XXV edición 1.040 escritores de todo el mundo han pasado por Gijón en un cuarto de siglo

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  • La Semana Negra funciona desde hace años al revés: el libro se ha convertido en un actor secundario del festival, dominado por las casetas, la sidra y las atracciones

Aterrizo en el aeropuerto de Asturias. Un ex periodista reconvertido en chófer me dice que espere, que falta otra escritora. Es Ana María Matute, 86 años hasta el próximo día 26, delgada como un cartílago pero de mirada eléctrica y exquisita humildad. Martes 10 de julio, ecuador de la Semana Negra. Comparto con la Matute 40 kilómetros de furgoneta y la escucho, procurándome un aprendizaje exprés. Ya en Gijón, me envían a un hotel tipo Autor B. Los clase A se alojan en los mejores de la ciudad. Me ducho y me cambio. Consigo un mapa. Repaso tres ideas para la presentación. Allá voy.

Recorro menos de un kilómetro de paseo marítimo y veo las letras rojas de la Semana sobre una pared blanca desmontable. La XXV edición, como las dos primeras, se celebra en un viejo astillero que resume la esencia paisajística de la ciudad: verde y metal. Entro. El recinto no está asfaltado, la lluvia rellena los cráteres y genera miradas de alerta. Hay gente, casetas, comida, música, un escenario a lo Rock in Rio y cacharritos. ¿Una feria? Busco libros y tardo en encontrarlos, apenas una avenidita que desemboca en las dos carpas de las presentaciones. Obviamente, me han asignado la pequeña. En las inmediaciones, tres escritores: Ignacio del Valle, mi presentador; Alfonso Domingo y James Thompson.

James se llama igual que Jim (el segundo, para mí, en el top 3 de todos los tiempos del género), pero sigue vivo aunque a veces no lo parezca. Conversación de tren Madrid-Gijón. Hablan James y otro colega: "What time is it, my friend? (¿qué hora es, amigo?)"; pregunta el primero. "Eight o'clock (las ocho)", contesta su socio. "A.m or p.m.?", añade. "A.m., James". "Curious (curioso)", sentencia antes de proseguir su idilio con el whisky. En Finlandia es una estrella. Aquí, entre zumbidos electrónicos que cortan el aire, también.

Del Valle ha escrito siete novelas; Domingo también ha trabajado los documentales y la historia y ha cubierto siete guerras. Ambos viven de esto. Nos tomamos un par de cervezas para hacer tiempo y me quedo con una frase que adquiere más significado cuando la pronuncia un veterano: el periodismo ha muerto, pero al menos será un zombi mientras queden pescaderías.

La Semana Negra se parece a Coney Island, pero con sidra en vez de los perritos calientes de Nathan's. Me lo explica un organizador. La idea es tender una trampa al visitante. Quizás, después de unos pinchos y litros, se anime a comprar papel. Cada año la humanidad se acerca un poco más a Fahrenheit 451. Lejos queda la filosofía seminal del festival, cuando las letras dinamitaban el telón de acero o se pedían prestados submarinos a la Armada.

El viento pela el pellejo y convierte los discursos bajo techo en una estufa de palabras. Santiago Gamboa cuenta en la supercarpa Plegarias nocturnas, su última novela, mientras cinco jóvenes autores locales -Fernando Nuño, Matías Rodríguez, David Barreiro, Alfredo Cernuda y Tito Montero- abarrotan la carpa mini. Me temo lo peor. Y acabo teniendo razón. El quinteto se despide entre aplausos y vende todos los ejemplares. Aún sonríen, los dedican y se felicitan cuando Del Valle inicia nuestra ceremonia, a la que llego tarde por un pequeño problema burocrático. No estamos en Gijón, estamos en Hiroshima y sólo han sobrevivido diez adultos, un bebé y un perro que entra y sale con una pelota de goma. Ventajas: puedo hablarle a cada uno casi contando secretos. Del Valle rellena los silencios y formula preguntas cada vez más exigentes. Me obliga a pensar respuestas que recompensen a esos pacientes mohicanos de enfrente. Terminamos. Balance: ventas cero. Ceno en Casa Pachín y coincido con Paco Ignacio Taibo II, vestido de riguroso chándal. Definitivamente, la Semana es Marte.

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