Cultura

Cosas que se pueden hacer con las palabras

  • La muestra 'Constelaciones', en el C3A de Córdoba, aproxima al espectador al ámbito de la poesía visual con un recorrido por la creación en España desde los años 60 hasta la actualidad

La música tiene tiempo propio. Escucharla es sumergirse en ella y entrar en un tiempo distinto del que, en minutos y segundos, aparece en la carátula del disco. En ese tiempo nos movemos y por él a veces regresamos para saber cuál es el paso entre dos variaciones de una pieza de piano a cuatro manos de Schubert o de cómo brota la brillante fuga en el tercer movimiento de la sonata 31 de Beethoven.

Algo parecido ocurre en esta exposición. Aun el espectador apresurado, si tiene sensibilidad, pronto serenará sus pasos porque cada pieza encierra un germen de duración, esto es, un tiempo que no mide el reloj porque su efecto es dilatar la experiencia o si se prefiere, suspenderla de modo que podamos apreciar (y disfrutar) el alcance de la obra. El espectador, aun el profano (entre los que me cuento), recorrerá las mesas y las paredes de las salas dejando que su inteligencia y sensibilidad trabajen al compás de diversas obras. Como en la música, volverá a veces sobre sus pasos porque entre las piezas hallará afinidades que sólo se advierten en el proceso de este recorrido.

Si hay que ponerle un pero a la muestra es la carencia de catálogo: el tema lo exigía

Los materiales pueden ser tan sencillos como las letras. Así, Julián Alonso convierte la letra V en doble icono (figura y palabra) de las aves migratorias. Es sólo un anticipo de cuánto puede hacerse con la letra, como muestran las obras de José Miguel Ullán que culminan en una metamorfosis del abecedario en ideogramas. Estrechamente relacionadas con estas obras entre la imagen y el signo lingüístico están las elaboradas con las palabras que podrían recordar al caligrama. Especialmente sencilla y eficaz es Flor de Jesús Fernández Palacios o Niña corre de Jorge Oteiza. Más ambiciosas son las que reflexionan sobre el libro, como las de José Luis Castillejo, o sobre el texto, como hace Valcárcel Medina.

En un vídeo de Juan Crego la palabra pluie, lluvia, cae en líneas oblicuas recorriendo sin cesar toda la pantalla. Esta dimensión visual aparece con mayor claridad en las obras de Gustavo Vega o en la de José María Iglesias. Juan Crego en 52 momentos, un vídeo interactivo, ofrece otros tantos paisajes tocados por afortunada indefinición. Hay trabajos audiovisuales. Algunos se acercan a la video-performance y no descartan el humor: así, Los Torreznos (Rafael Lamata y Jaime Vallaure) o Archipiel, de Álvaro Barriuso y Ainara LeGardon. Poemas visuales de Eva Hiernaux, logra dar fecundidad poética a la señalética nuestra de cada día, mientras Lola López Cózar combina el aforismo y el grafiti. Pero quizá los más potentes sean los de Elena Asins y Juan Eduardo Cirlot. Asins en Antígona despierta la memoria de la tragedia de Sófocles con frases seleccionadas: cada una de ellas logra hacer sentir la fuerza poética de toda la obra. De Cirlot destaca por su rigor Inger Permutaciones, un audiovisual de fecha reciente que recupera una obra de 1971. Los dos autores son además pioneros de esta senda poética, junto a Ignacio Gómez de Liaño, entre otros. Por eso hay que destacar también las obras de Julio Campal, el poeta uruguayo, fallecido muy joven, que fue decidido impulsor de esta concepción artística en España. Dio a conocer al equipo brasileño Noigandres e impulsó la formación del grupo Problemática 63 que, entre otras iniciativas, organizó, en 1966 y en la galería Juana Mordó, la Exposición Internacional de Poesía Concreta y Semiótica: junto a autores españoles, participaron Gomringer y Garnier, Spatola, Julien Blaine, Deçio Pignatari, Henri Chopin y Max Bense.

Otro apartado de interés son las obras que unen imagen y texto, como el Homenaje a Miguel Hernández de Pablo del Barco, o que trabajan exclusivamente con recortes de periódicos, como las propuestas de José María Parreño.

Finalmente tropiezas con los objetos. Con la ironía de Joan Brossa que titula Neorrealismo a una sucesión de espejos primorosamente enmarcados, o la rotundidad de Guillem Viladot que remite justamente al espacio-tiempo totalizador de la música. Más artificiosa es la propuesta de Pepe Cáccamo, Flor de Underwood, formada por las teclas de una máquina de escribir. Bartolomé Ferrando juega también, en Debate, con una máquina de escribir pero convirtiéndola en diminuto campo de Agramante. Este autor cierra finalmente la muestra con una gran palabra (por dimensión y significado), Silencio, construida con fragmentos de cristal cortado.

Si algún pero hay que poner a la muestra es la carencia de catálogo. El tema lo exigía para que despertara la memoria y mostrara el presente de esta dirección artística. También lo pedía el tipo de obras que merecen ser repasadas y repensadas. Tambien, por fin, la dimensión misma de la muestra: no es razonable que tan gran esfuerzo se resuelva en unos meses de exposición en León y Córdoba. A veces el pretendido ahorro es al final dilapidación.

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