a una tesis, y cuya consecuencia última implicaba la linealidad del hombre, del escueto y fatigado homo faber, convertido en engranaje fabril y agente histórico de una justicia social, largamente soñada.
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